Hijos de sus padres

Ramón Pi
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Siempre hubo de todo

        Los jóvenes de ahora son hijos de la generación que fue la primera víctima de este camino filosófico, estético y ético hacia ninguna parte.

        Desde que Cicerón, en sus Catilinarias, lamentó los tiempos que le tocó vivir y las costumbres que detestaba, su grito “O tempora! O mores!” se ha convertido en una expresión incorporada al lenguaje común de numerosas sociedades de Occidente.

        Cualquier tiempo pasado, se dice, fue mejor. De responder estas percepciones a la realidad, hoy el mundo sería un estercolero putrefacto poblado de despojos humanos hasta el límite de no haber en él nadie capaz de darse cuenta de tan repugnante situación. Pero no es el caso, evidentemente, como nos demuestra la experiencia.

        La historia del hombre sobre la tierra no es lineal, ni tampoco exactamente circular. Ha habido épocas mejores y peores en términos generales, del mismo modo que ha habido siempre personas excepcionales y personas de comportamiento abominable. Nuestro tiempo no es una excepción.

Entonces depende de la fuerza Pero nuestra época presenta una novedad respecto de las anteriores: a diferencia de otras, la transgresión de la norma está siendo sustituida de forma creciente por la desaparición misma de la norma como criterio. Es la consecuencia de una evolución del pensamiento que ha sustituido la metafísica por la gnoseología, se ha olvidado de lo que existe para centrarla en lo que somos capaces de idear, y de este erróneo punto de partida se han derivado consecuencias ciertamente lógicas, pero en la lógica del error inicial. No hay patrón, no hay referencia que permita distinguir lo verdadero de lo falso, lo hermoso de lo feo, lo bueno de lo malo. Ha desaparecido el criterio de distinción entre lo mejor y lo peor. Vale todo. Pero si todo vale lo mismo, nada vale nada. La consecuencia de esta anomia es o el nihilismo o el despotismo absoluto y arbitrario del que tiene la fuerza.
Lo que ellos siempre han visto

        Los jóvenes de ahora son hijos de la generación que fue la primera víctima de este camino filosófico, estético y ético hacia ninguna parte. Los padres de la generación joven de hoy, por poner un ejemplo mínimo aunque expresivo, introdujeron el lenguaje de germanías en la conversación corriente como signo de transgresión de lo establecido; pero para sus hijos no se trata ya de transgresión, sino de normalidad.

        Y si pasamos del lenguaje al terreno moral, muchos jóvenes educados sin referentes sólo tienen como único criterio el instinto primario del bien y el mal, que deriva del mero instinto de conservación: pobre arsenal, ciertamente, que lejos de contribuir a la humanización de las personas en sus años mozos (cruciales para llegar a una satisfactoria edad adulta), los reducen a lo que tienen más en común con el resto de mamíferos.

        El botellón, la preparación académica ínfima, el sexo precoz, el lenguaje del hampa aun entre universitarios, la ausencia de ideales y de sentido de la vida... Todo eso es la herencia que tantos hijos han recibido de sus padres.