El escándalo de la Cruz
Como retornado que soy, me gusta Mel Gibson porque se comporta con la pasión del converso.
Josep Miró i Ardèvol

 

 

 

 

 

 

 

 

Implicados en la historia

        ¿Por qué La Pasión de Mel Gibson, una simple película, se estrenan a cientos cada año, movió a tanta gente y despertó tanto debate? Porque nos obliga a ser más que espectadores, a implicarnos.

        Reúne lo que sólo el gran cine es capaz de aportar: el entendimiento mediante el ver, oír y sentir, conseguido merced una narración cinematográfica magnífica, vigorosa, que busca el realismo con fidelidad a la historia.

        Si hay alguna manera de “ver” el jueves de angustia, el viernes de sufrimiento y muerte, el sábado del silencio espantoso, es ésta. Tres días que cambiaron el mundo..., porque hubo Resurrección y Gloria.

        La película restalla como un trallazo para mostrarnos por qué un cuerpo destrozado, colgado de una cruz, sigue siendo un acontecimiento vivo que congrega a 2.000 millones de cristianos. Cada espectador puede retener algunos de los distintos niveles de lectura. Por ejemplo, la oración en el huerto de Getsemaní nos da una mejor comprensión de algo que siempre resulta difícil: la doble condición de Dios y hombre que tiene Jesús, con el consiguiente riesgo de entender su entrega y sufrimiento como pura apariencia.

        La figura de María tiene un protagonismo casi como el del propio Jesús. Ella sobre todo, y también Magdalena (espléndida Monica Bellucci), son la fuerza del cristianismo que va a nacer. María, interpretada por la actriz judía Maia Morgerstern, inició el rodaje sin saber que estaba embarazada, y el progreso de su maternidad se traduce en su rostro para ofrecernos tal sinceridad que te hace sentir: ”Sí, así pudo ser”. Ella, después, ha declarado: “Doy gracias a Dios porque me ha ayudado a comunicar el amor de una madre a un hijo”. María-Maia nos interpela con la fuerza del amor materno. Cuando Jesús cae por el peso de cruz, usted verá y sentirá esa fuerza.

Así fueron las cosas

        ¿Y el antisemitismo? De buen inicio, en el debate en el Sanedrín, queda claro que es una facción la que quiere la muerte de Jesús y, para ello, manipula la institución. Hay judíos con el rabí Yeshu y otros, en contra. Como hoy. ¡Seamos honestos! Quien quiera un nombre que favorezca el antijudaísmo, que escriba Sharon. Todo lo demás son cortinas de humo.

        ¿Y la sangre? Salvad al soldado Ryan posee 20 minutos iniciales de pura carnicería para llegar a construir un magnífico alegato contra la guerra. ¿Quién la acusó de sangrienta? ¿Pero qué pensamos que fue la tortura del azote y la crueldad de la muerte en la cruz? Las palabras del profeta Isaías lo dejan claro desde un inicio: “Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas”. Y eso es lo que vemos, para que entendamos mejor con los sentidos que “Él soportó el castigo que nos trae la paz; con sus cicatrices, hemos sido curados” (Is 53, 2).

        Como retornado que soy, me gusta Mel Gibson porque se comporta con la pasión del converso. Y eso es mucho cuando uno está acostumbrado a este país, donde abunda más la insidia que el valor y donde cierto catolicismo exhibe prudencia sin pasión y sin sentido del Misterio. Poca cosa para hacer creíble el testimonio de Cristo.

        La manera de contar de Gibson es coherente con la inmensidad de la historia que narra, la de Dios creador del mundo que se sujeta a los límites de lo humano, del dolor y la muerte, para expresar su amor de la manera más comprensible para el hombre sin alterar su libertad. El Dios “débil” no lo es como atributo, sino como manifestación del respeto a la libertad humana. La película sí tiene un escándalo, pero es el escándalo de la Cruz.