Eutanasia: ¿Debemos matar a los enfermos terminales?
Brian Pollard
Eutanasia del amor
Se ha escuchado mucho ya sobre los dilemas éticos que suceden alrededor del tema de la eutanasia, pero no se habla mucho sobre una eutanasia que sucede en muchos casos antes, con mucha mayor frecuencia, en jóvenes y en adultos, hombres y mujeres, donde el cuerpo está con vida pero el interior de la persona parece haber “muerto”. La llamada eutanasia del amor.
Gabriela Carrillo
El hombre en busca de sentido
Viktor E. Frankl

 

 

 

        Al analizar la definición de eutanasia, la Real Academia de la Lengua Española cita: f. “Acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él.” Med. “Muerte sin sufrimiento físico.”

¿Qué es eutanasia del amor?

        La eutanasia del amor es cualquier acción u omisión que provoca que se evite un sufrimiento emocional o espiritual; pequeño o grande. Puede ser tan insignificante como cuando hablamos de no querer compartir algo propio o tan importante y trascendente como cuando evitamos el comienzo o seguimiento del matrimonio por el miedo a sufrir. La repercusión que existe en cada acción u omisión es tal que se vuelve progresivo. A medida que vamos aniquilando la donación de nuestra persona ante la vida, avanza más el miedo, y existe un aislamiento cada vez mayor de la persona de la realidad en grados muchas veces enfermizos.

        Dentro de la persona comienza un desequilibrio en su individualidad; valora a tal grado su propio “yo” que lo convierte en un dios, a quien nadie y nada puede tocar, nada puede alterar su equilibrio; nadie ni nada pueden “dañarlo”. El miedo a entrar en contacto con otra persona en la intimidad no física, sino de su corazón, de lo que lleva dentro como persona, le impide establecer relaciones en todos los ámbitos: laborales, familiares, sociales y de familia, aun con su esposa o esposo y con sus hijos.

        Y existe una gran diferencia entre el vivir con dignidad y el vivir con un “yo endiosado”. La dignidad la tiene cualquier persona y nunca se debe pasar por alto o ser menoscabada. Viene impresa en cada persona y no se debe poner en cuestionamiento aún cuando se tiene meses de gestación o 70 o más años de vida. Por el contrario vivir con un engrandecimiento del “yo”, aprendido muchas veces por experiencias negativas que lastimaron a la persona, crea un pensamiento que rehúsa crecer, ser pulido o mejorado y produce un estancamiento que lo coloca en la entrada de una zona de conforte en donde todo lo que espera es recibir de las demás personas lo que debería estar entregándoles libremente. Desconfía y provoca conflictos que suelen acabar en beneficios propios. Aparentemente puede parecer una persona que le va bien porque consigue lo que quiere y nunca se verá triste o defraudada, sin embargo por dentro puede estar ocurriendo totalmente lo contrario sin dar la menor seña.

El “yo” está de moda

        Existe una cultura de la individualidad, donde el “yo” es lo más sagrado de la persona y todo gira alrededor de éste. La salud, la vivencia de la sexualidad, la profesión, la diversión y demás aspectos de la vida de cualquier persona, son analizados y estudiados por multitud de disciplinas, que hacen que cada vez más las personas estén preocupadas y confundidas en tanto mar de información y modas. Lo que comienza como un aparente descubrimiento del yo interior de la persona, una reflexión sobre el sentido de la vida, acaba por ser una obsesión por el propio “bienestar” que prometen todas estas ideologías. Un bienestar confundido con la comodidad y aislamiento de lo que verdaderamente es el ser humano: sus relaciones con los otros.

        Llega a haber tal grado de preocupación por el “yo” que termina por “matar” toda entrega aunque sea mínima hacia el otro, no digamos ya a la familia o una pareja. Todo primero tiene que pasar por el filtro del “yo”: si no me deja algo bueno en el momento o a corto plazo, si me quita de mi comodidad o se muestra como un riesgo a mi ecuanimidad emocional no pasa, se rechaza y elimina. El solo hecho de pensar que “nuevamente se puede salir lastimado” o que alguna persona pudiera aprovecharse de “la buena voluntad” y tomarse más de lo que deba, para antenas y cierra compuertas; la persona queda aislada.

        Cuando la persona comienza a aislarse se quiere convencer de que no necesita de nadie para estar bien y empieza a buscar motivadores o satisfactores personales. Entra en una espiral descendente, ya que entre más se fije en su “yo” más lo eleva, menos necesita de las personas de su alrededor y más se aísla. Esto es una ecuación que no tiene fin, la persona cada vez más aislada tiene más miedo de realizar proyectos en los que se involucren a más personas y en donde tuviera que confiar en ellas.

Respuesta: Abrirse a lo que da la vida

        Después de la descripción de este perfil tan dramático, nos podemos preguntar cómo se puede escapar de esta espiral asfixiante. Lo único que tiene que hacer la persona es todo lo contrario. Suena sencillo pero muchas veces las cosas sencillas son las más difíciles de realizar. Sin embargo tomando acciones pequeñas y convirtiendo las omisiones en hechos todos los días, en cosas pequeñas se puede revertir el proceso.

        La vida está llena de oportunidades que tomar todos los días y si no se toman seguramente alguien más las tomará y se beneficiará de ellas. Perder el miedo al fracaso aceptando la vida tal cual es, con sus momentos buenos y sus momentos de sufrimiento. Sacar la riqueza de las personas, crecer con ellas y disfrutar de todo lo que tienen para dar, confiar en que si nos enfocamos en apoyar a otras personas alguien más se enfocará en nosotros y terminará por ayudarnos si lo necesitamos. Todos estos pensamientos, que son positivos, no son nuevos y son tan sencillos de implementar; son la medicina para un aislamiento ya intensivo y crónico. Salirse de uno mismo y comenzar a pensar un poco en el de al lado, esa es la mejor manera de realmente combatir enfermedades tan comunes hoy de estrés y de tensión, ansiedad e incertidumbre. Tan al alcance de cualquier persona que lo único que tiene que hacer es girar a ver a la persona y preguntarle, por ejemplo: “Hola, ¿cómo estás? ¿En qué te puedo ayudar hoy?