Audrey Hepburn
Gracias, Audrey
Los niños y adolescentes sueñan muchas veces en “lo diferente, lo mejor que sería si mis padres fueron otros…” o “si mamá se hubiera casado con el novio rico que tenía de joven”, pero son sueños. Mi único “lugar” en el mundo es en esta familia, no hay otra opción.
Verónica Lorenzo
 


Una historia entre tantas

        El próximo 15 de mayo, el mundo celebrará el Día Internacional de la Familia según la fecha propuesta por la ONU. Este mismo día, yo celebraré mi cumpleaños. Pero, faltó poco para que yo nunca llegara a nacer… y habría sido por culpa de Audrey Hepburn.

        Audrey, la actriz holandesa de ojos y cabellos negros, logró con su belleza arrebatar el corazón de un joven admirador y éste decidió que sólo se casaría con ella. Por suerte, 15 años de diferencia de edad, el océano Atlántico, y el hecho de que Audrey ya estaba casada frustraron los planes de casamiento del adolescente con su ídolo. Unos años después, el joven de este relato conoció a una pelirroja de ojos verdes que tanto le cautivó con su encanto que Audrey se vio obligada a cederle su puesto como la mujer y esposa de sus sueños. Digo “por suerte” porque, como ya es obvio, el joven y la pelirroja de este cuento son hoy mis padres.

        Aunque el relato es un poco personal (y quizá también un poco exagerado), sirve para ilustrar una verdad bastante profunda, tan obvia que a menudo pasa desapercibida: la probabilidad de que yo, ser único e irrepetible, naciera es pequeñísima. Depende completamente de la pura “casualidad” de que un hombre y una mujer en particular (de todos los miles de millones que han andado por la tierra en todas las épocas históricas) se encontraran y decidieran formar una familia. De ahí, de esa unión, yo vine al mundo; de ahí surgí; si no fuera por ellos yo no existiría. No se puede concibir mi existencia personal sin la existencia de mi familia.

La única historia que podemos asumir         Los niños y adolescentes sueñan muchas veces en “lo diferente, lo mejor que sería si mis padres fueron otros…” o “si mamá se hubiera casado con el novio rico que tenía de joven,” pero son sueños. Mi único “lugar” en el mundo es en esta familia, no hay otra opción. Nací en este año, en este país, en estas circunstancias porque éstos son mis padres. Nacer es “colocarte” en la historia, y es en la familia donde se escribe mi historia personal en la historia universal.

        Esta historia no es individual, es compartida. Pertenecer a una familia me liga a toda una serie de personas y de acontecimientos. Me hace partícipe de una historia particular y única; soy heredera de todo un pasado: de mis bisabuelos que emigraron de su país en búsqueda de una mejor vida, de mi abuelo que luchó en la guerra, de mi padre y de cómo pidió a mi madre que se casara con él. Las vidas y los actos de mis antepasados pueden ser causa de orgullo, de pena, de alegría, de coraje, pero son míos porque son mi familia. Nacer en una familia me hace también protagonista de esta historia porque añade un nuevo capítulo: el de mi vida que me toca a mí desarrollar, llenar y entregar a la generación futura.

        La coincidencia del Día de la Familia y el día de mi cumpleaños me lleva a reflexionar sobre el milagro de la vida. Doy gracias a mis padres porque son los únicos que me podían haber dado la existencia y me la dieron…y también, doy gracias a Audrey (que en paz descanse), por haber puesto en alto las expectativas de mi papá, que se casó con una mujer maravillosa.