Apasionante tema de debate entre los científicos

El “principio antrópico”

Por fuerza la cosmología conduce a cuestiones fronterizas entre ciencia experimental, filosofía y religión. No es solo el caso de los sabios antiguos. También los físicos de hoy se plantean preguntas de esa clase, sobre todo a propósito del llamado “principio antrópico”. A partir de los conocimientos actuales, este principio señala que las leyes y magnitudes físicas fundamentales parecen cuidadosamente afinadas para que la formación y el desarrollo del universo pudieran dar lugar a la vida en la Tierra.

Octavio Rico 162/03 ACEPRENSA

Al revés de lo más convencional

        El término “principio antrópico” fue propuesto por Brandon Carter en el transcurso de una célebre conferencia que este cosmólogo pronunció ante la Unión Astronómica Internacional en 1974. La idea de Carter (expresada durante dicha conferencia) se resume en pocas palabras: “Aunque nuestra situación [en el universo] no es necesariamente central, es necesariamente privilegiada en algún grado”. Según dicho principio, la vida en la Tierra y la presencia del hombre guardan una estrecha relación con el origen del universo, con su mucha edad y su enorme tamaño. En pocas palabras: el universo es como es porque el hombre existe. En su Historia del tiempo, Stephen Hawking lo dijo escuetamente así: “Vemos el universo de la forma que es porque si fuese diferente no estaríamos aquí para observarlo”.

        Gran parte del revuelo que produjo, sobre todo en medios científicos, este planteamiento, se debe a una razón: el principio antrópico “razona al revés” de como lo hace, por ejemplo, la biología evolutiva u otras ciencias positivas. En efecto, en vez de decir que la vida en la Tierra apareció porque ciertas condiciones, como la temperatura o la composición de los océanos primitivos, fueron favorables, este principio mantiene que la existencia de seres inteligentes en la Tierra puede ser utilizada para explicar por qué el universo es como es y por qué las leyes físicas son como son.

Sería un fundamentado principio

Huéspedes privilegiados

        Naturalmente, esta clase de razonamientos ha sido y sigue siendo objeto de intensos debates. En cualquier caso, y a pesar de que ha sido muy combatido por la corriente materialista, el principio antrópico ha supuesto un acercamiento del hombre al universo, hasta el punto de que algunos científicos han llegado incluso a hablar del universo como de un hogar para el hombre. Tal es el caso del famoso físico relativista John A. Wheeler, uno de los más destacados defensores del argumento antrópico.

        Según el principio antrópico, el universo está adaptado al hombre, como si hubiese sido expresamente diseñado para que él lo habitase. Este principio, que en su forma débil es aceptado por los cosmólogos, dada su evidencia, viene a decir: las cosas en la Tierra son como son, porque en el universo fueron como fueron. Y si no hubieran sido como fueron, nosotros no existiríamos.

        En términos más científicos, en dicha forma débil, el principio antrópico fue enunciado así por Barrow y Tipler en 1986: “Los valores observados de todas las cantidades cosmológicas y físicas [del universo] no son igualmente probables sino que aparecen restringidos por el requisito de que existan lugares donde pueda surgir vida basada en el carbono y por el requisito de que el universo posea bastante edad para que ello haya sido ya así”. Ambos autores lo calificaron como “uno de los más importantes y bien fundados principios de la ciencia”.

Como única explicación de la vida humana

Una inteligencia superior

        Algunos destacados científicos, de entre los que se confiesan más bien poco afines a los planteamientos teleológicos –como es el caso, por ejemplo, de Stephen Hawking, quien en su Historia del tiempo dedicó varias páginas al principio antrópico–, se han expresado también en términos favorables en relación con dicho principio. En este sentido, cabe recordar también aquí al astrónomo Fred Hoyle, quien al reflexionar sobre las resonancias nucleares que tuvieron lugar al sintetizarse los núcleos atómicos en el interior de las estrellas –y sin las cuales la vida en el planeta hubiera sido infinitamente menos probable–, afirmaba: “Una interpretación razonable de los hechos es que una inteligencia superior ha jugado con la física, con la química y con la biología, y que no existen fuerzas ciegas en la naturaleza”.

        En esa misma línea, el físico John A. Wheeler, en el Prefacio de El principio cosmológico antrópico, escribía: “No es únicamente que el hombre esté adaptado al universo. El universo está adaptado al hombre. ¿Imagina un universo en el cual una u otra de las constantes físicas fundamentales sin dimensiones se alterase en un pequeño porcentaje en uno u otro sentido? En tal universo el hombre nunca hubiera existido. Este es el punto central del principio antrópico. Según este principio, en el centro de toda la maquinaria y diseño del mundo subyace un factor dador-de-vida”.

        Carter también enunció el principio antrópico fuerte, según el cual “el universo debe tener aquellas propiedades que permitan el desarrollo de la vida en él, en algún periodo de su historia”. Este, al ser menos evidente que el principio antrópico débil, ha tenido menor aceptación entre los cosmólogos. De hecho, la corriente materialista buscó enseguida el modo de neutralizarlo con las teorías de los universos múltiples. De estas teorías, entre otros temas, se trató en la conferencia que, con el título El futuro de la cosmología, tuvo lugar del 10 al 12 de octubre en la Universidad Case Western Reserve (Cleveland, Estados Unidos), en la que se dieron cita un buen número de especialistas en la materia.

No queda otra alternativa

¿Física o filosofía?

        Alguno de los participantes en la citada conferencia de Case Western Reserve, como John Peacock, cosmólogo de la Universidad de Edimburgo, se declararon abiertamente a favor del principio antrópico, rechazando la idea relativamente extendida de que este principio representaba un paso atrás frente a la física. Otros, en cambio, hablaron de ese principio como de una idea más filosófica que científica. Tal es el caso del astrofísico Lawrence Krauss, de la Case Western Reserve, quien caracterizó el principio antrópico como “una forma de matar el tiempo” cuando los físicos no tenían una idea mejor. Durante uno de los debates, el mismo Krauss se mostró crítico con aquellos razonamientos antrópicos que se hallan en consonancia con la idea de que Dios había creado el universo sólo para nosotros.

        Steven Weinberg, quizás el más destacado científico de los que participaron en la conferencia, suele ser citado como uno de los teóricos que ha aceptado el principio antrópico a regañadientes, como una especie de trágica necesidad para explicar el problema más complejo de todos: es –afirmaba en su conferencia, refiriéndose al principio antrópico– “el tipo de materialización histórica que los científicos se han visto obligados a realizar de vez en cuando…”. De hecho, en su disertación comparó la situación con la de una persona que, en un torneo de póquer, recibe una escalera real a la primera. “Podría ser casualidad…”, dijo Weinberg.

Del todo improbable casualidad

Del cosmos al tapete

        La probabilidad de recibir casualmente una escalera real a la primera es del orden de una entre casi cien millones de jugadas posibles diferentes. De modo que, como dijo Weinberg, “podría ser casualidad”; aunque hay que reconocer que se trataría de una casualidad prácticamente milagrosa.

        Otros grandes científicos piensan de manera bien diferente. Así, Carlo Rubbia, premio Nobel de Física (1984), en el curso de una entrevista se expresaba así: “Cuando observamos la naturaleza quedamos siempre impresionados por su belleza, su orden, su coherencia (…). No puedo creer que todos estos fenómenos, que se unen como perfectos engranajes, puedan ser resultado de una fluctuación estadística, o una combinación del azar. Hay, evidentemente, algo o alguien haciendo las cosas como son. Vemos los efectos de esa presencia, pero no la presencia misma. Es este el punto en que la ciencia se acerca más a lo que yo llamo religión” (El País, 20-VII-1985).