Alfonso
Aguiló, |
El orgullo en casa |
El orgullo adopta muy diferentes disfraces. Si lo buscas dentro de ti, lo hallarás por todas partes. Sin embargo, cuida de no utilizar esos descubrimientos para desalentarte.
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El orgullo fuera de casa |
Más ejemplos en la vida diaria fuera del hogar: Estás dando vueltas en busca de aparcamiento en el centro de la ciudad, cuando alguien te corta el paso y ocupa el espacio libre que tenías delante. Te pones furioso, le increpas, te embarga una ira desproporcionada. Llegas a la oficina y entregas a tu secretaria el trabajo bruscamente y le das órdenes de forma desconsiderada y altiva, sin dar las gracias ni mostrarte amable. Eres médico o abogado, y un cliente acude a ti con un problema, y resulta ser un poco premioso, y te impacientas con él y le apabullas con la jerga médica o jurídica. Estás en la cola, a la espera de hacer una compra, y a una anciana que tienes delante le resulta difícil contar el dinero; te mueves con impaciencia y suspiras sonoramente con exasperación. | |
El propio orgullo influye en otros |
En la medida en que tú erradiques el orgullo de tu vida, desaparecerá de la familia y tendrá menos arraigo en tu hijo adolescente. Piensa que en una gran parte de esos ejemplos los hijos son espectadores, y es entonces cuando van formando sus criterios de conducta. No te estoy hablando simplemente de cuidar los modales. Piensa en cuál es tu forma de pensar acerca de ti y de los demás: Cada vez que actúas con superioridad o humillante condescendencia para con los demás, has caído en el orgullo. | |
La agresión casi siempre acompaña |
Cuando increpas a un conductor un poco torpe, criticas a tu cónyuge o tratas a un camarero como si fuera un esclavo, agredes la dignidad de alguien que la merece toda. Cuando parece que disfrutas diciendo que no, porque así te das aires de mucho mando, o cuando produces actitudes serviles ante ti, degradas a esas personas y te degradas a ti mismo. Cuando quizá incluso siendo pacifista te olvidas de la paz en tu vida cotidiana, y resulta que eres peleón y encizañador en tu trabajo, intolerante con tu marido o tu mujer, excesivamente duro con tus hijos, despectivo con tu suegra, o áspero con tu portero y tus vecinos, entonces demuestras que ninguna de tus teorías para la paz del mundo tiene sitio en tu propia casa. Son agresiones que demuestran egocentrismo, y los hijos lo ven, y lo asumen casi sin darse cuenta. Uno a uno, cada uno de estos episodios no significan gran cosa. Pero cuando el orgullo se hace fuerte en esos detalles que empiezan a acumularse, puede convertirte en un gran deseducador en la familia. | |
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