SUFRIENDO CON TOLKIEN


Enrique Banús. Centro de Estudios Europeos. Universidades de Navarra.

Una madurada reticencia         Siempre acabo teniendo problemas con Tolkien. Hace años, cuando estaba absolutamente de moda, me invitaron a una mesa redonda sobre "El señor de los anillos"... y yo no lo había leído. Y ahora, con ocasión de la película, me piden que escriba un artículo. Y yo no he visto la película. Ni sé si la veré... o si prefiero escapar a esa concreción visual y seguir imaginando "El señor de los anillos" como me venga en gana. Porque, entre tanto, sí he leído "El señor de los anillos". Lo hice por "la pesadez" de Daniel, que no cejó hasta conseguirlo. Y supongo que, como Daniel –esta vez apoyado por Alejandro– está empeñado en que vea la película, la terminaré viendo. Aunque Angel me dice que no la vea, que no es buena...

        Y, ¿por qué me negaba yo a leer "El señor de los anillos"? Pues porque estaba absolutamente de moda y en la Universidad había hasta un club de fans, alimentado en la sombra por algunos profesores que veían allí todo tipo de posibilidades de reflexión. (Daniel no era uno de ellos; iba por libre, como casi siempre, por eso terminé leyéndolo). Y ahora me piden que escriba sobre "El señor de los anillos" como libro cristiano.

Tolkien sabe lo que se hace

        Lo leí con apasionamiento, absolutamente cogido (supongo que a algunos les costará superar, como en toda novela un poco larga, las primeras cien páginas...). Pero, ¿un libro cristiano? ¿Cómo voy a saberlo? Desde luego, Dios no aparece ni una sola vez en las 1095 páginas (en mi edición, en letra pequeña). Hace tiempo, hojeé una biografia de Tolkien (no me suelen interesar las biografías de los autores; prefiero sus textos) y capté la información de que era un católico creyente, convencido y coherente. Si un católico creyente, convencido y coherente escribe un libro, supongo que será un libro cristiano, aunque no se cite a Dios.

        Lo que sí sé es que es un libro extraordinario. ¿Por qué? Porque Tolkien sabe cómo se hace, sabe mucho de ese arte tan difícil que es el de narrar: sabe engarzar las historias, dejar una aquí y retomar otra allá, de forma que siempre queda un suspense, un interrogante, de forma que el lector nunca puede arrellanarse tranquilo porque todo está ya claro; los personajes actúan de acuerdo con su propia personalidad (y hay muchos personajes con personalidad muy marcada en “El señor de los anillos”) pero también dentro de una lógica superior, la lógica del relato. Y por muchas cosas más que no vienen al caso.

Además es sabio con proyección universal         Además, “El señor de los anillos” es un libro sabio, categoría mucho más restringida que la de los libros “buenos” (en el sentido de “bien hechos”). ¿Porqué? Pues porque hunde sus raíces en una sabiduría profunda (¡viva la tautología!). En este caso, esa sabiduría (que es la de los relatos homéricos, de la Eneida, de las grandes gestas medievales, de tantos y tantos poemas épicos procedentes de muy diversas culturas) es la que ve al personaje no como un ser aislado, enlazado sólo con otros tres o cuatro personajes de su entorno inmediato (que ésta es la estrechez de tanta y tanta novela moderna, novelas extraordinariamente bien hechas, notablemente interesantes... pero alicortas, “individualistas”), sino como alguien cuya biografía está inserta en una gran epopeya, en una gran aventura; cuya vida tiene importancia no sólo para su propia e individual felicidad (y la de tres o cuatro más), sino que es relevante en un nivel universal (y esto afecta no sólo al protagonista, sino a todos los demás, que tienen su importancia en relación con la gran aventura en que está inmerso el protagonista).
Un libro que plantea retos

        De este modo, el horizonte se ensancha; la agobiante estrechez de una vida cuya cotidianeidad no aspira sino a evadirse (el sueño de las vacaciones, bien lejos; de los ratos de expansión, bien distintos) desaparece al entrar en relación con ese horizonte ampliado que –leyendo entre líneas, es decir, inte(r)ligentemente– aparece en la vida de cada uno (personaje literario o persona real, ¡qué más da!).

        Al final, resulta que esa gran aventura es la lucha entre el Bien y el Mal. Y ahí están los personajes de “El señor de los anillos”, metidos de lleno en ese drama tremendo y apasionante (no tragedia, no, que la tragedia es incompatible con el humor, y "El señor de los anillos" está bañado de humor, de humanidad) que no permite tregua ni cuartel, que exige el sacrificio y la disposición al sacrificio supremo (también sin tragedia), que no admite componendas (aunque sí fallos y errores). Pero de ese compromiso con el Bien depende la salvación. Y esa lucha siempre deja heridas y cansancio, pero también el recuerdo y la convicción y la felicidad de quien, agotado, "lo ha hecho". Y, junto al dolor de las traiciones, grandes amistades. Así es en "El señor de los anillos", un libro en que no hay lugar para los tibios, para quienes no se plantean lo del Bien y el Mal o hacen como que les da igual. Y al final (y esto ya no es tanto "El señor de los anillos" cuanto una asociación de ideas, por rendir un pequeño homenaje, en su centenario, al autor de "Camino") no hay más vida estéril que la de los tibios y los mezquinos (es decir, quienes o no reconocen esa grandeza de su vida o no quieren aceptar que ningún ideal se hace realidad sin sacrificio).

Una gran posibilidad de reflexionar y entender

        Supongo que lo dicho del libro de Tolkien, además de una vieja, antiquísima sabiduría de tantos poemas épicos, es profundamente cristiano, con una profundidad mayor que la de los poemas épicos. Y digo yo que será profundamente cristiano porque he conseguido leer parte de una biografía del Papa Juan Pablo II y allí se destaca que el Papa, desde su juventud, tiene esa "visión dramática'' de la vida, es decir, el convencimiento de que la vida de cada quien está ínsita en el gran drama de la lucha entre el Bien y el Mal, el gran drama de la Salvación. (Por cierto, quien no haya reflexionado a fondo sobre la figura de este Papa, que lo vaya haciendo: es uno de "los grandes" de la historia contemporánea.)

        Pues todo eso (y mucho más) está en "El señor de los anillos" . Y, además, está con la maestria de un maestro (¡viva la tautología!), excelente, apasionantemente narrado, con humor y humanidad, sin agobiar al lector con consideraciones teóricas como las aquí presentadas, dejando entender a quien quiera entender. Y a quien sólo quiera disfrutar, que disfrute... sin reflexionar, sin entender.