Ecología del matrimonio
María Blanco
Profesora de Derecho Eclesiástico del Estado
22 de enero de 2005 La Estafeta de Navarra
Por un sano ecosistema

        A veces escribir sobre algo cercano, íntimo o muy querido resulta trabajoso; pues la inmediatez, la intimidad y el afecto, dificultan exponer con toda su grandeza y su belleza la realidad cotidiana, natural, sencilla. Es lo que ocurre con el matrimonio.

        ¿Qué es realmente el matrimonio? ¿Es una realidad jurídica? Efectivamente, el Derecho no debe hacer otra cosa que proteger la realidad natural; lo cual no resta poesía a la vida. Permite, a veces, que haya poesía. El contenido jurídico no supone que los cónyuges vayan con el Código Civil debajo del brazo; como tampoco una madre al dar de mamar a su hijo, actúa pensando que cumple así la obligación de alimientos que prevé el mismo texto legal.

        El matrimonio es un proyecto de vida común entre un hombre y una mujer establecido por amor y con unas reglas de juego que marca la naturaleza. Hay que protegerlo como se protege la naturaleza para no desvirtuar el ecosistema. Y esa protección incluye no lanzarse temerariamente a experimentos: puestos a experimentar, en cosas que afectan a la vida del hombre, nadie se aventura a ver qué pasa con una idea sin probarla antes con ratas.

Protegerlo específico y exclusivo

        Si distinguimos el tomate natural del transgénico, razón de más para distinguir el matrimonio de los sucedáneos. Si protegemos celosamente los fundamentos de la economía, razón de más para proteger los fundamentos de la sociedad. Poner en circulación moneda falsa es devaluar la moneda auténtica y poner en peligro el sistema económico y algo semejante, pero mucho más grave, sucedería con la falsificación del matrimonio. Así se entiende que el CGPJ haya dicho, respecto al proyecto de reforma del concepto de matrimonio, que no se puede "desnaturalizar una determinada institución jurídica que presenta unas características bien claras". Esto es, la complementariedad sexual no es cuestión de roles o de ideologías, forma parte de la ecología del matrimonio y de su naturaleza jurídica.

        Esa complementariedad natural es garantía de la pervivencia –no sólo física, sino psicológica, afectiva– de la especie y de la civilización humanas. Y eso es lo específico del matrimonio y lo que a la sociedad y, al Derecho, le interesa proteger. Hay otras relaciones que implican compromiso, cierto proyecto de vida común, cariño e interdependencia emocional e incluso financiera, exista o no un componente sexual (porque la ley no puede obligar a declarar si la relación establecida tiene o no ese componente); y, siendo protegidas estas relaciones por el Derecho no se configuran como matrimonios, (por ejemplo, la relación entre una señora que cuida a una anciana durante años, a veces, muchos años).

Hay mucho de juego

        ¿Por qué proteger el matrimonio tal y como se entiende ahora? La respuesta por evidente, es difícil de aceptar: porque esa unión –hombre y mujer– está también al servicio de la conservación en condiciones propiamente humanas de la especie –lo que supone bastante más que la mera procreación–, y por tanto de la sociedad (que es lo que debe proteger el Derecho). El hecho de que algunas parejas no tengan hijos no determina el fin del matrimonio. Como en todo, la excepción confirma, no invalida la regla. Las actuaciones individuales no invalidan los objetivos de una institución (que uno use el móvil para fanfarronear no significa que el móvil no esté ordenado –en sí mismo– para la comunicación).

        Como leí en un artículo, el matrimonio desligado de la heterosexualidad pasa a ser mero contrato de convivencia o, según los casos, de conveniencia: si el matrimonio se priva primero de estabilidad y permanencia y luego de heterosexualidad, ¿qué queda del matrimonio?. Disociar matrimonio y familia es perder de vista su potencia natural; es como centrarse en la simiente y olvidarse del árbol y los frutos.

        En una conferencia escuché que "ante los impactos ambientales, parece necesario aplicar una ingeniería de la regeneración de los ecosistemas. Hoy día ya existe la capacidad de desarrollarla y aplicarla, pero como pasa siempre, es un problema de intereses, prioridades y dinero". ¿Por qué no invertimos nuestros mejores esfuerzos en la protección del matrimonio (no los sucedáneos) y la familia?. Al fin y al cabo ahí nos jugamos el futuro de los pobladores de la tierra, el ecosistema humano.