La ley sobre los símbolos religiosos en la escuela pública: el triunfo de la 'laïcité de combat'

Iván Jiménez-Aybar.
Profesor del Instituto de Ciencias para la Familia
Universidad de Navarra
Publicado en: ABC (Madrid) 26 de febrero de 2004

Tarde y mal

        El pasado 10 de febrero, la Asamblea Nacional francesa dio luz verde al Proyecto de ley relativo a la aplicación del principio de laicidad en los centros de enseñanza públicos. Más del 93 % de los diputados que emitieron su voto lo hicieron en apoyo de una norma que, a partir del curso que viene, prohibirá que cualquier alumno acuda a dichos centros ataviado con toda clase de signo o vestimenta que ponga de manifiesto «de manera ostensible» su pertenencia a una religión determinada.

Una norma diseñada para atajar un problema mal resuelto

        Pese a esta aparente pretensión de universalidad, a nadie escapa que este Proyecto de ley –concebido como «el eje de una política que afirma los límites y dibuja los contornos de lo que puede y de lo que debe aceptar la República», tal como apuntó el Primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin, durante el discurso que pronunció el 3 de febrero con ocasión de la presentación del Proyecto de ley ante la Asamblea Nacional– es una norma especialmente diseñada para atajar de raíz un problema mal resuelto: el del denominado «affaire du foulard islamique». Ante la ausencia de todo referente legal al respecto, los responsables de las escuelas y de los institutos franceses –siguiendo la doctrina establecida por el Consejo de Estado en 1989– debían, hasta ahora, resolver esta cuestión atendiendo a sus propias normas de régimen interno, dilucidando, caso por caso, si el hecho de que una alumna musulmana llevara puesto el velo durante las horas lectivas constituía un acto de proselitismo o era, simplemente, una manifestación más de su libertad de expresión.

Al revés de lo pretendido

Símbolos bajo sospecha

        En resumen, cuando entre en vigor la futura ley, los directores de los centros educativos públicos franceses podrán ampararse en esa norma para prohibir tajantemente la entrada a sus instalaciones de toda alumna que vaya ataviada con el denominado «hiyab» (o velo islámico), el cual se considera, ex lege, un símbolo que manifiesta de modo ostensible la voluntad de exteriorizar y de reivindicar la pertenencia a una religión determinada (la musulmana, en este caso). Y ¿podrá adoptarse idéntica determinación cuando se trate de un crucifijo? En estos supuestos, nos encontramos ante símbolos bajo sospecha. Es decir, en cada caso concreto, los responsables de dichos centros deberán determinar (se supone que atendiendo a su tamaño y forma) si se trata, en palabras del propio Raffarin, de «objetos discretos que simplemente representan la adscripción personal a una confesión», o si, por el contrario, son signos cargados de simbología política y exhibidos con intenciones proselitistas, como ocurre en el caso del velo.

        Sea como fuere, es ciertamente preocupante comprobar que la escuela francesa –el «santuario de la neutralidad republicana», como subraya este Primer ministro–, donde los futuros ciudadanos deberían aprender a convivir en armonía con culturas y religiones diferentes, corre el riesgo de convertirse a corto plazo en un lugar donde el ejercicio del derecho de libertad religiosa se conculque sistemáticamente en favor de una malentendida laicidad que propone la neutralidad ideológica a modo de religión de Estado (curiosa paradoja), credo éste que se define en negativo, es decir, por la ausencia de todo referente religioso en materia educativa.

Una clara vuelta al pasado

«Laïcité pacificatrice» versus «laïcité de combat»

        Cabe decir, además, que la aprobación de este Proyecto de ley por parte de la Asamblea Nacional supone, asimismo, el aparente fracaso de las tesis que abogaban por la opción de la «laïcité pacificatrice» como instrumento integrador de las diferentes religiones en el seno de la sociedad francesa. En este sentido, el Ministro del Interior, Nicolas Sarkozy impulsó el pasado año la creación del denominado Conseil Français du Culte Musulman, órgano llamado a representar al conjunto del Islam francés y a servir de interlocutor válido para negociar cualquier cuestión conexa a la práctica del culto islámico en ese país.

        Por consiguiente, ¿no hubiera sido más coherente encuadrar la cuestión del velo en el marco del diálogo y la cooperación con la propia comunidad musulmana a través de dicho Conseil? Esto habría ayudado, entre otras cosas, a identificar con claridad aquellos supuestos en los que determinados sectores del Islam francés utilizan el velo –y, con él, a las propias niñas musulmanas– como instrumento político que persigue la implantación en el país galo de un islamismo de corte radical. Es cierto que la lucha (que proviene del temor) contra el mal llamado fundamentalismo islámico ha sido el factor determinante a la hora de elaborar este Proyecto de ley. Pero también lo es que el medio elegido supone una flagrante violación del ejercicio del derecho de libertad religiosa, el cual permite a toda persona la libre manifestación de su propia religión o creencia tanto en público (este aspecto se vulnera de modo especial) como en privado, tal como se establece en la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.

        Lejos de acometer normativamente la regulación de este derecho –siguiendo a tal efecto los ejemplos de España o Portugal–, mediante este esbozo de Código de laicidad parece adivinarse un retorno a la «laïcité de combat» de tiempos pasados, que propugna la asimilación (o, mejor aún, la erradicación) del factor religioso en aras de la defensa a ultranza de una radical neutralidad ideológica del dominio público. Oscuro panorama para la libertad religiosa en el país vecino.