La lección del taxista

Le escuché con sorpresa; hasta ahora, mis conversaciones con los taxistas no salían del fútbol.

Álex Navajas,
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        Que no llega. Un cuarto de hora esperando al taxi. “En diez minutos lo tiene”, me había asegurado la telefonista. Uno, dos, tres, cuatro. Seguro que el quinto coche es él. ¡Caray, pues no! Seis, siete, ocho. Hasta el decimoséptimo que pasa por mi tranquila calle no es el automóvil blanco con una franja roja. Que parecen del Rayo todos los taxis de Madrid. Entro en el coche como una exhalación.

—¡Al aeropuerto, por favor!

        No es necesario que le diga que voy con prisa; sin duda lo ve en mi cara. Después de unos minutos en silencio, el taxista, un hombre sencillo y amable, me mira por el retrovisor, sonríe y pregunta:

—¿De vacaciones?

—Sí, me voy unos días a Mallorca— respondo.

—¡Ah! ¡Qué bonito! Allí estuve yo una vez con mi mujer y mis hijas, ¿sabe? Nos alquilamos un cochecito y nos recorrimos la isla.

        Jamás pensé que un taxista se alquilaría un coche en vacaciones.

—Pues la gente cada vez necesita más el verano porque vive muy estresada, ¿no le parece? Antes vivíamos con más tranquilidad, ¿no es cierto?

        Le respondo con un socorrido “pues sí”, pero la verdad es que no tengo mucha idea. Por edad, él podría ser mi padre (no es que fuera muy mayor, lo que pasa es que yo aún soy un chaval, la verdad).

—Ahora hemos perdido el norte, la gente vive con egoísmo, sin preocuparse por los demás, mirándose al ombligo.

        Le escucho con sorpresa. Hasta ahora, mis conversaciones con los taxistas no salían del fútbol.

—Fíjese: cada vez nos preocupamos por la salud del cuerpo, pero luego vivimos acelerados, sin sentido, y aprobamos leyes que van contra la vida, como la del aborto o las parejas homosexuales. Porque el aborto es un asesinato, ¿no le parece?

        Esta vez, mi “pues sí” es bastante más convencido. Me habla con naturalidad, exponiendo ordenadamente sus ideas –muy razonables, por cierto–, con serenidad y argumentos.

        Se lo tengo que preguntar:

—¿Y usted es católico o de alguna otra iglesia?

        Parece que estaba esperando mi pregunta.

—Yo soy Testigo Cristiano de Jehová, me responde con sencillez.

        La verdad, ya me extrañaba a mí tanto “celo apostólico” en un taxista católico. O en los católicos en general, al margen de su profesión.