Las Confesiones, de
Gérard Depardieu
Daniele Zappalé
Por increíble que pareciera

        Tras la máscara del mayor histrión de Francia, Gérard Depardieu, brillan los fulgores de la escritura de san Agustín. Al principio, la noticia recorrió los ambientes parisinos suscitando que se disparasen todo tipo de rumores. Sin embargo, aquellos que escucharon al actor, en febrero de 2003, en la catedral de Notre Dame, recitar las Confesiones del santo de Hipona tuvieron que dejar de lado los prejuicios. ¿Cómo pensar en una operación mediática, al escuchar semejante inmersión en la lectura –una lectura pública, sí, pero, al mismo tiempo, tan íntima que conmovió a gran parte del auditorio–? Quien tenía en la mente al Depardieu más popular, al actor bufo que representó a Obelix el Galo, se encontró frente a un espectáculo verdaderamente sorprendente. Este extraño fenómeno se repitió en París, en el Oratorio del Louvre, y después en la catedral de Estrasburgo y en Burdeos.

        En noviembre pasado, Depardieu aceptó la invitación de Umberto Eco para recitar la obra de san Agustín en el escenario de la Universidad Católica de Milán. Entre los planes del actor francés se encuentra el hacer dicha representación frente a un público de confesión protestante u ortodoxa, e incluso en el Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, y en una mezquita.

Y él mismo se explica
Encuentro con Juan Pablo II

        Es sabido en Francia que fue decisivo para Depardieu el encuentro que tuvo con Juan Pablo II en el año 2000, con ocasión del Jubileo de los artistas. La primera lectura de la obra, realizada ante unos pocos amigos, desencadenó en el actor el deseo de escribir lo que sería el fruto de su pasión por el santo: el libro Lire saint Augustin (ed. Desclée de Brower), en colaboración con el filósofo especialista en san Agustín André Mandouze. Depardieu ha declarado, en muchas ocasiones, que su atracción por el santo no es fríamente intelectual, sino que se trata de algo fuertemente emocional y casi instintivo: "Amo de san Agustín su amor por la vida, su espíritu de apertura, su voluntad de descubrir lo desconocido. Asumo las cosas y las transmito de nuevo sin analizarlas, tal y como yo las he recibido. Me siento un ignorante iluminado, un inocente", ha explicado a Le Monde.

        Con ocasión de su lectura en Notre Dame, Depardieu afirmó: "San Agustín es para mí la cuestión del por qué. Es el misterio, el misterio de la vida. Amo observar a la gente en oración –no hablo de los fanáticos, o de aquellos que utilizan la religión para anestesiar su dolor–. Amo el verbo de san Agustín, la palabra de sus meditaciones, el sonido que mana de ellas".

        Los franceses han comenzado a acostumbrarse a este nuevo Depardieu, después de creer que lo sabían todo de él tras las 165 películas interpretadas por el actor. El año 2005, en el que se han sucedido en Francia varios episodios de tensión entre la religión y el Estado, ha visto cómo el mundo intelectual se vuelve a san Agustín. El conocido escritor Roger-Pol Droit, por ejemplo, firmó su editorial cultural de fin de año en Le Monde con el título: Nombre: Agustín; sobrenombre: Occidente. Como si una parte de Francia no quisiera perder de vista aquella voz.