Consecuencias de la situacióndemográfica
en Europa
Alban d'Entremont El profesor Alban d'Entremont, de la Universidad de Navarra, es experto en demografía. Analiza, en este artículo, la realidad de la población en España y en Europa, y las consecuencias que se derivan de la tendencia al envejecimiento.
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        El muy escaso dinamismo demográfico en prácticamente todos los países de Europa (bajísima natalidad; exigua nupcialidad; mortalidad en aumento; crecimiento natural estancado; falta de renovación de las generaciones) se hace sentir, más que en ningún otro ámbito demográfico, en la esfera de la estructura de la población, es decir en la estructuración y la configuración de la población, de acuerdo con los componentes individuales que caracterizan a esa población -hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos-, y con sus componentes colectivos más significativos y representativos -familias, grupos primarios y secundarios, clases sociales y comunidades-, que se dan en un país en un momento determinados.

        En los países envejecidos de Europa (globalmente, con más de un 15% de población mayor de 65 años), los índices de dependencia (relación entre la población activa y la pasiva) van en aumento por causa de este desequilibrio en sus estructuras demográficas. Esto trae repercusiones dramáticas, que van desde las excesivas cargas para la Seguridad Social respecto de las pensiones y la provisión de otros servicios sociales a la totalidad de la población, a serios desequilibrios en las estructuras de producción y de consumo, así como a importantes ramificaciones respecto de áreas sociales y económicas que guardan una relación estrecha con la edad, como son, por ejemplo, la educación, la vivienda y la atención sanitaria.

Efectos negativos

        En este sentido, la lista de efectos negativos derivados de una situación de alta dependencia senil, como la que se avecina para todo el entorno occidental, especialmente para Europa (y muy especialmente para España, uno de los países más envejecidos del mundo), es muy larga: disminución del número de personas que componen la población activa; envejecimiento progresivo de esa población activa; desequilibrios que obligan cambios en la política de jubilación; desequilibrios en la inversión y el ahorro a nivel colectivo y familiar; disminución en las rentas familiares disponibles; aumento del gasto sanitario de forma desorbitada; subutilización y redundancia en el sector educativo; primacía de valores conservadores en la política; desequilibrios en las estructuras familiares; aumento de la problemática de la socialización intergeneracional; debilitamiento de las relaciones primarias de apoyo; aumento de la proporción de la población femenina; posible quiebra del sistema de seguridad social.

        Todos estos trastornos pueden conllevar la desintegración de las estructuras familiares, especialmente con la mayor proliferación actual de divorcios, parejas de hecho, hogares monoparentales, matrimonios tardíos y sin hijos, y una disminución de la nupcialidad, lo que lleva al debilitamiento de los lazos de apoyo primarios dentro de la familia. La socialización de la juventud y la atención a la vejez cobrarán especial relevancia como áreas problemáticas, ya que la familia tradicional, que desempeña un papel importante en ambos ámbitos, quedará substancialmente desamparada en el contexto de una nueva manera de configurar la sociedad.

Objetivo: aumentar la natalidad

        Cualquier acción destinada a paliar deficiencias en la cúspide de la pirámide demográfica (población anciana) es saludable y bienvenida, pero las autoridades europeas y españolas harían bien en fijarse también en la base de la pirámide (población joven): por el bien de la nación y de los propios individuos, se impone facilitar los medios para que los ciudadanos tengan una información correcta y un apoyo oficial para poder formar familias y tener hijos con toda libertad. Con la ausencia de una política familiar fuerte, coherente y generosa, en este momento la posibilidad de ejercer esta libertad queda seriamente comprometida en Europa y España, y esto exacerba los problemas del envejecimiento a corto y medio plazo.

        Una manera con la que se experimentó para paliar los problemas de la desnatalidad y del envejecimiento en otros países europeos -por ejemplo, en Suecia- es la de crear un Estado providente de grandes dimensiones, de tal manera que la exigua población activa fuese capaz de generar suficiente riqueza como para mantener adecuadamente a una población anciana desproporcionadamente alta. Esta política ha sido un fracaso, entre otras cosas por la tremenda presión fiscal sobre esa pequeña población activa, de tal manera que se ha recurrido, finalmente, a políticas pronatalistas, que con todo no han dado el resultado esperado. Más efectiva ha sido la famosa política del tercer hijo puesta en marcha en Francia por el Gobierno de François Mitterand hace algunos lustros, política que de nuevo viene a sonar como posibilidad, entre las propuestas del actual Gobierno de Jacques Chirac.

        Otra manera de atajar los problemas de la desnatalidad y del envejecimiento es la de abrir las fronteras, tal vez de forma selectiva, a la inmigración desde otros continentes. Esto rejuvenece la población y estimula la natalidad, pero también trae consigo problemas de asimilación, inserción o integración, y puede exacerbar un racismo o una xenofobia posiblemente latentes en distintos países europeos, y que -como claro síntoma de peligro- han hecho sonar la señal de alarma con los múltiples enfrentamientos como los de Francia de fechas muy recientes. En esto de la inmigración tampoco parece haber mucha coherencia por parte de las autoridades, no sólo españolas, sino europeas, por cuanto que no han abordado esta problemática de forma profunda y común, aunque es cierto que el tema de los movimientos migratorios es muy complejo, y no admite acciones fáciles sin tener en cuenta sus consecuencias a largo plazo.

        En teoría, de continuar las tendencias actuales, se tienen que cumplir inexorablemente los pronósticos más pesimistas, porque la demografía tiene sus propias leyes, y las pautas del futuro están inscritas en las realidades del presente. Estas tendencias y realidades actuales apuntan hacia la probabilidad de que se produzcan hechos demográficos ineludibles en el primer tercio del siglo actual, como son una mayor disminución aún de los índices de natalidad y de nupcialidad, el aumento de la mortalidad general y específica, así como el aumento del grado de envejecimiento, lo que significa que puede producirse una regresión en los números absolutos de población en los países occidentales, y muy notablemente en los países europeos. Esto es lo que vaticina, entre otros organismos internacionales, la ONU.

Tendencias que cambian

        En la práctica, sin embargo, también es posible que las tendencias y las realidades cambien, puesto que estamos contemplando una situación atípica por un lado, y por otro lado se trata de decisiones de ciudadanos libres, que pueden alterar sus pautas de comportamiento conforme a cambios de mentalidad, o debido a circunstancias externas más favorables.

        En este último sentido, es de esperar que las autoridades políticas en Europa y España tomen verdadera conciencia de la gravedad de la situación actual, y aparte de aumentar la protección y el amparo a los mayores, fomenten leyes que faciliten y favorezcan la formación de familias y el estímulo a la natalidad. De momento, este fomento no se está produciendo, o por lo menos sólo tímidamente, ya que las ayudas oficiales son demasiado escasas. Es de esperar que muy pronto vuelva a imponerse el sentido común; sólo de este modo es cómo Europa cobrará vigor y España dejará de ocupar los últimos puestos en el ranking de la natalidad en el mundo, y los primeros puestos en cuanto al envejecimiento de sus estructuras demográficas.