Todos podemos abortar
CRISTINA LÓPEZ SCHLICHTING
17.12.04 La Razón
Lo que no impresiona bastante         El problema del aborto es el problema de la vida. Como hija de mi tiempo, durante mucho tiempo albergué serias dudas sobre la licitud o no de la práctica, y sin exagerar puedo decir que fui partidaria. Mi razonamiento era idéntico al de muchos contemporáneos y estribaba en que un niño que va a sufrir o que va a hacer sufrir no merecía la pena. Tal vez por eso desconfío de la eficacia de las pruebas científicas que demuestran la barbaridad del aborto: ni los fetos destrozados, ni las cabezas aplastadas, ni el rostro hermoso de los embriones de pocas semanas garantizan el cambio de criterio de quien ya ha decidido sobre el escaso valor de la vida. No me refiero a que las personas no se conmuevan, sino a que la impresión es epitelial, referida al ámbito del sentimiento, pero no logra traspasar la barrera de la conveniencia.
Las raíces de nuestros por qués         A una mujer soltera que se queda en estado contra su voluntad es difícil convencerla de que no aborte, porque la diferencia entre matar a su futuro hijo o no es la diferencia entre afrontar el desafío de un radical cambio de vida o proseguir tranquilamente con la indiferencia burguesa del día anterior a la relación sexual. En realidad, el quid de la cuestión no radica tanto en la discusión sobre el aborto –que es la discusión sobre la muerte– sino en la pregunta sobre el significado de la vida. ¿Qué es la vida para el hombre moderno? Un azar sin sentido. El escepticismo ha trazado una pantalla entre nosotros y la realidad, el relativismo ha hecho indiferente nuestra percepción de las cosas y el nihilismo se ha instalado en la persona. Es muy interesante seguir el razonamiento del protagonista de la película "Collateral", interpretada por Tom Cruise, cuyo personaje mata a diestro y siniestro sin remordimientos. "Somos una mota en medio del universo" –dice–, "¿por qué habría de importarme más la muerte de un conciudadano que la de miles y miles de personas en Uganda?"
Sin miedo a la realidad

        Es verdad. La pregunta es de orden existencial ¿Por qué habría de importarnos más la destrucción de un feto minúsculo que un genocidio de los que vemos a diario por televisión? Creo que la capacidad de reconocer el valor de la vida pasa, primero, por reconocer una dimensión de objetividad a las cosas. En segundo lugar por entender que no da lo mismo una cosa que otra. En definitiva, por certificar como falsa la expresión de Nietzsche: "No existen los hechos, sólo las interpretaciones".

        Los hechos existen. El feto existe, te pongas como te pongas. Te venga bien o mal, te haga o no feliz, te dificulte o no la existencia. Es más, el hombre o la mujer que será aportarán al mundo y a tu vida una riqueza específica, única, irrepetible. Sólo desde esta certeza positiva se puede arrostrar no ya el nacimiento de un hijo no deseado, sino la existencia entera, con todo lo que conlleva desde el nacimiento hasta la muerte. Sólo así se puede ser fuerte, ser algo más que una hoja zarandeada de aquí para allá durante los cortos años de una existencia.