Descubrir y potenciar sinergias
Alfonso Aguiló
Un valor muy deseable en ocasiones espontáneo         Probablemente todos tenemos en la memoria experiencias personales en las que hemos llegado a una relación de entendimiento y complementariedad grandes con otra u otras personas. Quizá fue practicando un deporte, o trabajando con un equipo de personas con las que nos compenetramos extraordinariamente, o con ocasión de tener que acometer alguna cuestión grave y urgente que facilitó aunar esfuerzos para resolverla. Son ejemplos de situaciones de sinergia.

        La sinergia es un efecto que se produce entre dos o más personas y que les hace sincronizar y complementar sus esfuerzos e intereses de tal manera que logran alcanzar un resultado notablemente superior al que saldría de la simple suma aritmética de sus aportaciones individuales. En ese sentido, podría decirse que la sintonía humana y la armonía propias de la amistad o el amor son buenos ejemplos de situaciones de sinergia.

        Para algunas personas, esas situaciones se reducen a su relación con muy pocas personas, o sólo a algunos ámbitos de una vida que, por lo demás, discurre teñida de experiencias negativas en la relación con los demás.

        Sin embargo, otras personas han aprendido a descubrir y estimular lo positivo de quienes le rodean, y saben establecer sinergias con casi todo el mundo: son como los buenos escaladores, que logran encontrar pequeños puntos de apoyo donde otros no ven más que una pared totalmente lisa e impracticable.

        Cuando alguien aprende a descubrir y potenciar sinergias en su relación con los demás, abre su vida a una infinidad de nuevas posibilidades y alternativas.

El diálogo, una gran virtud

        A muchas personas, por la educación que han recibido, les será muy difícil incorporar a su vida esa actitud. Les costará más, sin duda, pero —como cualquier otro rasgo del carácter— puede incorporarse regular y sistemáticamente a sus modos de plantear la vida cada día. Es cuestión de poner el necesario esfuerzo personal y, también, cierto espíritu de aventura. ¿En qué sentido? Me refiero a que exige un talante mínimamente activo, pues cualquier esfuerzo creador precisa de algo de arrojo e imaginación, y siempre se asumen algunos riesgos. El que no hace nada no se equivoca, pero el que hace algo a veces se equivoca, y precisa por tanto de una mínima resistencia a la frustración: debe abandonar la triste paz de la apatía y el apocamiento para adentrarse en la alegre satisfacción de una relación humana plena.

        Por ejemplo, muchas personas no logran un mayor entendimiento entre ellas simplemente porque no hablan las cosas. Por eso, un recurso clásico de comunicación sinérgica es el brainstorming, la tormenta de ideas, que consiste en provocar una profuso y abundante intercambio de ideas y puntos de vista a lo largo de una reunión de un grupo de personas.

        Se puede aplicar a cualquier relación humana, tanto a una reunión de trabajo como a una familiar informal o una tertulia entre amigos. Una tormenta de ideas puede aportar un torrente de imaginación y creatividad que desbloquee una situación de rutina o estancamiento. Desde luego, muchas de las ideas que surjan serán inútiles; pero otras serán interesantes, y puede que incluso alguna, en medio de tantas otras, llegue a tener rasgos de espontánea y auténtica genialidad.

Un arte no fácil en ocasiones

        En general, lograr que pueda darse un intercambio natural y fluido de impresiones entre dos o más personas siempre resulta estimulante y permite superar las barreras de algunas inhibiciones negativas, o visualizar errores que de otra manera no habríamos advertido.

        Cuando se logra esa comunicación sinérgica, se puede unir de un modo extraordinario a un grupo de amigos, una familia, un equipo de investigadores o un consejo de administración.

        Es verdad que si uno se lanza y no se logra ese ambiente, puede caerse en el caos más absoluto. Sucede de vez en cuando, a veces incluso justo después de haber estado en un momento de buena sintonía, pero que por alguna razón se pierde y el curso de la conversación se desvía hasta descarrilar por completo y precipitarse en el caos. Por eso decía antes lo de tener cierto espíritu de aventura, pues en esa situación podemos pensar que habría sido mejor no arriesgarse a llegar a esos desencuentros.

        Habrá veces en que será imprudente tratar determinados temas en determinados momentos y circunstancias. Unas veces comprenderemos que no era un modo acertado de tratar esas cuestiones, y hemos sido efectivamente imprudentes, pero en otros casos el error procederá del modo de conducir la conversación, y entonces debemos sacar experiencia para posteriores ocasiones y no refugiarnos en la incomunicación, porque en la incomunicación el desencuentro es permanente.

Para tener en cuenta

        El éxito dependerá más de las personas que del método que se siga, porque hay gente con la que no hay forma de entenderse en ningún sitio. Para lograr una buena comunicación no es suficiente el método, ni el simple respeto, ni la cortesía o la diplomacia. Lo deseable es que la consideración de cada uno por los demás sea tan alta que, si surge un desacuerdo, en lugar de oponerse inmediatamente y procurar rebatir al otro, se inicie un esfuerzo personal de comprensión hacia la postura de esa otra persona.

        Es decir, que ante una diferencia de opinión con otro, se parta de una actitud que sea como decir: si una persona de tu valía disiente de mí, debe haber algo en tu desacuerdo que no entiendo, una nueva perspectiva que me interesa mucho percibir. La esencia de la sinergia está en valorar la diferencia y saber respetarla y complementarla.

        De esta manera, evitando las actitudes innecesariamente defensivas y autoprotectoras, se produce un sano deseo de mejorar nuestras ideas con lo que piensan los demás. Quizá nos sobran evidencias, y se trata, en definitiva, de no defender como cuestión de principios lo que no son más que unos puntos de vista que probablemente nos interese enriquecer.

Las alternativas

        Otras veces, cuando una situación parece enfrentar sin remedio dos alternativas (y quizá pensamos que podrían calificarse como la nuestra y la errónea), casi siempre podremos buscar una salida más a gusto de los dos: lo que podríamos llamar una tercera alternativa sinérgica. La clave está en reemplazar la mentalidad dicotómica de o esto o aquello por una nueva solución que, sin ser quizá perfecta (sobre todo porque los problemas complejos no suelen tener soluciones perfectas), deje satisfechos a ambos.

        Puede aplicarse aquello de que «a veces lo mejor es enemigo de lo bueno», si se entiende bien ese dicho. Porque si la solución que a nosotros nos parece mejor va a provocar un conflicto que no guarda proporción con la ventaja que aporta esa solución, entonces esa solución deja de ser mejor, y será preferible que cedamos un poco.

        Esto no quiere decir que ceder sea bueno de por sí, puesto que otras veces lo sensato será demostrar firmeza, y tan equivocado sería ceder por sistema como encastillarse en la obstinación.

        En cualquier caso, la excesiva rivalidad, los conflictos y agravios permanentes, la continua preocupación por proteger la propia retaguardia, la desconfianza, la lucha por el dominio, la crítica destructiva... son siempre actitudes y planteamientos que consumen una energía enorme en cualquier relación personal. Son como conducir un coche con un pie en el acelerador y otro en el freno: la solución no es apretar más el acelerador —más elocuencia, más presión, más argumentos para fortalecer la propia posición—, sino levantar un poco el pie del freno y saber usar armónicamente ambos pedales.