Lealtad, cercanía
Alfonso Aguiló

 

 

Los propios cimientos

        La lealtad, y en primer lugar con los ausentes, es otra cuestión clave en las relaciones humanas. Cuando una persona habla mal de otra a sus espaldas, o revela detalles que alguien le ha manifestado de modo confidencial, además de actuar injustamente en la mayoría de los casos, destruye su propia capacidad para generar confianza. Quizá esa persona busca ganarse la confianza de la otra gracias a esa indiscreción o ese desahogo, pero esa falta de integridad personal está minando en sus cimientos aquella confianza.

        Ante los errores o defectos de nuestros amigos o conocidos, la lealtad exige que procuremos —en la medida en que eso sea posible— ayudarles a corregirse. Como es obvio, esto será más fácil cuanto mayor sea nuestra confianza con ellos.

        Si no nos resulta posible decirles nada, o se lo hemos dicho y aparentemente no ha habido ningún cambio, no por eso la murmuración y el chismorreo dejan de ser una deslealtad. Sólo cuando lo exija la justicia o el bien de los demás, será legítimo advertir a otros —y siempre extremando la prudencia— de aspectos negativos que hemos observado en una persona.

        Cuando hay una buena relación personal, los errores de quienes nos rodean son, si sabemos aprovecharlos, ocasiones excelentes para ayudar lealmente a esas personas a corregirse. Muchas veces, una advertencia sincera y prudente hecha a tiempo es la mejor forma de mostrar el afecto por una persona.

Una fortaleza a toda prueba El problema es que muchas veces, cuando ves que habría que hacer una advertencia a alguien, precisamente entonces tu relación con esa persona está bajo mínimos, y no la aceptaría bien... Por eso es importante que haya una buena relación general entre las personas con las que uno trata (dentro de la familia, en el trabajo, con los vecinos, etc.).

        Por ejemplo, si en la familia hay unos lazos fuertes entre padres, hijos, hermanos, abuelos, tíos, primos, etc., esa relación puede resultar decisiva en situaciones de mayor dificultad. Sentir y saber que hay muchos otros miembros de la familia que nos conocen y se preocupan por nosotros, aunque quizá vivan lejos, puede suponer una ayuda mutua importante para la convivencia familiar. Si uno de tus hijos, por ejemplo, tiene dificultades para relacionarse contigo en un momento determinado, quizá pueda ayudar a arreglarlo tu cónyuge, un hermano, o una tía, o el abuelo. En una familia unida, cada uno de sus miembros representa una referencia y una ayuda que pueden resultar de vital importancia en el momento más insospechado.