Aprender a pensar

Ricardo Yepes, fue colaborador del diario chileno "El Mercurio" y colaborador de "Papeles para la libertad" del madrileño diario "Ya". Publicó dos libros que invitan a reflexionar: "Las claves del consumismo" (Ediciones Palabra, Madrid 1989) y "¿Qué es eso de filosofía?" (Ediciones del Drac, Barcelona 1989). Otro de gran sencillez y riqueza de pensamiento es "Entender el mundo de hoy. Carta a un joven estudiante", cuya tercera edición es de 1999; un libro muy recomendable para los jóvenes estudiantes de todas las edades. Fue director de una revista del más alto nivel intelectual: "Atlántida", de Ediciones Rialp. Falleció prematuramente, quizá porque -al decir de la Escritua- "en poco tiempo vivió muchos días".

Antonio Orozco-Delclós. www.arvo.net

En su opinión, ¿sigue vigente el antiguo diagnóstico del profesor Polo sobre la exigua actividad intelectual de nuestro tiempo? ¿Se sigue "pasando" de la tarea del pensamiento?

        En buena parte, creo que sí. En algunos aspectos, la situación incluso se ha agravado. Uno de los grandes males de nuestra sociedad, que denuncio en "Las claves del consumismo", es precisamente, que vivimos demasiado deprisa, y no tenemos tiempo de contemplar qué sucede a nuestro alrededor. Los pensadores antiguos siempre insistían en que el comienzo de la sabiduría es el "asombro" ante el mundo y lo que en él acontece; maravillarse y preguntarse: ¿cómo es posible que eso suceda?

        Por ejemplo, en nuestro mundo siguen ocurriendo cosas poco humanas, y pasamos de largo ante ellas, porque nos hemos acostumbrado, como si fueran normales, cuando con frecuencia son perjudiciales y empobrecedoras. No nos hemos parado a pensar. Una tarea importante de los padres y educadores es fomentar una actitud crítica ante lo que se ha establecido como uso corriente en la sociedad. ¿Recuerda aquellas rebeldías del año 68, el famoso "mayo francés"? Desaparecieron enseguida. Hoy lo más frecuente es el conformismo.

SECUENCIA DE ACTUALIDAD: INDIVIDUALISMO, RELATIVISMO, PERMISIVISMO, CONFORMISMO.

        Sin embargo, hablando con la gente, muchas veces la primera impresión que se obtiene es la de que está poseída de una actitud "hipercrítica" ante los valores: todos quedan en tela de juicio, relativizados o sentenciados para el baúl de los recuerdos...

        Sí, porque en estos asuntos se suele juzgar sin la disciplina mental, de la que, en cambio, no se dispensa nadie que quiera realizar alguna labor científica. Se suelen juzgar las cuestiones fundamentales de la existencia desde una postura muy individualista: "yo no quiero depender de nadie en mis juicios; los demás no tienen nada que aportarme". Ahora bien, esto es reducir la Humanidad a una sucesión de Robinsones. Lo cual es absolutamente contrario a la evidencia histórica. La verdad y el conocimiento se incrementan, la ciencia avanza, la técnica progresa. Y si esto es posible, lo es porque esa verdad es comunicable, porque hay una verdad y unos valores firmes. El relativismo consiste, aproximadamente, en decir que la verdad no es un "descubrimiento", sino una "fabricación" del hombre. Se pretende que cada época histórica y cada persona se construya su visión del mundo, su moral, sus valores, según criterios propios e intransferibles: lo que es válido para mí no lo es para los demás. Y esto se extiende a todos los terrenos, desde el comportamiento ético hasta las creencias religiosas. Lo que ocurre es que el relativismo no soluciona los problemas humanos; más bien los complica injustamente. Al romper todas las dependencias, el hombre queda solo, tanto en la teoría como en la práctica. Sobreviene el cansancio y la desorientación.

        El relativismo desemboca en el permisivismo. Todo se tiene por moralmente posible, bueno o indiferente. No admite que se pueda decir: "esto es moralmente bueno y esto es malo". Ahora bien, el permisivismo se gasta. Cuando se ha experimentado todo, sin ningún freno ético, sobreviene la desorientación, el hastío, la experiencia de la frustración. Se quisiera regresar al hogar, pero la vida transcurre en la sociedad urbana de modo tan acelerado... ¡No hay tiempo para la reflexión!

Y sin embargo, pensar es necesario. Más que el navegar, más que el vivir... Pero, volviendo a la cuestión inicial, ¿cómo enseñar a pensar?

SUPERAR EL ESLOGAN Y LA FUERZA DE LA IMAGEN

        Para enseñar a pensar, lo primero que hace falta es -evidentemente- haber pensado, haberse sometido a la disciplina del entendimiento y escrutar lo que las cosas son. Para mencionar sólo algunas pautas en asunto de tanta envergadura, cabe decir que lo primero es renunciar al eslogan. La gente se conforma con unas pocas frases y muchas imágenes. Se renuncia a explicar las cosas: sólo se muestran. La cultura de la imagen no necesita argumentaciones para impactar al público. Es tal la fuerza de las imágenes que mostrarlas ya es suficiente. Ver por la televisión un terremoto o una inundación es casi tanto como haber estado allí. En este contexto no necesitamos comentarios. Discurrir, pensar, resulta así cada vez menos necesario. Por eso las explicaciones de lo que vemos son sumamente simples; lo más importante es el contacto directo e inmediato con la noticia. Esto aparta a la gente del hábito de argumentar y discurrir, con lo cual se va atendiendo cada vez menos a razones. La vieja costumbre española de la tertulia, por ejemplo, se está perdiendo, porque la gente habla mucho menos: prefiere los videos o la televisión.

        Cuando se deja de leer y se deja de hablar, se piensa cada vez menos. Hoy poca gente gusta de pensar. Los razonamientos abstractos no están de moda: bastan cuatro explicacones convencionales, que la publicidad repite hasta la saciedad. Ahora bien, ¿qué es lo que decidimos ver, qué nos permiten o nos hacen ver -por ejemplo- a través de la televisión?. Este es el problema, porque según lo que veamos, así será nuestra imagen del mundo, que puede tener muy poco que ver con la realidad. Puede parecer que estoy en contra de la imagen, y no es así. Estoy en contra de las actitudes acríticas, de un mirar "embobado".

¿Qué más aconseja usted para enseñar a pensar a los niños y a los jóvenes, hijos o alumnos?

        Aficionarles a leer, y no sólo a ver imágenes. No se trata -insisto- de renunciar a las imágenes, sino de fomentar el gusto por la lectura. Hay que volver a los clásicos de la literatura, y para eso no hace falta tener cuarenta años. Los chicos jóvenes, que tienen una sensibilidad muy acusada, son quienes pueden captar de modo más vehemente los valores humanos que hay en esos clásicos. El problema está en que el texto literario puede resultar extraño o poco comprensible, y ahuyentar a los lectores. Esta es precisamente la tarea a realizar: acercar esos textos, esos mundos de los clásicos, al nuestro. No es difícil.

        Después, hay que enseñar a no conformarse con explicaciones tópicas o convencionales. El lenguaje tiene buena parte de la culpa. Cuando se lee poco y se piensa poco, se habla mal, con escaso número de palabras. Si falta vocabulario, las explicaciones resultan pobres; todo es "guay", "bestial", "oye, tío"... Son modas o modos de hablar, pero pueden esconder un universo mental angosto, reducido a cuatro adjetivos vacíos. Hay que enriquecer el lenguaje, hay que fomentar el diálogo, el ejercicio mental de razonar, de defender una causa, de tener argumentos para las propias decisiones, y no hacer sólo lo que hacen los demás. La conversación, la tertulia, el "debate" sereno sobre un tema de interés, son ejercicios que pueden realizarse de alguna manera en familia, y fomentan el razonamiento, la capacidad racional del hombre.

        Hay una cierta agresión contra esa capacidad de pensar: es la aceleración, la prisa, el mundo audiovisual, las modas, la mala persuasión publicitaria... Todo esto pone en peligro la facultad que tiene el hombre de regirse por su pensamiento, que es su más alta capacidad, lo mejor que tiene, lo que nunca se agota ni aburre: siempre se puede seguir pensando y descubrir nuevas verdades.

INFLACIÓN DE PUBLICACIONES: SELECCIONAR

La necesidad de leer es clara. Pero hoy se publica más que nunca. ¿Cómo y qué escoger?

        Sí; el desarrollo intelectual creciente en toda la población, la informática, las comunicaciones, etcétera, producen una auténtica inflación de publicaciones. Se requiere un criterio de selección. Hay que decir al respecto que la publicidad engaña. ¿Que estoy en contra de la publicidad? No. Estoy en contra de los abusos de la publicidad, de su poder omnímodo. A veces, por ejemplo, la publicidad nos presenta un libro como si fuera una obra maestra, cuando no es más que una obra de mediana calidad. Conseguir una buena información bibliográfica es imprescindible para no cometer errores. Hay que tener en cuenta que el vendedor presenta su producto como lo mejor del mundo. Y luego no es así. Puede haber más apariencia que contenido.

        Lo más práctico es acudir a aquello que el tiempo se ha encargado de consagrar: son las obras que quedan, los clásicos, en definitiva. Pero un clásico no es sólo un autor del siglo XVII o XIX. El siglo XX está también lleno de clásicos de altísima calidad. Son actualísimos. Son los maestros de esta perpleja Humanidad de finales de siglo. Hay que redescubrirlos.