La primera obra de Sartre,

una puesta en escena sobre la Navidad

La Universidad Francisco de Vitoria representa Barioná, el Hijo del Trueno, una pieza de teatro en siete actos que el padre del existencialismo francés, ateo y figura clave en el mayo del 68, escribió en 1940 en un campo de prisioneros alemán.

Isabel Ordóñez
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¿Qué motivó a Jean Paul Sartre a escribir una obra sobre la Navidad?

Portada de Barioná, el Hijo del Trueno.

        A pesar de ser un ateo convencido, el padre del existencialismo francés y figura clave en el mayo del 68, Jean Paul Sartre, escribió en 1940 una breve e intensa obra sobre la Navidad durante su cautiverio en un campo de concentración alemán. Barioná, el Hijo del Trueno es una pieza de teatro en siete actos que parece escrita por un hombre tocado por el dedo de Dios. La Universidad Francisco de Vitoria, que consiguió “rescatar” un ejemplar de la obra en la Universidad de Indiana, la ha traducido al español, la ha publicado y ha realizado, más de 60 años después de que se escribiera, una representación teatral el pasado 20 de diciembre.

        A través de Barioná, protagonista de la obra, la pieza teatral nos explica con asombrosa sencillez, mediante un juego de personajes, cómo en la noche del 24 de diciembre, hace más de 20 siglos, nació en Belén la esperanza para el mundo. Sartre utiliza la figura del protagonista para explicar el proceso de transformación que siente quien conoce la buena nueva que trae ese niño pequeño e indefenso al que todos adoran.

Inspiración en cautiverio

        En 1940 Francia capitula ante Alemania. Los oficiales del ejército francés son recluidos en campos de concentración en territorio alemán. Sartre, por aquel entonces con grado de oficial, va a parar a uno de esos campos de prisioneros de guerra. Allí entabla amistad con algunos sacerdotes también condenados y de esa relación, posiblemente, surge la inspiración para escribir un Auto de Navidad, Barioná, el Hijo del Trueno. Ese mismo año se representa en el campo de concentración de Stalag 12, después de que los capellanes del campo obtuvieran el permiso para celebrar la fiesta de Nochebuena y la Misa del Gallo. La obra fue representada ante más de 12.000 soldados prisioneros y el propio autor interpretó el papel del Rey Baltasar.

        Cuando Sartre consigue escapar del campo, reniega de la obra y no autoriza su publicación hasta 1962, año en el que permite que se haga una pequeña edición siempre y cuando aparezca una nota en la que se indique que él nunca coqueteó con el cristianismo al escribirla. Sin embargo, si no tuvo ningún tipo de inspiración cristiana para realizar la obra, ¿qué pudo motivar al padre del existencialismo francés a escribir una pieza de tales características? El cautiverio, la amenaza inminente de la impermanencia y el contacto con los sacerdotes también prisioneros bien podrían ser la clave de esta aparente paradoja.

Fragmento de Barioná, el Hijo del Trueno

        La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que describir de su cara es una reverencia llena de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Y es una dura prueba para una madre tener vergüenza de sí y de su condición humana delante de su hijo. Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y resbaladizos, en los que siente, a la vez, que Cristo, su hijo, suyo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe y que respira, un Dios al que de puede tocar; y que sonríe. Es en uno de esos momentos cuando pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella adelanta el dedo para tocar la piel pequeña y suave de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe.