Voluntad de los hombres o voluntad de Dios
José Ángel García Cuadrado
Profesor de Antropología
Universidad de Navarra

 


Un verdadero peligro

        "Así pues, ¿voluntad del pueblo o voluntad de Dios? Mientras prevalece la voluntad de Dios, la democracia no penetra, ni en términos de exportación (territorial) ni en términos de interiorización (...). Y el dilema entre voluntad del pueblo y voluntad de Dios es, y será siendo (...) el tema de nuestro tiempo". Estas palabras de Giovanni Sartori, ganador del último premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, nos plantean no sólo un tema de nuestro tiempo, sino toda una concepción de la historia que ya San Agustín acertó en simbolizar mediante las dos ciudades: la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres.

        Sin embargo, entre estas dos formulaciones del sentido de la Historia media un abismo. La agustiniana viene a ser una prolongación de la parábola evangélica del trigo y la cizaña, mientras que la versión laicista de Sartori tiene mucho de utopía. Sólo un mundo donde se haya podido desarraigar la idea de Dios, y más concretamente la idea "de un Dios único verdadero", será posible el triunfo definitivo del paraíso democrático en todo el orbe.

        En estos tiempos del lenguaje "políticamente correcto" es de agradecer la rotundidad del mensaje "laicista" de Sartori. Mensaje que la cultura dominante –de manera velada– viene predicando desde hace años, llegando a configurar la vida social y cultural europea. Sólo el creyente que sea capaz de abandonar la creencia en un Dios verdadero, está en condiciones de ingresar en la "religión" que se rige por la "voluntad de los hombres". Creer en un Dios trascendente y que al mismo tiempo se preocupa de la suerte de los hombres es percibido por esta nueva religión utópica como una amenaza que debe ser "neutralizada" por las sociedades modernas y civilizadas.

No hay nada que tener

        Por desgracia los campos de la vieja Europa (y otros muchos campos del planeta) están sembrados de fosas comunes con cadáveres sacrificados en aras de la utopía de un mundo mejor. El mismo Sartori reconoce que en ocasiones la imposición violenta ha sido el único camino para que la democracia se haya abierto paso en nuevas culturas. Ahora la utopía se presenta con el nombre de democracia "laica"; otras veces se ha presentado con el nombre de paraíso socialista; o de la pureza de una raza superior. En definitiva, otras tantas versiones de la utopía de un paraíso que se gobierne únicamente "por la voluntad de los hombres".

        Frente a la utopía de un mundo sin Dios se alza la labor sacrificada y oculta de las Hijas de la Caridad, Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, "llamadas a continuar en el mundo la misión de Jesucristo, evangelizador y liberador de los pobres", que se sienten "felices, agraciadas de poder entregar nuestra vida al Señor para gastarla en el servicio de nuestros hermanos y hermanas", como afirmaba Sor Evelyne Franc superiora de las Hijas de la Caridad al recibir el galardón.

         Mediante estas palabras y, sobre todo, gracias a su labor en favor de los más desvalidos, las Hijas de la Caridad nos recuerdan que ésta es, y no otra, la "voluntad de Dios". Porque como el Papa Benedicto XVI no ha cesado de repetir desde el comienzo mismo de su Pontificado "Dios no quita nada de lo auténticamente humano, y lo da todo". Dios no quita nada a la democracia sino que se presenta más bien como su garante, porque es el fundamento último de la verdadera paz y justicia social.