Temblad, abuelos, temblad
Carlos Carrasco Guerrero
El estudiado plan avanza

        Se empieza a calentar el ambiente: primero fue la peliculita de Sampedro –es el entorno sentimental y lacrimógeno– luego siguieron declaraciones y manifiestos en los que se barajaban cifras de miles de candidatos a la eutanasia, ¡miles, sólo en Galicia! Y estos días en primera página la Ramona que admite que le pasó el cianuro a su amiguito en un acto de heroica generosidad. Vaya con el angelito.

        Como me imagino que va a seguir el runruneo pro-eutanásico, publicitado con una ingenuidad sorprendente y acrítica por los medios de comunicación y tragado con indiferencia por la tercera edad como si se estuviera hablando de la capa del canario, me gustaría aportar un particular de mi cosecha.

Así es la vida real

        Nos encontramos a finales del año jubilar; avanzo por el Camino de Santiago al lado de una madura pareja de holandeses. Son ellos los que saben nuestra lengua y me comentan:

        — Nosotros, dentro de unos añitos, nos venimos a morir a España;
        —¿Y eso?
        — Porque en Holanda nos matan.

        Y es que Holanda es pionera en la regulación de la eutanasia. Tienen una ley que es un modelo de finura jurídica, al tolerarla sólo en casos limitadísimos: lucidez mental, sufrimientos insoportables, dictamen unánime de varios médicos, petición reiterada, etc. Hay que reconocer que el agujerito que permite la ley es escaso; vamos, que ni la Ramona lo hubiera conseguido.

        Pero una cosa es el diseño de ley y otra bien distinta la vida; se abre el supuesto, se despenaliza para esos casos piadosos como los de la Ramona y Sanpedro, y se desencadena el fenómeno de la “pendiente resbaladiza”. Espero que no lo permita nuestra extraordinaria sociedad médica, pero espero sobre todo que no lo toleren los abuelos.

        Temblad, abuelos, temblad. Y moveos.