Con la Cruz a vueltas


Juan José de Miguel.

Capellán de TECNUN (Escuela de Ingenieros) Universidad de Navarra
Diario Vasco 26 de abril de 2004

El silencio y los comentarios

        La proyección de la Pasión de Mel Gibson no ha dejado a nadie indiferente. El silencio denso y alarmante con que se recibe en las salas el final de la película ahorra cualquier comentario.

        Más, no es el silencio impresionante la única consideración que se ha hecho sobre la película. Hay un revuelo considerable entre los sabios y entendidos –al menos entre algunos que escriben en los medios– a los que ha provocado un malestar que no ocultan.

        A la luz de las cosas que se han escrito, la película tiene una virtud imperdonable: golpea las conciencias en sustratos intocables para los diseñadores de la moral cívica, que tienen fijado lo políticamente correcto y que incluso, se sienten intérpretes de lo que es permisible que el Evangelio diga.

Escandalizante para algunos

        Gibson ha tenido que pelear en todos los sitios: contra el todopoderoso lobby judío en USA que lo ha estigmatizado con el rótulo de antijudío, y ha recibido las más aplastantes descalificaciones entre nosotros. Quien más quien menos se ha pertrechado con enormidades dictadas más por la furia que por la lucidez de la argumentación. Fanático religioso perteneciente a una secta ultraconservadora y reaccionaria, es el retrato-robot repetido sin miedo a ser poco originales. En este linchamiento no faltan quienes inventan actitudes que claramente están puestas al revés en la película o arrancan de ella un asunto como la Resurrección porque así les conviene mejor para continuar su argumentación.

        En las páginas del DV, Alvaro Bermejo ha escrito sobre este asunto, adscrito al grupo combatiente de la película y proponiendo además una reinterpretación del mismo hecho redentor. Asunto éste de mayor calado, ciertamente.

        Así, por ejemplo, denomina el periodista "macabra cursilería", la explicación tradicional de la Pasión basada en las palabras de Jesús: "La vida nadie me la quita sino que yo la entrego libremente". Y completo la idea con otra cita literal: "Habiendo amado a los suyos, [Jesús] los amó hasta el extremo" Jn 13, 2.

        Confieso que del artículo de Bermejo me ha interesado especialmente la afirmación tan sincera como entrometida en la que confiesa que no discute si la muerte de Jesús fue realmente así. Eso, por lo visto, no es importante. A sus ojos, lo esencial es la interpretación teológica de esa pasión que él considera insoportable mantenerla en los términos que ofrece Gibson y presumiblemente también inadmisible en los parámetros en los que la ha presentado la tradición cristiana desde Juan –al que se le llama con evidente mala intención "visionario de Patmos"–, Buenaventura, Juan de la Cruz o Maximiliano Kolbe.

Desaparece la Cruz y desaparecen los cristianos

        Una cita de Ezequiel sobre la Nueva Alianza y el apoyo de Antoni Tapies junto con una interpretación innovadora, supuestamente apoyada en el Vaticano II, son las bases de una hermeneútica más que atractiva para inagurar una nueva época cristiana sin el armatoste de la Cruz.

        Ya siento decepcionar a los que consideren estas ideas como una fórmula mágica para revitalizar las iglesias vacías. Este invento ha sido ensayado y puesto en escena por los progresistas cristianos que decidieron someter a las leyes de marketing el mensaje del evangelio con el resultado conocido de una desaparición total o próxima de todos ellos.

        En esta posición cultural el optimismo es la única virtud que se permitía tener. Esta es la virtud teológica de la nueva religión consistente en divinizar la marcha de las cosas y en asegurar que todo adelanto por el mero hecho de serlo constituye un progreso liberador.

        No parece ser éste el mensaje del Nuevo Testamento. Jesús habla de la necesidad de cargar con la cruz para seguirle y ser su discípulo. Y Pablo, autor inspirado del Nuevo Testamento, establece la Cruz en el centro de su predicación. "Algunos andan como enemigos de la cruz de Cristo". "Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles". "Nosotros no hemos de gloriarnos sino es en la cruz de Jesucristo".

La Resurrección

        Es imprescindible añadir que el misterio cristiano comprende de forma inseparable la Resurrección. Y es obvio que comprender la Pasión desde las esperpénticas imágenes de unos flagelantes sacadas del cine de Bergmans, por ejemplo, no hace sino distorsionar la serena conformidad y la sublime grandeza del Nazareno.

        No entiendo en qué proyección se ha visto a Jesús vengador y juez severo, ni mucho menos comprendo que se niegue el hecho del triunfo sobre la muerte de la Resurrección.

Condición de esperanza
Considero muy luminosa para este tema que nos ocupa la obra del importantísimo pintor judío del S.XX Marc Chagall. Este genio se convierte en un testigo veraz y neutral de un problema siempre abierto, cuál es la explicación –respuesta a la tragedia del dolor.

        Chagal es un judío nacido en Rusia que se ve condicionado y obligado a superar los cánones de la ortodoxia judía sobre representación de imágenes humanas. Estuvo comprometido con la revolución comunista. Y detentó cargos de gran responsabilidad. Realizó exposiciones monográficas en Nueva York, Chicago, Paris, Zurich... Compuso un tríptico en el que se veía, en la primera parte, una humanidad doliente, en el centro el símbolo de la revolución, es decir, un hombre invertido y reconocido como Lenin, y en la parte final, una humanidad colorista, repleta de euforia y exaltada hasta el paroxismo.

        En realidad no se conserva este cuadro. Sólo queda de él un boceto al óleo. El cuadro fue drásticamente modificado por Chagall cambiando a Lenin por un Crucificado y representa con tonalidades suaves aquella humanidad poseída por fuertes entusiasmos. Ahora en cambio se perciben los rostros moderadamente alegres como expectantes ante una realidad inefable y sublime.

        La visión de este judío de raza y religión que conoció y experimentó terribles decepciones expresa bien la conciencia de que la humanidad sin Jesucristo en la Cruz tiene escaso margen para la esperanza.