Libres y verdaderos
Quizá no perdonemos a la Ilustración los efectos de sus derivaciones destructivas: el racionalismo de vía estrecha y su fóbico anticlericalismo. Sin embargo, la cerrada apuesta por la verdad que le asociamos mantiene su vigencia y hasta suscita añoranza. Nos toca, sin duda, seguir lamentando nuestros déficits de racionalidad. Acaso vivimos instalados en la inercia de un ensalzaiento formulario del progreso en el conocimiento, nunca superado del todo a causa de nuestro incauto desdén. Escribe el profesor Otxotorena, de la Universidad de Navarra.
Juan M. Otxotorena 8.XII.05 Alfa y Omega
Por falta de sentido crítico         Acabamos de comprobar que más de la mitad de los estudiantes de nuestros colegios no han pisado jamás sus bibliotecas. Y un cantante de moda acaba de declarar en una entrevista, sin el menor rubor y aun con jocosa suficiencia: "Nunca he leído un libro en mi vida". Necesitamos armarnos de recursos críticos frente al curso de los acontecimientos, y dejar de leer no puede ser el mejor camino. El discurso político está lleno de manipulaciones y tergiversaciones sonrojantes. Aun dejando de lado su eventual amparo de la corrupción, tiende a buscar más la venganza y el éxito fácil que la justicia y el bien. Ve en la pregunta de Pilatos: ¿Y qué es la verdad? un argumento exculpatorio para eludir responsabilidades. Y no deja de agredirnos con abrumadores simplismos. Recurre al insulto a la inteligencia. Demuestra un cinismo impensable. Emplea un lenguaje viciado, basado en las dobles mentiras que constituyen las medias verdades. Y no siempre se arruga ante nuestro escándalo; a veces lo provoca a conciencia para salir paradójicamente fortalecido con él. Tal es la lógica de mucha de la publicidad que nos acosa; y también la de la prensa rosa y los subproductos de la televisión, esos mismos que a menudo condena con irritación quien los consume con avidez.
Y se queda satisfecho

        Hace algunas semanas, sin ir más lejos, el Presidente del Gobierno nos sorprendía con una reflexión de esas que no admiten que se las pase por alto. Quiso ofrecer un titular a la prensa y un horizonte programático a la ciudadanía, con su habitual resabio de suficiencia moral. Y vino a decir que, frente a la vieja idea de que la verdad os hará libres, hay que afirmar que, en realidad, "la libertad nos hace más verdaderos".

        Ya es significativa nuestra volubilidad ante las frases grandilocuentes, así como la medida en que nos dejamos arrastrar por ellas y dependemos de un dinamismo social que funciona al compás de sus impulsos sincopados. El hecho obliga a valorar a fondo el papel de los medios de comunicación. Precisamente, resulta también revelador el carácter reactivo y a la contra de buena parte de sus mensajes. Y vale la pena fijarse en cómo nuestros líderes políticos se están convirtiendo en predicadores.

Algunas importantes consecuencias         Con todo, no cabe obviar la absoluta falta de sensibilidad y delicadeza del enunciado. La acusa el tono de su formulación, su expresa ambición respondona y la especialísima naturaleza de su referente: la célebre máxima proclamada por Jesucristo en los evangelios. Sorprende, por infinitos motivos, el increíble mal gusto de quien la cita para trivializarla con un comentario fugaz. No obstante, sorprende aún más la grosera superficialidad de su contenido. Resulta tan evidente que la libertad sólo es posible si existe la información, y que quien se cree libre pero está engañado no puede serlo, que hasta parece bochornoso tomarse la tesis en serio para contestarla. De entrada, podría equivocarse al identificar a sus enemigos. Fue Stalin quien proclamó: "¿Libertad, para qué?"; y lo hizo mientras prohibía a sangre y fuego la religión. Se intuye desde luego lo que Zapatero quería resaltar: no es posible negar el valor de la autenticidad de las conductas, ni que la libertad sea una condición insoslayable para toda construcción de verdad en la sociedad y en nosotros mismos; y hay que denunciar los abusos sobre la libertad promovidos en nombre de la verdad a lo largo de la Historia. Pero el problema está en la contraposición dinámica de los términos del binomio de libertad y verdad, que no es sino la que esos mismos abusos reflejan. El error estaría en su presentación disyuntiva, dialéctica, en el antagonismo radical que proyecta sobre sus relaciones quien las enfrenta combativamente. Hay que extremar el cuidado con este tipo de expresiones. Pueden cimentar equívocos de trascendencia determinante. Cabría mirar, por ejemplo, a la relación entre la educación y la dignidad personal, correlativas de la libertad real. Su observación remite a un esmerado equilibrio: lleva a empeñarse en el acceso a la lucidez de quien hace lo que quiere, en tanto, a la vez, sabe lo que le conviene. A l igual que uno es más uno mismo cuanto más libre es, uno es más uno mismo cuanto más sabe o está más formado, cuando su preparación crítica es más completa.
Para saber pensar

        El pensamiento ilustrado es, pues, algo que echamos en falta. Asistimos a la sustitución corriente de la verdad por el mero interés inmediato, casi siempre superficial y aparente; a la de lo sólido y riguroso por lo cómodo o fácil; y a la de lo correcto por lo que se presume directamente rentable. Y no podemos modelar nuestras biografías ni nuestra historia social a base de puros movimientos reactivos, a la luz de sus hipotéticas consecuencias a corto plazo. Lectura, reflexión y verdad componen para nosotros la meta de la apuesta personal y colectiva más fecunda, una apuesta vital e inaplazable.