Otro estilo de empoderamiento
Nieves García
Tentación ancestral

        J. R. Tolkien tenía razón cuando ponía estas palabras en boca de Gandalf: “El corazón del ser humano es débil y fácilmente se deja corromper por el deseo de poder”. La tentación del poder es una constante de la Historia, pero en nuestra época se ha entronizado la convicción de que la realización personal depende del grado de poder que se llegue a detentar. Triunfa quien lo posee. Quien más puede, más vale. La causa de la mujer ha caído en la vieja trampa de creer que poseer poder es sinónimo de liberación.

        La ONU se está preparando para “Beijing+10”. El “empoderamiento de la mujer” era una de las metas de la Conferencia Internacional sobre la Mujer, celebrada hace 10 años en Beijing. Cada país firmante se comprometió a poner los medios necesarios para que más mujeres llegaran a la esfera pública y ocupasen “cargos de poder”, político, económico, social.

Poder y vida diaria

        El poder se define como dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo. Quizás su atractivo provenga de la intuición que lo sostiene: el poder nos hace más libres; no tenemos que someternos a la voluntad del otro, sino al contrario, es el otro quien ha de acatar mis decisiones, y de alguna manera, servir a mis intereses. Detentar el poder elimina la voluntad del otro y éste deja de ser un obstáculo.

        Este esquema de pensamiento está viciado porque se apoya en dos ideas erróneas. Por un lado se piensa que la libertad consiste en la ausencia de obstáculos. Pero es absurdo reducir la libertad a las circunstancias que nos vienen dadas. Cuantos grandes hombres y mujeres, como Emily Pankrust, Martin Luther King, o Nelson Mandela, pasaron muchos días en prisión. ¿No eran entonces libres? ¡Lo eran como nunca lo habían sido, porque justamente la causa de su reclusión era su decisión de elegir la verdad y optar por el bien. No son entonces las circunstancias las que nos hacen libres; para empezar porque ya soy un ser libre y nadie me puede arrebatar esta capacidad, radicada en la inteligencia y en la voluntad, de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por mí mismo acciones deliberadas.

        Pero también se cree que el otro es un enemigo para mí, de quien me tengo que “librar” o a quien tengo que someter. Nada más contrario a la naturaleza social del ser humano que necesita del otro para llevar a buen término cualquier empresa, y mucho más para ser feliz. Es la relación de amor entre los seres humanos la única que nos satisface plenamente. Sólo quien nunca ha sido amado puede desconocer esta realidad, tan evidente como la necesidad que tenemos de oxígeno para vivir.

Hechos para el amor

        Hay otra forma de entender el “poder”, que es la más peligrosa de todas. Su planteamiento es distinto. Crece de la convicción de que el ser humano es un ser para el amor, y es siempre vulnerable a esta experiencia. La esposa que acepta reconciliarse con un marido que le ha sido infiel, o la madre que pone en juego su vida para salvar la del hijo que aún lleva en su seno, detentarán un poder invisible pero eterno sobre el corazón de su marido y de su hijo.

        Esta forma de poder sobre el otro es silenciosa, no articula discursos, ni necesita pregonar sus beneficios en mítines públicos; su mejor marketing le viene de los hechos concretos. Todavía recuerdo el caso de una indígena de Oaxaca, que en marzo del 2002, se aplicó, ella misma, una auto-cesárea, para salvar la vida de su hijo, que no nacía, después de varias horas de sufrir los dolores de parto. Ese niño quedó irremediablemente cautivado por el poder del amor de su madre.

Logremos algo así

        Cuando se busca el bien objetivo del otro, y se hace sin perseguir interés personal alguno, es el otro, (aquel que se siente amado, aceptado, respetado) quien es cautivado por la soberanía que ejerce el amante, cuando se dona. Entonces libremente se le entrega “el poder”, se le confía la propia voluntad, y se quiere ser guiado por esta persona. Sus consejos se descubren como valiosos y se agradecen. Se le otorga una autoridad mayor y se confía de buen agrado en sus decisiones.

        El hombre o la mujer son realmente poderosos no cuando buscan la conquista del poder a cualquier precio, sino cuando aprenden a amar. Quienes ostentan el poder como una forma de reafirmarse a sí mismos, se sentirán orgullosos de sus méritos, de sus posesiones y hazañas, pero al final de sus vidas se encontrarán solos porque sus relaciones estuvieron mediatizadas por su afán de poder. Para ellos, el otro fue un medio para sus fines. Y a nadie nos gusta ser tratados como “cosas” porque no lo somos.

        En cambio, quienes apuestan, en silencio, por el amor, pueden dar la impresión de que pierden una aparente libertad, pero se están convirtiendo en los seres más poderosos del planeta, porque la libertad humana encuentra su sentido genuino cuando amamos, sin esperar nada a cambio, y nos convierte en emperadores de la humanidad entera, a quien se busca servir.