|
¡Satisfecha
queda el ansia de sufrir de nuestro Rey! Llevan a mi Señor
al patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte. (Marc.,
XV, 16) Los soldadotes brutales han desnudado sus carnes purísimas.
Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren a Jesús.
Una caña, por cetro, en su mano derecha...
La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas...
Ave Rex judeorum! Dios te salve, Rey de los judíos. (Marc.,
XV, 18.) Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen.
Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús
es mostrado al pueblo judío: Ecce homo! Ved aquí
al hombre. Y de nuevo los pontífices y sus ministros alzaron
el grito diciendo: ¡crucifícale, crucifícale! (Joann.,
XVIII, 5 y 6.)
Tú y yo, ¿no le habremos vuelto a coronar de espinas,
y a abofetear, y a escupir?
Ya no más, Jesús, ya no más... Y un propósito
firme y concreto pone fin a estas diez Avemarías.
|