Entrevista con el padre Gonzalo Miranda, L.C.

La otra cara de la eutanasia autorizada (en Holanda): la eugenesia

Dar muerte a niños con criterios selectivos: así se traduce, según el padre Gonzalo Miranda, decano de la Facultad de Bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (de Roma), la decisión de Holanda de permitir la eutanasia de niños.
El 30 de agosto la Justicia de ese país permitió al Hospital Universitario de Groningen inducir la muerte a menores de doce años, incluidos los recién nacidos, cuando padezcan una enfermedad incurable y un sufrimiento insoportable. La práctica de la eutanasia ya está regulada en el país por la ley de abril de 2002.

ROMA, lunes, 6 septiembre 2004 (ZENIT.org)

        «Desgraciadamente todas las preocupaciones surgidas respecto a la legislación holandesa sobre la eutanasia se están verificando trágicamente», reconoce en esta entrevista el padre Miranda, quien ha representado a la Iglesia católica en el Comité Internacional de Bioética de la UNESCO encargado de redactar una Declaración sobre Normas Universales de Bioética.

¿A qué se refiere?

         Esta medida que permite la aplicación de la eutanasia a todos los nacidos es una demostración de que la famosa teoría de la «pendiente resbaladiza» era correcta.

        Una vez que se establece el principio según el cual se puede matar a un ser humano porque sufre, entonces lógicamente se extiende a todos los que sufren. Si se mata a un ser humano que lo pide, se puede aplicar a todos los seres humanos que lo piden, aunque no sufran.

        Cuando se comenzó a discutir de eutanasia en Holanda y en otros países, muchos señalaron el peligro de deslizarse hacia lo peor, y los defensores de la medida dijeron que no ocurriría, y en cambio... muchos arrancaron en 1993 con la despenalización de la eutanasia, y a continuación salió la ley que se extendió a los niños de 12 años en adelante.

        Pese a la oposición de la opinión pública, a sólo dos años de aquella ley estamos ya ante la aplicación a todos los nacidos sin ningún tipo de consentimiento informado por parte del interesado.

        Querría subrayar que se trata del homicidio voluntario de un ser humano que no se puede pronunciar. Homicidio voluntario de un ser humano que no puede decir qué piensa.

El Papa Juan Pablo II ha intervenido frecuentemente para poner en guardia a la comunidad internacional de los peligros de la «cultura de la muerte». ¿Qué «cultura» es esa?

         No se trata de decir que nuestra sociedad está sedienta de sangre y muerte; no es esto; más bien es una cultura en la que la muerte se ve como la solución para problemas que no sabemos tratar de otro modo.

        Problemas que no sabemos tratar porque hemos perdido la generosidad, la capacidad de acompañar a quien sufre.

        En este caso es evidente: se da la muerte como solución a los niños que sufren. La alternativa sería la de acompañar a estos niños, ayudarles a no sufrir y esto cuesta, tanto económica como emocionalmente.

¿Pero el sufrimiento extremo puede llevar a las personas a pedir la muerte?

         Una cosa es decir, en momentos de desesperación, que uno desea la muerte, y esto es un sentimiento humano. Otra cosa es decidir dar muerte.

        ¿Quién puede decidir que tu vida no vale la pena vivirla, que lo mejor que se puede hacer es que mueras? Aquí no se trata de una invocación de la muerte, sino del homicidio voluntario del otro.

        El deseo emotivo, psicológico, de la muerte lo encontramos incluso en la Sagrada Escritura. Jeremías y Job, turbados por el sufrimiento, maldicen el día de su propio nacimiento. «¡Oh, que no me haya hecho morir desde el vientre, y hubiese sido mi madre mi sepultura (...)! ¿Para qué haber nacido del seno, a ver pena y aflicción, y a consumirse en la vergüenza mis días?» (Jr 20, 14-18)

        Y también: «¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que por un tesoro, a los que se alegran ante el túmulo (...)?» (Jb 3, 20-22)

        Se trata de un sentimiento humano que puede tener cualquiera. Mientras que aquí es Caín quien decide el asesinato del hermano.

        Ahora el médico, junto a los padres, podría decidir eliminar a los niños que, según aquellos, no deben vivir.

Varios artículos de prensa recogen las declaraciones de un médico holandés que sostiene que se trata de un procedimiento que se aplicará con mucho rigor. ¿Qué opina?

         El tema es muy peligroso porque se trata de un rigor técnico, no de un rigor moral. Significa aplicar procedimientos técnicos rigurosos. También los nazis procedían a practicar la eutanasia con extremo rigor.

        A principio de los noventa me invitaron a una reunión mundial de neurocirujanos para discutir qué hacer cuando nace un niño con una enfermedad que se llama «mielomelingocele», una afección neurológica muy grave.

        Del debate surgieron dos posturas contrapuestas. Por un lado, un médico israelí que intervenía quirúrgicamente a niños con resultados excelentes. Los pacientes tenían que recibir seguimiento en el tiempo, pero llevaban una vida más bien normal.

        Por otro lado, un médico holandés que explicó cómo, en la clínica donde trabajaba, los niños afectados por esta enfermedad eran eliminados con la administración de una sustancia letal.

        Sólo después de oír una ponencia sobre qué es la persona humana, este último médico confesó que tal vez había que poner en discusión tal práctica.

        Frente a la misma enfermedad, algunos médicos intervenían quirúrgicamente y otros en cambio optaban por la muerte, que ahora es también legal.

        El aspecto más espeluznante de esta historia es ver con qué superficialidad y banalidad se decide matar a los niños.

Desde un punto de vista civil y moral, ¿cómo se puede valorar esta decisión de la magistratura holandesa?

         Se están comportando como se hacía en Esparta, matando a los niños con criterios selectivos. Las batallas llevadas a cabo durante siglos sobre la reivindicación de los derechos humanos parecen anuladas frente a estas decisiones.

        Estamos ante la negación del pensamiento judeocristiano. En la tradición del pensamiento occidental, una persona tiene un valor intrínseco por el simple hecho de ser un ser humano.

        La Declaración de los Derechos de Hombre sostiene en el artículo 2 que los derechos se aplican a todos sin distinción alguna ni condición de ningún tipo; aquí, sin embargo, el ser humano «vale» según sus condiciones físicas y psíquicas.

        En el momento en que se considera que por sus condiciones «no vale», entonces es eliminado; en suma, cualquiera decide matarle.

Se habla de una reaparición de la mentalidad eugenésica...

         Esta mentalidad eugenésica ya está aplicada con la práctica del aborto. Si hubiera habido un diagnóstico que hubiera descubierto la enfermedad durante el embarazo, probablemente el niño nunca habría nacido.

        Como ha escapado a ese control entonces se practica la eutanasia después del nacimiento. Se trata de una práctica con la que son eliminados los seres humanos considerados «no válidos». Exactamente una práctica eugenésica de eliminación de lo que algunos valoran como «defectuoso».

El diario romano «La Repubblica» (31 de agosto de 2004) sostiene que la situación holandesa es «distinta de la eugenesia nazista» porque «los médicos hitlerianos suprimían a la fuerza con inyecciones letales a niños sanos porque eran judíos o gitanos...».

         Lamentablemente el artículo publicado por «La Repubblica» ofrece informaciones erróneas. También en Holanda se suprimen niños con inyecciones letales. Además el autor del artículo tal vez no sabe que el programa de eutanasia de Hitler estaba rigurosamente reservado a los alemanes, y sólo más tarde fue extendido a las otras etnias.

        El programa nazista se orientaba a los niños nacidos con enfermedades que, según su punto de vista, amenazaban la integridad física.

        El primer caso de eutanasia fue practicado en un niño que tenía labio leporino. Ocurrió a petición de los padres, quienes temiendo que tuviera una vida infeliz pidieron ayuda a los médicos del régimen hitleriano, que aconsejaron la eutanasia.