¡Cuidado con el perro!
Marta Luján
Cómo digo que no a mi hijo adolescente
Blanca Jordán de Urríes

Puras apariencias

        No hace mucho tuve que ir a casa de los Sres. Pérez por una cuestión de negocios. Al llegar a la entrada de la casa me encontré con un cartel amarillo en el que se distinguía la figura de un enorme perro que apoyaba sus patas sobre la frase ¡Cuidado con el perro! Algo temerosa de lo que pudiera suceder si el dueño no lo cogía a tiempo, me aventuré a llamar, pero antes de que pudiera sugerir que atasen al perro, la puerta había sido abierta. Para mi tranquilidad, después de algunos pasos inciertos, pude comprobar que el cartel de la entrada era mentira, pues no existía tal perro. Penetré entonces en el jardín, camino de la casa, en el que había columpios para niños, y pensé en lo mucho que debían disfrutar ahí los hijos de los Sres. Pérez. Pero más tarde tuve también ocasión de comprobar que los columpios también daban un anuncio falso, pues no había niños en aquella casa. Finalmente me acerqué a la puerta principal en la que una pequeña placa indicaba la residencia de los Sres. Pérez, cosa que también resultó no ser cierta, puesto que el Sr. Pérez vivía solo tras divorciarse hacía unos meses de su esposa.

        Las cosas no son lo que parecen, y el mundo ideal con el que muchas veces soñábamos ha venido poco a poco derrumbándose. Hace unos años nos producía emoción ver las películas futuristas, pues deseábamos contemplar con nuestros ojos cómo íbamos a vivir. Ese futuro ha llegado ya. Hemos alcanzado los cambios tecnológicos, pero hemos perdido muchas cosas esenciales como los hijos.

Soluciones sin solución

        Hoy en día, las parejas prefieren no tener hijos, tenerlos muy tarde y, en ese caso, tener sólo uno. En lugar de ver dar sus primeros pasos a unos cuantos pequeñines, prefieren correr sobre las cuatro ruedas de su mercedes gris metalizado; en vez de tener unos hijos a quienes escuchar y con quienes conversar y compartirlo todo, prefieren tumbarse sobre la arena de la playa y que nadie los moleste. Y no digo que esté mal tener coche o poder irse a la playa de vacaciones; eso a todos nos gusta. El problema es que los hombres hemos perdido la capacidad de hacer historia.

        Podemos tener un precioso coche, pero cuando desaparezcamos de este mundo, no le contará a nadie lo que vivimos y pasamos en esta vida, las cosas grandes y pequeñas que hicimos. Nuestra historia terminará con nosotros; no podré contársela al hijo que nunca existió, ni a los hijos de mis hijos, ni a los hijos de los hijos de mis hijos que podrían prolongar mi propia historia y perpetuar mi recuerdo por generaciones. A cambio de un buen coche, el anonimato.

La gran familia que falta

        Más temible es todavía el hecho de que algunas parejas prefieran tener un perro a tener un hijo. Éste es un “síndrome” muy común. Y es que, en el fondo, los hombres necesitamos compañía, porque buscamos anhelantes la felicidad. Nuestro problema es que creemos verdaderamente que son las cosas las que nos dan la felicidad y que los hijos lo único que nos dan son problemas y gastos. Pero me parece que estamos equivocados. Ahora tal vez podríamos dejar de lado las películas futuristas para echar un vistazo a esas viejas películas de cine clásico y darnos cuenta de cómo se vivía antes. Aún podemos recuperar lo perdido.

        Hay una película de esas de blanco y negro, producción española, que merecería la pena verla de nuevo. El título, La gran familia, lo dice todo. ¡Qué contraste con nuestro mundo actual presenta este matrimonio con nueve hijos! No tienen los adelantos técnicos que nosotros tenemos, ni siquiera televisión; el dinero alcanza siempre justo para pagar todas las deudas y sacar adelante a la familia. No tienen un buen coche, no tienen perro, y no pueden irse de vacaciones a Marbella, pero eso sí, la felicidad que tienen no se las quita nadie. Todos disfrutábamos viéndolos en su vida diaria, con sus pequeños o grandes problemas, y con el amor y la alegría que se respiraba en el seno de esa familia. La verdad, ¡daban envidia!

¿Por qué no ...?

        Si andamos en busca de la verdadera felicidad, ¿por qué no probar a la “antigua”? ¿Por qué no dejar que las cosas sean lo que tienen que ser? Que los Sres. Pérez sean él y ella juntos, que en los columpios del jardín jueguen sus hijos, y un simpático perro los cuide. Esos hijos traerán la felicidad a nuestra casa, y si tenemos que preocuparnos mucho por ellos, mejor, porque eso nos ayudará a no preocuparnos sólo por nosotros mismos, y así, no tendremos tiempo de darnos cuenta que las vacaciones han llegado ya y seguimos aquí, o que nuestro coche ha encogido. La felicidad tiene un precio, pero merece la pena pagarlo... Así cambiaremos nuestra vida moderna y la tecnología por la historia, nuestra propia historia hecha de amor y de risas infantiles.