"Los terroristas no escuchan a nadie; una vida no se puede destruir jamás"

Martín José Sanz, sacerdote herido en los atentados del 11-M

por Daniel San Martín
La Razón

Brazo perdido

        Le pilló adormecido la explosión de una bomba en el tren de la estación de El Pozo, pero, a pesar de ello, está muy agradecido a Dios. Perder un brazo le parece "unos rasguños", ya que ha salvado la vida.

        Es capellán del Hospital Infantil Niño Jesús desde hace nueve años e iba en el vagón que explosionó el pasado 11 de marzo en la estación madrileña de El Pozo. En el terrible atentado, perdió el brazo derecho. Sin embargo, su fe y las ganas de "estar con los niños y luchar por seguir adelante" continúan intactas, como siempre.

¿Cómo vivió el atentado?

        Iba dormitando en el tercer o cuarto vagón, a pesar de que suelo coger el de cabecera, cuando al llegar a El Pozo pegó la gran explosión. Vi cómo salía la fogata y cómo me elevaba y perdía el sentido. No sé cuánto tiempo estuve así. Después, cuando lo recobré, me di cuenta de que no tenía el brazo derecho, que estaba colgando de la manga de mi abrigo. Veía cómo fluía la sangre. Allí pasé muchísimo tiempo hasta que un joven me ayudó a incorporarme. Entonces cogí el brazo, pero estaba explotado y lleno de metralla. Los médicos no pudieron hacer nada con él.

¿Cuál fue su primera reacción?

        Cuando recobré el sentido y empecé a oír el griterío, los lamentos de los heridos y vi a mi alrededor tantos cadáveres y personas que apenas se movían, le di a toda aquella gente la absolución.

¿Qué le diría a las víctimas y a sus familias?

        Tuvimos la desgracia de caer en manos de estos desaprensivos, de estos criminales, y tenemos que aceptar la situación y ofrecer a Dios el sacrificio que nos ha pedido pero que nos han producido otros. Dios no produce esto. Estoy muy agradecido a Dios porque, aunque he perdido un brazo, me parecen unos rasguños. Gracias a Él, sigo ahora con vida.

¿Y a los terroristas?

        Tiene que ser gente muy descerebrada que no escucha las palabras serenas de nadie. Les diría que han cometido una brutalidad gratuita, que la vida de un hombre, una sola vida, es algo tan valioso que no se puede destruir jamás.