1.
Nicodemo y José de Arimatea discípulos
ocultos de Cristo interceden por Él desde los altos
cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total
y del desprecio..., entonces dan la cara audacter (Mc
XV, 43)...: ¡valentía heroica!
Yo subiré con ellos al
pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver
de Cristo, con el fuego de mi amor..., lo desclavaré
con mis desagravios y mortificaciones..., lo envolveré
con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré
en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá
arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!
Cuando todo el mundo os abandone
y desprecie..., serviam!, os serviré, Señor.
2.
Sabed que fuisteis rescatados de vuestra vana conducta...,
no con plata u oro, que son cosas perecederas, sino con la sangre
preciosa de Cristo (1 Pet I, 18-19).
No nos pertenecemos. Jesucristo
nos ha comprado con su Pasión y con su Muerte. Somos
vida suya. Ya sólo hay un único modo de vivir
en la tierra: morir con Cristo para resucitar con Él,
hasta que podamos decir con el Apóstol: no soy yo el
que vivo, sino que Cristo vive en mí (Gal II, 20).
3.
Manantial inagotable de vida es la Pasión
de Jesús.
Unas veces renovamos el gozoso
impulso que llevó al Señor a Jerusalén.
Otras, el dolor de la agonía que concluyó en el
Calvario... O la gloria de su triunfo sobre la muerte y el pecado.
Pero, ¡siempre!, el amor gozoso, doloroso, glorioso
del Corazón de Jesucristo.
4.
Piensa primero en los demás. Así pasarás
por la tierra, con errores sí que son inevitables,
pero dejando un rastro de bien.
Y cuando llegue la hora de la
muerte, que vendrá inexorable, la acogerás con
gozo, como Cristo, porque como El también resucitaremos
para recibir el premio de su Amor.
5.
Cuando me siento capaz de todos los
horrores y de todos los errores que han cometido las personas
más ruines, comprendo bien que puedo no ser fiel... Pero
esa incertidumbre es una de las bondades del Amor de Dios, que
me lleva a estar, como un niño, agarrado a los brazos
de mi Padre, luchando cada día un poco para no apartarme
de Él.
Entonces estoy seguro de que
Dios no me dejará de su mano. ¿Puede la mujer
olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del hijo
de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no
te olvidaré (Is XLIX, 15).
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