Males de ricos

Robert J. Samuelson comenta en Newsweek (22 marzo 2004) las aflicciones que trae consigo la prosperidad económica: obesidad, ansiedad, falta de tiempo, soledad..., problemas sin importancia comparados con los de los países pobres, pero muy paradójicos.

ACEPRENSA Servicio 52/04

La segunda causa

        Parece contradictorio, pero cada vez más problemas sociales y dolencias son consecuencia de la prosperidad, no de la pobreza. El ministro de Sanidad estadounidense, Tommy Thompson, dijo esto después de anunciar que la obesidad compite ahora con el tabaco como causa principal de las muertes prematuras.

        Según los Centers for Disease Control, los problemas derivados de la obesidad causan 400.000 muertes al año, justo detrás de las muertes relacionadas con el tabaco (435.000) y muy por delante del alcohol (85.000), los accidentes de tráfico (43.000) y las armas de fuego (29.000). Se estima que la obesidad y sus complicaciones –diabetes o enfermedades cardiovasculares, por ejemplo– suponen actualmente el 9% del total del gasto sanitario en Estados Unidos. Cuando éramos más pobres, la obesidad no era un problema.

Y se tira mucha comida

        Es cierto que los restaurantes de comida rápida tienen parte de culpa, pero sobre todo se debe a que la comida se ha vuelto mucho más barata y, en consecuencia, consumimos más –y mucho fuera de casa–. En 1950, los estadounidenses gastábamos en comida el 20% de los ingresos (y menos de una quinta parte de eso, en comer fuera de casa). Ahora gastamos el 10% (la mitad, fuera). Además, comemos lo que nos apetece; así, ¿quién puede extrañarse de que consumamos un 20% más de azúcar que en 1980? Lo que nos salva es que tiramos a la basura parte de la comida extra; de otra forma los estadounidenses pesarían 136 kilos, según Roland Sturm, experto en obesidad de la Rand Corp.

        Sturm dice que la obesidad es un “efecto colateral del crecimiento económico”. En economía, se considera buen síntoma gastar poco en los artículos de primera necesidad –como la comida– porque así la gente puede gastar dinero en otras cosas. Es una forma de mejorar el nivel de vida, lo cual no significa que gastemos prudentemente el dinero, sea en comida o en otras cosas.

Una abrumadora oferta         Otro problema es que hay demasiado donde elegir. Barry Schwartz dice en su libro The Paradox of Choice: Why More Is Less que hay estudios de consumo con “comparativas entre 220 nuevos modelos de coche, 250 cereales para el desayuno, 400 reproductores de vídeo, 40 sopas instantáneas, 500 pólizas de seguros sanitarios, 350 fondos de inversión e incluso 35 alcachofas para ducha”. Las personas se sienten abrumadas por el tiempo que hay que dedicar para tomar la mejor opción y por lo mal que se sentirán si no aciertan. Equivocarse en una compra puede irritar pero los grandes errores (profesionales, en la conciliación trabajo y familia, etc.) pueden ser profundamente deprimentes, concluye Schwartz.
Y deseos insatisfechos

        Otro libro –también con la palabra paradox en el título–, The Progress Paradox: How Life Gets Better While People Feel Worse, de Gregg Easterbrook, señala que a medida que se satisfacen los deseos de bienes materiales, crecen los psicológicos. “Casi todo lo que la gente desea de verdad –amor, amistad, respeto, familia, nivel social, diversión– no está en el mercado”, dice al autor. La prosperidad puede empeorar la situación: en 1957, solo el 3% de los estadounidenses se sentían solos; ahora son el 13%.

        Está claro que estos problemas no son graves comparados con la pobreza o el desempleo y, además, se pueden solucionar. La obesidad se puede combatir mejorando la alimentación y haciendo ejercicio. La ansiedad, asumiendo que algunas decisiones serán menos afortunadas que otras. Sin embargo, los problemas de la prosperidad nos deberían recordar que no importa tanto cuánta riqueza tengamos sino cómo la usemos.