En el nombre
de la dignidad
Magda Figiel
 


Sí, pero por qué

        Con el término dignidad pasa un poco lo mismo que con el amor. En su nombre unos defienden la vida, otros la quitan. Unos, por ejemplo en Auschwitz, eran capaces de sacrificar la propia para salvar al vecino, otros aplican al enfermo la eutanasia. El término dignidad puede servir de justificación de actos y sistemas ideológicos incluso contrarios entre sí. ¿Por qué…?

        Todos están de acuerdo, que se debe respetar la dignidad humana. No es menos evidente en nuestros tiempos, que los derechos humanos, que brotan de esta dignidad, deben ser protegidos por un régimen de Derecho. Esta convicción en la conciencia colectiva ha ido creciendo en nuestra cultura y constituye un verdadero progreso de la humanidad. Sin duda, un paso importante, que manifiesta este desarrollo, ha sido el reconocimiento oficial “de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana” en la Declaración Universal de los Derechos humanos en 1948.

        Hoy día los organismos internacionales consideran prioritaria la necesidad de defender los derechos humanos basados en la auténtica dignidad humana. Lo demuestran los Objetivos de Desarrollo del Milenio, recordados en la Cumbre de Nueva York. Se ha subrayado además la importancia de definir los fundamentos de esta dignidad y no sólo declarar los derechos humanos, sino también implantar una legislación que asegure que se pongan en práctica.

        Pero es importante hablar de los fundamentos que sostienen la dignidad. Aunque todos intuimos que la persona humana posee un valor especial, no se precisa siempre en qué consiste y aumenta la cantidad de opiniones diferentes acerca de cuales son los derechos fundamentales de la persona.

Un elegante resorte retórico

        Se adivina que en esta materia hay un retroceso social y un peligro. En el milenio que acaba de pasar ya se había logrado una avanzada comprensión de la naturaleza humana (base de la dignidad) y un estudio profundo de la ley natural, que aclaraba los derechos y deberes de todo ser humano. Actualmente, los fundamentos de la dignidad humana se presentan con confusión, se van escondiendo detrás de una niebla creciente en densidad. El consenso, según el cual la fundamentación natural de la dignidad humana ya debe pasar a la historia, es un retroceso.

        Se usa más la palabra “dignidad”, y sin embargo frecuentemente aparece como mero instrumento retórico. El término queda vacío, si se desvincula de la naturaleza, porque el valor del ser humano proviene de su naturaleza, no de los resultados de votaciones y juicios humanos.

        Aunque se habla más de la dignidad humana, nos preocupa que en la vida de los hombres y mujeres de nuestros tiempos más bien constatamos una crisis del respeto al ser humano. Una de las causas puede encontrarse en el relativismo reinante: sin reconocer la auténtica dignidad humana y consiguientemente nuestros verdaderos derechos humanos, no podremos asegurar un mundo con más seguridad, paz y libertad. Un anciano enfermo no se siente seguro, mientras pueda existir una ley que permita eliminar su vida sin su consentimiento. ¿Acaso se le ocurriría llevar en su bolso del saco un papelito firmado que diga “no quiero que se me aplique eutanasia”? No podemos sentirnos seguros, si lo que la ley dice sobre nuestros derechos depende de las opiniones variables de diferentes parlamentarios. La misma Declaración Universal de los Derechos Humanos, después de la triste experiencia de la segunda guerra mundial, nos decía en su preámbulo que el “desconocimiento de los derechos humanos ha originado actos de barbarie ultrajantes”… (No será, que algo análogo pasa con el aborto, por ejemplo…).

En sí mismo valioso en toda circunstancia

        Es importantísimo, por tanto, no olvidar en qué se fundamenta la dignidad humana. Este valor único, que según todos bien intuimos, posee cada ser humano, se basa en nuestra forma de ser espiritual. La sublime dignidad humana le viene al hombre por ser el único ser conocido que no sólo es materia, sino también espíritu. Poseemos una especial singularidad y grandeza por la capacidad de comprender y transformar el mundo, de amar en la donación libre a los demás y de elegir y determinar nuestro futuro de acuerdo a las propias decisiones.

        La dignidad humana es un valor innato del ser humano que hace que siempre deba ser considerado como un fin y nunca como un medio.

        Entender bien qué es la dignidad y la naturaleza humana es sumamente necesario para poder deducir los verdaderos derechos humanos universales. Si se tienen estos derechos por ser un ser humano, y mientras vivimos no podemos dejar de ser seres humanos, entonces estos derechos no cambian. No se trata de inventar nuevos derechos y decidirlos por consenso, sino de reconocer los que todo ser humano tiene.

        Afortunadamente, precisamente por ser inmutable la naturaleza humana, cada nueva persona que viene a este mundo nace con la capacidad de reconocer espontáneamente el verdadero valor de su propia persona y el de cada otra que encuentra. Esta dignidad se le presenta como algo sublime, misterioso, y al mismo tiempo evidente. Así como ninguna legislación le puede quitar al ser humano la natural reacción de asombro ante la contemplación del Mont Blanc nevado en un día de sol, no se le quita tampoco fácilmente la admiración ante un héroe de cuento de hadas ni ante un Martin Luter King, que luchó por su gran ideal… Cada ser humano, precisamente por ser un ser humano, es capaz de descubrir la maravilla de la dignidad que se esconde en él mismo y en cada otro hombre y mujer. Desde luego la educación y la legislación pueden ayudar o dificultar el descubrimiento del diamante en un montón de carbón. Es urgente que ambas disciplinas pongan manos a la obra, y nos ayuden a todos a redescubrir la grandeza del ser humano y la dignidad que deriva de ella.