Un ser humano

Francisco de Borja Santamaría www.PiensaUnPoco.com
Ingenuos como niños ingenuos

        El autor afirma que plantear el debate sobre la experimentación con embriones, desde la negación de su carácter humano, y sirviéndose como argumento de la apariencia sensible, resulta poco serio. Por lo mismo, dice que es una grosería impropia de un científico sostener que no hay diferencias entre un embrión y las células reproductoras.

        Conozco a un profesor de Matemáticas que al comienzo de curso suele preguntarles a sus alumnos de la ESO qué es lo que se podría introducir bajo el arco formado por un raíl de un kilómetro de longitud, en caso de que experimentara una dilatación de un metro. Les ofrece las siguientes alternativas: un niño de tres años, un hombre adulto y un camión. Los alumnos más audaces suelen responder que bajo el raíl combado cabe una persona adulta. La respuesta correcta, sin embargo, es que debajo del raíl dilatado cabe un edificio de siete plantas. El ejemplo sirve para hacer ver a los alumnos que hay que desconfiar de las evidencias sensibles para hacer caso exclusivamente del raciocinio, violentando, si es preciso, la certeza proveniente de nuestros sentidos.

Asumido aunque poco científico

        Existen muchos más ejemplos que ayudan a desconfiar de las evidencias sensibles. Si derrapamos en una carretera nevada, hemos de controlar la reacción instintiva, y no frenar, sino, en todo caso, acelerar. Por otra parte, aunque los virus y bacterias no son perceptibles a simple vista, todos nos lavamos las manos antes de comer y, por supuesto, un hospital que no cuidara las pertinentes medidas de asepsia sería denunciado inmediatamente. Otro ejemplo ilustrativo de la escasa fiabilidad que nos merecen las evidencias sensibles es que muchas de las estrellas que vemos brillar en la inmensidad del firmamento han dejado de existir hace cientos de miles de años.

        La ciencia dio un gran paso cuando Galileo, siguiendo a Copérnico, se empeñó, contra toda evidencia, en decir que es la Tierra la que gira alrededor del Sol, y no al revés. El progreso científico ha supuesto un severo varapalo a nuestras convicciones sensibles. Por ese motivo, resulta llamativo que algunos científicos –a los que se les ha dado un protagonismo desmesurado con motivo del reciente Congreso de Bioética, celebrado en Gijón, pues no se ha sometido a votación ningún documento sobre la investigación con embriones– se empeñen en negarle realidad humana al embrión por el hecho de “no parecer humano”.

Inocente argumento         Plantear el debate sobre el uso y la experimentación con embriones, desde la negación de su carácter humano, sirviéndose de la apariencia sensible como argumento, es muy poco serio. Negarle humanidad a un embrión congelado, como ha hecho Francisco J. Ayala, porque «es una especie de morita que tiene el tamaño de la cabeza de un alfiler», es una grosería intelectual. Algunos científicos empeñados en negarle humanidad al embrión afinan un poco más sus razonamientos y sitúan el comienzo de la vida humana en la implantación del embrión en el útero. Otros argumentan que, en sus primeras fases, el embrión no es humano, porque puede dividirse en dos individuos con idéntica información genética. Ninguna de las dos argumentaciones resultan válidas. El grado de viabilidad –de capacidad de continuar vivo– del embrión no es argumento para definir su carácter humano, porque el hecho de que, en un determinado momento, no sea tan viable como llegará a serlo en fases posteriores no significa que no lo sea en absoluto.
Más tarde no         Por otra parte, del hecho de que el embrión en su primera fase pueda desdoblarse en dos individuos no puede deducirse que el embrión previo a la división no sea un individuo humano; significa, simplemente, que, en esa fase biológica de su desarrollo, el embrión es susceptible de una reproducción asexuada que no podrá darse en un estadio posterior.
Quienes sí lo tienen claro         Resulta también una grosería impropia de un científico sostener que no hay diferencias entre un embrión y las células reproductoras. Desde una posición que se pretenda científica no cabe otra definición biológica de un ser humano que la de un ser vivo cuya dotación genética es la de nuestra especie. La fecundación de un óvulo por un espermatozoide constituye el único comienzo claro y diáfano de un nuevo ser humano: las células reproductoras, sin su unión, no constituyen un nuevo individuo, y todo lo que sucede tras la unión no es más que el desarrollo –impresionante por su dinamismo– de un nuevo organismo vivo surgido de la fecundación. Esto es algo que, por lo visto, lo tienen más claro los dispensadores de preservativos que los biócratas empeñados en servirse de unos seres humanos indefensos, para utilidad de quienes pueden decidir sobre ellos.
¿Cuándo...?

        ¿Cuánto tardarán algunos biólogos en imitar a los estudiosos del cosmos, que abandonaron hace siglos las evidencias sensibles como criterio científico? ¿Cuándo los derechos humanos serán patrimonio efectivo de todos los seres humanos?