Superman
Carlos Mayora Re
Ing. Industrial, Dr. en Filosofía.
El Diario de Hoy, San Salvador
No se "encogió"         Tuve la suerte de convivir durante una temporada larga con una persona tetrapléjica. Luis de Moya se llama, es español y tiene alrededor de cincuenta años. De esos, los últimos doce los ha pasado en una silla de ruedas, porque después de un accidente de automóvil sólo puede mover su cuerpo de los hombros para arriba.

        Quizá por eso, por conocer de cerca a una persona en esa situación y saber de primera mano todas las penosísimas limitaciones que implica, la noticia de la muerte de Christopher Reeve, mejor conocido en la prensa por su papel en el cine interpretando a Superman, no me ha dejado indiferente. Quizá también por la experiencia con Luis, desde que supe del accidente de equitación de Reeve, estuve un poco más pendiente de la evolución de su enfermedad, de sus declaraciones y peripecias para salir adelante.

        Era llamativo que un hombre, fornido e inteligente, para quien el papel de Superman parecía haber sido hecho a la medida, se encontrara de la noche a la mañana atado a una silla de ruedas. Pero para mí, y para muchos, quizá fue más llamativa su actitud cuando pudo dar declaraciones a la prensa: lejos de hundirse en la autocompasión o en la desesperanza, siempre dio una insólita sensación de optimismo, como si no le importaran sus penosas circunstancias.

La fuerza de la visión honda de la vida

        El actor murió hace quince días a consecuencia de un paro cardíaco, después de haber pasado una temporada en coma. Luis de Moya vive en Pamplona, España, y desde su condición de inmovilidad permanente se dedica a su trabajo como sacerdote. Incluso mantiene una página web (www.fluvium.org), en la que va colocando artículos de interés, estudios y documentos que sabe pueden servir a muchas personas alrededor del mundo, mantiene correspondencia con muchos por medio de la Internet, y atiende espiritualmente a quienes acuden a él.

        Los dos tienen en común (de uno lo puedo decir de primera mano, mientras que del otro sólo puedo afirmarlo por el talante de sus declaraciones) una contagiosa alegría de vivir, un muy notable afán de servicio a los demás y una conciencia muy clara del sentido de su vida.

        Alguien ha comparado la caída de Christopher Reeve de su caballo a la de Pablo camino de Damasco, pues en el actor, más que el daño corporal recibido, fue muy notable la nueva visión que su accidente le provocó: se le abrieron los ojos a lo esencial de la vida.

        No se resignó: al mismo tiempo que comprendía cuáles eran las cosas que importan, y precisamente por eso, trabajó con tesón con su propio cuerpo para encontrar solución a su problema médico, lo hizo también luchando para que se investigara más sobre las enfermedades neurológicas, destinó gran parte de sus fondos a esa causa y se empeñó en vivir una vida lo más normal posible de acuerdo con sus circunstancias.

Un necesario ejemplo

        En cierta forma el Superman de la ficción se convirtió en Superman de la realidad: su vida nos cuenta que vale la pena vivir, que la dignidad humana está más allá de los sueños, del dinero fácil que se logra por negocios poco limpios, de lograr subir en la sociedad aplastando a los colegas… Nos testimonia que la belleza de verdad no es sólo la aparente, que la de verdad es la del alma, la de las personas nobles, la de quienes viven con sentido su vida, a pesar de no tener ningún "motivo" para seguir viviendo.

        Su vida (y su muerte) nos habla, como escribe una periodista española, de que "hay que combatir el mal, el dolor, con todas las armas que disponemos, y reinventar las que aún no conocemos. Eso es ser hombres, aunque a veces haya que ser un poco superhombres". Superhombres de andar por casa, pero superhombres y supermujeres al fin, que tienen claro que no todo lo que brilla es oro, y que se esfuerzan día a día por sacar adelante a la familia, por servir a sus vecinos, por levantarse cada mañana e ir a trabajar sin ganas, o con ellas.

        Una vida así, maltrecha pero digna, dolorosa pero con sentido, puede iluminar mucho mejor las discusiones acerca de puntos fundamentales que largas peroratas sobre el dolor. A todos nos viene bien considerar estas cosas, y agradecer a los medios de comunicación que –de vez en cuando, y ojalá fuera con más frecuencia–, nos traigan noticias de personas luchadoras, que nos ayudan a levantar la mirada y continuar caminando con optimismo, a pesar de los pesares.