Un
"detalle" pasado por alto |
En los últimos meses se ha abierto un debate
de magnitud histórica en países de todo el mundo. La
cuestión estriba en el uso de las células madre humanas
para fines médicos. Las células madre son las células
progenitoras que se diferencian para convertirse en células
específicas, tejidos y órganos durante el proceso de
desarrollo del feto. Hace algunos años, los científicos
aislaron estas células por primera vez, y ahora los investigadores
están muy ocupados experimentando con ellas con la esperanza
de poder producir algún día repuestos para el
cuerpo y terapias para un amplio abanico de enfermedades humanas,
entre ellas la enfermedad de Alzheimer, la enfermedad de Parkinson,
apoplejías, infartos, la regeneración de la médula
espinal, el cáncer y la diabetes.
Naturalmente, todo este poder recién descubierto
tiene su lado oscuro. Como ahora ya podemos plantearnos seriamente
la idea de fabricar todas las partes diversas que componen un ser
humano, ¿a quién deberíamos confiar el poder
de controlar el proceso de producción? Las empresas implicadas
en la investigación ya están reclamando las inmortales
células que dan origen a la vida humana. El estudio de la célula
madre nos coloca por primera vez cara a cara frente a la perspectiva
de crear una sociedad eugenésica impulsada comercialmente en
el siglo XXI, y es precisamente esta posibilidad la que, hasta la
fecha, se ha pasado prácticamente por alto en el debate público.
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La
cuestión técnica en términos |
El
dilema moral del estudio de la célula madre reside en que sólo
hay dos formas de cosechar esas células tan preciadas: a partir
de los embriones o de los individuos después de nacer. Aunque
la última opción, que es la menos problemática,
ha tenido resultados prometedores en las pruebas experimentales efectuadas
sobre animales, cada vez hay más investigadores a favor del uso
de la primera opción, la más problemática, alegando
que las células obtenidas a partir de embriones podrían
producir resultados mejores. Hay tres formas de obtener las células
madre procedentes de embriones: utilizar los embriones descartados que
sobran de los procedimientos de fertilización in vitro; crear
embriones en una placa Petri de cultivo utilizando espermatozoides y
óvulos donados, o clonar un embrión humano a partir de
una célula humana adulta.
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El
debate |
La Iglesia católica y los defensores del derecho
a la vida alegan que el uso de embriones para obtener células
madre es inmoral, dado que significaría quitarle la vida a
un ser humano, y, por consiguiente, debería prohibirse el procedimiento.
Los científicos alegan que negar a los investigadores el uso
de embriones podría implicar que millones de seres humanos
mueran innecesariamente en el futuro, porque no se intentaría
aprovechar los posibles beneficios para la medicina que supone esta
investigación.
A comienzos del pasado agosto, el debate cobró
impulso tras el anuncio de los investigadores del Instituto Jones
de Medicina Reproductora de Norfolk (Virginia) de que habían
recogido óvulos y espermatozoides de donantes anónimos
y habían fabricado embriones humanos por primera vez con el
fin expreso de utilizarlos para obtener células madre.
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Una
peligrosa puerta abierta |
Entretanto, mientras los jefes de Estado y los parlamentarios
se enfrentan a la cada vez más intensa disputa entre los defensores
del derecho a la vida y los investigadores, entre bastidores se desarrolla
una historia mucho más amenazadora, con una enormidad de posibles
consecuencias para la sociedad. Los científicos estadounidenses
y británicos y las empresas de biotecnología están
utilizando la tecnología embrionaria y de la célula
madre para desarrollar el marco de una versión comercial de
Un mundo feliz de Aldous Huxley, e irónicamente
la discusión sobre la financiación federal de este estudio
les ha proporcionado una tapadera muy conveniente para enmascarar
su plan.
Si ponemos las cartas boca arriba, lo cierto es que,
aunque Estados Unidos y otros países prohíban el uso
de fondos públicos para esta investigación que
es hasta donde llega el actual debate sobre el estudio de la célula
madre, las cosas no cambiarán demasiado. Las empresas
privadas están decididas a ejercer el control sobre lo que
algunos denominan la última frontera humana: el diseño
y fabricación de embriones, células, tejidos y órganos
humanos. Hasta la fecha, no ha habido muchos Gobiernos dispuestos
ni siquiera a insinuar que se prohíba la financiación
privada de esta investigación. La consecuencia es que la negativa
del Gobierno a financiar este estudio deja la puerta completamente
abierta para la explotación comercial de los embriones y el
estudio de la célula madre. Estamos en el vértice de
una Era de la Eugenesia comercial.
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Eugenesia
moderna e inadvertida pero igualmente salvaje y comercial |
Eugenesia es un término acuñado
en el siglo XIX por sir Francis Galton, un filósofo británico.
Significa el uso de la cría tanto para eliminar rasgos genéticos
no deseados como para añadir los rasgos deseados, a fin de
mejorar las características de un organismo o de una especie.
Cuando pensamos en la eugenesia, pensamos en el macabro plan de Adolf
Hitler de crear la raza superior. Sin embargo, actualmente,
en las salas de sesiones de las juntas directivas de las empresas
y lejos del escrutinio público se prepara meticulosamente un
nuevo movimiento eugenésico, una eugenesia comercial de naturaleza
muy distinta a la histeria de eugenesia social que plagó el
mundo durante la primera mitad del siglo XX.
Nuestra historia comienza con una pequeña empresa
de biotecnología, Roslin Bio-Med. La empresa fue creada en
abril de 1998 por el Instituto Roslin, una institución de investigación
financiada por el Gobierno y situada a las afueras de Edimburgo, en
Escocia, donde se clonó a la oveja Dolly. La empresa recibió
una licencia en exclusiva sobre toda la tecnología de clonación
para investigación biomédica del Instituto Roslin. Un
año después, Roslin Bio-Med fue vendida a Geron, una
empresa estadounidense con sede en Menlo Park (California). Después,
en enero de 2000, la Oficina de Patentes británica concedió
una patente al doctor Ian Wilmut para su tecnología de clonación.
La patente, que actualmente es propiedad de Geron, abarca el proceso
de clonación y todos los animales producidos por el proceso
de clonación. Lo que la opinión pública no sabe,
porque ha sido objeto de muy poca atención, es que la Oficina
de Patentes británica otorgó a Wilmut y a su empresa
una patente sobre todos los embriones humanos clonados hasta la fase
de desarrollo del blastocisto, que es la fase en la que surgen las
pluripotentes células madre. El Gobierno británico ha
sido el primero del mundo en reconocer efectivamente al embrión
humano como forma de propiedad intelectual. El Reino Unido también
fue el primer país en aprobar el uso de embriones, e incluso
de embriones clonados, para obtener células madre.
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La
batalla financiera con seres humanos |
A
pesar del éxito británico en la creación de un
régimen normativo y comercial favorable para el nuevo estudio,
fue la empresa estadounidense Geron la que se dio más prisa en
bloquear la tecnología de clonación. Incluso antes de
asegurarse la patente sobre el embrión, Geron había estado
financiando secretamente el estudio de la célula madre desarrollado
por dos investigadores estadounidenses, James A. Thomson, de la Universidad
de Wisconsin, y John Gearhart, de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore,
en Maryland. En noviembre de 1998, ambos científicos anunciaron
que habían aislado e identificado de forma independiente las
células madre humanas. Este impresionante avance abrió
las puertas a una era de experimentación sobre la célula
madre en medicina. Las instituciones académicas de los investigadores
inmediatamente solicitaron las patentes y vendieron a Geron las licencias
exclusivas para el uso de las patentes. Según los términos
del contrato de Johns Hopkins, Gearhart recibe una participación
de los derechos de explotación que se recauden sobre el uso de
su patente. Gearhart y Johns Hopkins también tienen participaciones
en Geron, y Gearhart ejerce de asesor para la empresa. Geron, que anteriormente
era la única empresa en este campo, ahora tiene un competidor.
El fundador de Geron, Michael West, se marchó de la compañía
y ahora dirige Advanced Cell Technology en Massachusetts. La nueva empresa
de West cuenta con sus propias patentes sobre clonación embrionaria
no humana y experimenta con formas alternativas de crear células
madre humanas.
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Absoluta
falta de escrúpulos |
Al conseguir las patentes sobre el proceso de clonación,
así como sobre los embriones humanos clonados y las células
madre clonadas, las empresas como Geron y Advanced Cell Technology
se encuentran en posición de dictar las condiciones de los
avances futuros en la investigación médica que utilice
las células madre. La producción en masa de embriones
clonados humanos supone una fuente ilimitada de células madre.
Las células madre, a su vez, son las progenitoras de los aproximadamente
200 tipos de células diferenciados que componen la biología
de la vida humana. Los investigadores, los institutos y otras empresas
de todo el mundo tendrán que pagar a Geron y a Advanced Cell
Technology para acceder al uso de los embriones o de las células
madre que producen, otorgando a las empresas una ventaja sin precedentes
en el mercado. Si otros investigadores o empresas consiguen hacer
células corporales concretas a partir de las células
madre, es probable que tengan que formalizar contratos de licencia
comercial de diversos tipos con Geron y Advanced Cell Technology por
los derechos para producir los productos.
Así que, mientras los defensores del derecho
a la vida se pelean con los científicos, los expertos en ética
y los legisladores por la moralidad de utilizar los embriones para
la investigación, las empresas como Geron y Advanced Cell Technology
se han adelantado al debate y ya han establecido un plan comercial
para explotar tanto los embriones humanos como las células
madre en la Era de la Biotecnología.
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El
camino emprendido y su oscuro futuro |
¿Qué presagia todo esto para el futuro?
Para empezar, la concesión de una patente para embriones humanos
clonados plantea una cuestión política formidable. ¿Pueden
las instituciones comerciales reivindicar una vida humana individual,
en forma de propiedad intelectual, en su fase temprana de desarrollo?
La Oficina de Patentes británica ha dicho que sí. En
el siglo XIX luchábamos por la cuestión de si los seres
humanos, después del nacimiento, podían ser adquiridos
como si de una propiedad comercial se tratase, y al final todas las
naciones acabaron aboliendo la esclavitud. Pero ahora tenemos una
tecnología que permite a empresas como Geron reivindicar seres
humanos como propiedad intelectual entre la concepción y el
nacimiento. La cuestión de si se permitirá a las empresas
comerciales ser propietarias de seres humanos antes del nacimiento
será probablemente uno de los temas políticos primordiales
del siglo de la biotecnología.
En segundo lugar, ¿se debe permitir a empresas
como Geron y Advanced Cell Technology ser propietarias -en forma de
propiedad intelectual- de células humanas primarias que son
la puerta de acceso para toda la composición biológica
que constituye la vida humana? ¿Estamos ante el riesgo del
amanecer de una nueva era de la historia de la humanidad en la que
la creación de la vida humana estará cada vez más
controlada por las fuerzas comerciales? ¿Serán las empresas
mundiales de biotecnología dueñas del diseño,
las partes y los procesos que producen una vida humana?
Es necesario examinar al completo las implicaciones
comerciales de la investigación del embrión y de la
célula madre. De no ser así, todos podríamos
vernos atrapados en un futuro de eugenesia comercial que ni hemos
previsto ni hemos elegido voluntariamente.
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JEREMY RIFKIN es autor de
El siglo de la biotecnología (Grijalbo / Mondadori, 1999) y
Presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas
de Washington, DC.
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