Lo peor de la pena de muerte

Jesús Sanz Rioja. 2.10.02 www.PiensaunPoco.com
resumen de Claudio Magris “El País” del 30 de septiembre de 2002

Ni el peor asesino lo merece         Hemos hablado aquí algunas veces de la pena de muerte como algo superado e innecesario, pero acto de justicia al fin y al cabo, para nada equiparable a actos gratuitos de homicidio como el aborto y la eutanasia. Lo que la hace repulsiva, sin embargo, son algunos usos que suelen rodearla. Tiene mucha razón Claudio Magris, en su reciente y jugoso artículo “Crimen y castigo (quizá)”, cuando afirma que “el brutal uso vigente en Estados Unidos de hacer que asistan a la ejecución de un asesino los parientes de su víctima es una barbarie sin nombre, que transforma la ejecución de una sentencia en una arcaica venganza tribal”. Si algo nos ha sacado de quicio en tantas películas sobre ejecuciones es, más que la muerte en sí del reo, el ver cómo se envilecen los familiares de las víctimas presenciando el acto, sin darse cuenta ellos quizá de su propio envilecimiento. Contemplar la muerte a sangre fría de una persona, por mucho que lo haya merecido, es una humillación añadida que, esa sí, no merece nadie aunque se trate del más despiadado de los asesinos, porque incluso éste sigue conservando su dignidad de ser humano. Hacer contemplar su muerte es como exhibirlo en su desnudez, obligarlo a prostituirse de alguna manera. Siempre recordaré la escena final de una famosa teleserie, donde el “malo” sostenía con frialdad la mirada de su enemigo tras hacerle asesinar por unos sicarios. No puedo evitar recordarlo cada vez que se repite la escena en una cámara de gas o en un patíbulo.

        Admiramos a los Estados Unidos por sus conquistas en el terreno de las libertades individuales y los derechos civiles. Los admiraremos aún más cuando hayan superado del todo ciertos resabios de la ley de Lynch.