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Ni soy el único obispo que hace poesía ni es una vocación reciente. La cultivo desde los once años, casi en secreto. A veces releo mis poesías. Y cada año escribo algo. En mis actuales circunstancias, auxiliar de mi obispo, debo visitar continuamente los pueblos de esta imponente geografía andina cuatro provincias, a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. Los viajes duran horas y horas, en vehículos públicos muchas veces, y algunas a pie. Confieso durante horas, administro los sacramentos, comparto con los sacerdotes y con esas humildes gentes. Aprendo mucho... En tiempos libres las más en los transportes, voy tomando notas, apuntando frases poéticas... Es una afición que no estorba, un don de Dios.
El primer esbozo lo hice hace más de veinte años, cuando leí por vez primera el «Viacrucis» de San Josemaría Escrivá, que me entusiasmó. En setiembre de este año, mis buenos amigos, los Misioneros Identes de Abancay, me hicieron llegar las bases el XXIV Premio Mundial «Fernando Rielo» de Poesía Mística, y caí el la tentación de participar. Entonces tomé mi pequeño «viacrucis» y lo transformé en «Via Lucis». Es un Cristo paciente y glorioso a la vez que dialoga con el Padre y con sus cristos, sus seguidores hasta el fin de los tiempos... Lo hace de una forma poética. Entiendo que la poesía mística trata de expresar de forma bella la unión del hombre con Dios. La vocación de cada cristiano es identificarse con Cristo: ser «alter Christus», «Ipse Christus», vivir la misma vida de Cristo. Lo más maravilloso del Evangelio no es que contenga la vida de Cristo, sino también tu vida y la mía... Expresar esta identificación con palabras hermosas es la misión del poeta.
La llamada de Cristo es la misma hoy, ayer y siempre: «El que quiera venir en pos de Mí tome la Cruz...». San Pablo lo expresa bellamente: «Me alegro en mis padecimientos... y suplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). No es que objetivamente falte algo al dolor de Cristo. Es que ha querido darnos la oportunidad de corredimir con él, asociar a él nuestros dolores en favor de la salvación de todos los hombres y de la nuestra propia. Igual que a San Pablo, a los santos, sufrir por amor les producía gozo. Por ejemplo, San Josemaría escribió en sus «Apuntes íntimos» en el 1932: «Mi camino es de amar y sufrir. Pero el amor me hace gozar en el sufrimiento, hasta el punto de parecerme ahora imposible que yo pueda sufrir nunca». Lo mismo vemos en todos los místicos. Es así como el camino de Cruz se convierte en Camino de Luz. Igual que pasa en los amores humanos, el amor convierte el dolor en gozo. Fernando Rielo, poeta místico, fundador de este prestigioso premio, que escribió el último verso de su vida el pasado 6 de diciembre, así lo cantó en «Dolor entre cristales» y así lo quiso vivir.
Es cierto que en el mundo actual está en vigor la filosofía hedonista: la calidad de vida se mide por la cantidad de placer. Si así fuera, ¿qué decirle a estas nuestras pobres gentes del Perú y de este departamento de Apurímac, uno de los más marginados del país? Felizmente, estas humildes gentes lo entienden, y saben por dónde viene la verdadera liberación. Tenemos que luchar por una mejor calidad de vida, sí, pero también debemos anunciar que sólo «por Cristo y en Cristo se ilumina el misterio del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad». | ||
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