Don Quijote y Sancho a sus aventuras van

Ignacio Arellano. Catedrático de Literatura. Universidad de Navarra
Diario de Navarra 23 de noviembre de 2002

Un héroe o un loco pero bueno         Todo el mundo sabe que don Quijote es un héroe. Un héroe ridículo, cierto, que no hace nada a derechas. Los tuertos que endereza se quedan más tuertos que nunca, y las injusticias que quiere reparar no hacen casi nunca otra cosa que perjudicar más a las víctimas. Las victorias con las que sueña no parecen llegar: palos y pedradas le rompen los dientes y le bruman las costillas. Pero hace falta valor para salir a enfrentarse con tanto gigante como anda por esos mundos. Y no se diga que es loco, porque esa locura es parte de su heroísmo. No es poca la voluntad necesaria para transformar el mundo y hacer damas de las prostitutas y mozas de mesón, o para librar a los encadenados: que sean galeotes, asesinos y ladrones, poco importa al loco, que se atiene al deber de socorrer al oprimido. Y si flaquea en algún momento, Sancho le asegura.
Sin remedio         Maltrecho de los golpes con que los galeotes han pagado su libertad, don Quijote se queja: «Siempre, Sancho, he oído decir que el hacer bien a villanos es echar agua al mar; pero ya está hecho; paciencia y a escarmentar para desde aquí adelante». ¿Escarmentar? ¿Es que don Quijote va a regatear su ayuda a los necesitados a menos que estudie muy bien el expediente administrativo pertinente? Claro que no: «Así escarmentará vuestra merced como yo soy turco» dice Sancho, en una frase que entusiasma a Unamuno en su pretenciosa Vida de don Quijote y Sancho: «¡qué bien calaste, Sancho heroico, Sancho quijotesco, que tu amo no podía escarmentar de hacer el bien y cumplir la justicia verdadera!». Y no obstante de Sancho no suele decirse que sea un héroe. Se le reconocen algunas virtudes a vueltas con sus defectillos: hombre práctico, interesado pero leal a su amo, algo cazurro y socarrón, buen hombre a fin de cuentas...
Difícil de definir         Pero ¿no será este Sancho algo menos práctico de lo que parece y algo más héroe de lo que se dice? Si buenos son los escudos que le pagan y los pollinos que saca a su amo, buenos palos le cuestan. ¿Y qué hombre práctico e interesado se va a creer lo de las ínsulas y los reinos de la Trapobana, y las dignidades gobernadorescas? Este Sancho es otro loco. ¿O no actúa por interés sino por razones menos materiales? Quizá Sancho sea otro héroe, tanto más heroico cuanto menos blasona de caballerías ni hazañas. Más quijotismo prueba, dice Unamuno otra vez, seguir a un loco un cuerdo que seguir el loco sus propias locuras. Sirve fielmente a don Quijote y con él va en busca de aventuras peligrosas sin echarse atrás a pesar del miedo que a veces le domina. Defiende a su amo ante los enemigos y calumniadores. Sancho no traiciona. ¿Qué más heroísmo cabe pedir a este campesino metido a escudero andante de un botarate como su amo, que piensa que puede enderezar el malhadado mundo de los hombres?
El heroísmo más difícil         El mayor heroísmo de don Quijote y Sancho no se muestra, sin embargo, en las maravillosas aventuras de los gigantes o molinos de vientos, ni en los ejércitos o rebaños de ovejas, o de los barcos encantados y los Clavileños voladores... Se muestra en su sufrimiento de los políticamente correctos que les quieren volver al buen camino, sacándolos de sus peregrinaciones para reducirlos a la vida de la masa: el ama, la sobrina, Sansón Carrasco, clérigos y barberos... «Válame Dios –le dice su sobrina–, que vuestra merced dé en una ceguera tan grande y en una sandez tan conocida, que se dé a entender que es valiente, siendo viejo, que tiene fuerzas, estando enfermo, y que endereza tuertos, estando por la edad agobiado, y, sobre todo, que es caballero, no lo siendo... Pero, ¿quién le mete a vuestra merced, señor tío, en esas pendencias? ¿No será mejor estarse pacífico en su casa y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados»... Y nada menos que don Quijote ha de soportar que «una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas» se atreva a poner lengua y a censurar las historias de los caballeros andantes, y a aconsejarle sensatez al caballero de los Leones.
Todo por su libertad interior         ¡Claro! Es que don Quijote es ya viejo: debería estar jubilado, con doce horas de televisión al día, y dejarse de moler ¡pardiez!, que sus locuras avergüenzan a sus amigos y a su familia y a su patria. Y don Quijote, que será loco, pero hombre cabal y héroe sin mancilla, celoso de su libertad, se sulfura: «Por el Dios que me sustenta –dijo don Quijote–, que si no fueras mi sobrina derechamente, como hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en ti, por la blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo». Y Sancho está de acuerdo. Sancho no quiere a don Quijote retirado, porque hay mucho que hacer, y lo primero cumplir su destino de hombres, esto es, libres, y apaleados y manteados y molidos y asendereados, no quieren encerrarse a ver pasar las iniquidades del mundo, o lo que es peor, a cerrar los ojos para no verlas. Quieren cabalgar a sus aventuras en Rocinante y el rucio compañero.
La grandeza de "no dejarse morir"         Sansón Carrasco creyó vencer a don Quijote y el mismo caballero creyó morir en su cama, curado de locuras: «Señores –dijo don Quijote–, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño: yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha, y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno». Pero estaban los dos equivocados. Pues es condición propia de los héroes resistir con tesón y ser inmortales. «No se muera vuestra merced, señor mío –le dice Sancho–, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía». Y don Quijote no se muere. Ni Sancho Panza tampoco: ahí siguen trotando por los caminos, siempre apaleados, sí, pero más vivos que nadie, y sin ninguna intención de meterse en un asilo, a pesar de todos los arrieros y galeotes, duques necios y amas, y clérigos y barberos y entrometidas sobrinas y bachilleres del mundo: lo dijo el maestro Rubén en su Letanía de nuestro señor don Quijote:
La verdad de don Quijote

Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas, contra las conciencias,
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...
Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
con la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón...

Que así sea.