Dos leyes contra el matrimonio
A pesar de estas leyes, o de otras parecidas que puedan darse en el futuro, hombres y mujeres heterosexuales se casarán “a la antigua” (que al final siempre es lo más moderno y con futuro): deseosos de ser fieles al amor, profundamente abiertos a la vida.
Elías Saavedra
Mujer Nueva
 



No es coincidencia

        No debe ser coincidencia. Se aprueban al mismo tiempo en España dos leyes que van directamente contra la familia: una ley de divorcio express (que prácticamente permitirá el repudio), y una ley que llama “matrimonio” también a uniones entre personas del mismo sexo.

        Las dos leyes se apoyan mutuamente: permiten el uso de la palabra “matrimonio” para uniones transitorias (bastará tres meses para pedir el divorcio), y para uniones constitutivamente imposibilitadas a una sexualidad abierta a la vida, como ocurre entre personas del mismo sexo (y, si la ley llega a aplicarse en todo su espíritu libertario, también algún día entre hermanos o entre padres e hijos).

        En realidad, el matrimonio, como unión profunda basada en el amor y la complementariedad, es algo opuesto a la transitoriedad. Amarse como esposos no es sólo decirle al otro: “es bueno que tú existas” y “siempre te querré”. Es, también, dar un sello de estabilidad a ese amor, vivirlo con un compromiso total de apoyo en todas las circunstancias. “No te dejaré nunca, porque te quiero así, como eres y como serás en los distintos avatares de la vida”.

        No vivimos en el mundo de los sueños en los que todos los que se casaban “vivían felices y comían perdices”. Sabemos que el amor madura con los días, los meses y los años. Pasa por momentos de dificultad, de prueba, de dolor. Algunos matrimonios sucumben. Otros nunca deberían haberse casados. Pero otros, y han sido muchos, y son muchos, logran crecerse en las pruebas, llegan a embellecer cada día su mutuo amor.

Sin compromiso

        El otro aspecto del matrimonio (del verdadero matrimonio, ahora habrá que distinguir siempre que se hable sobre el tema en España) es la complementariedad. Gracias a ella un hombre y una mujer pueden convertirse, él con ella y ella con él, en padres. Gracias a ella nuevos hombres y mujeres empezarán a vivir en el planeta, recibirán amor de quienes se aman como esposos verdaderos, aprendarán lo que es la vida y la convivencia desde un hogar donde un padre y una madre impregnan de belleza los mil detalles del trato cotidiano.

        Todo eso es el verdadero matrimonio. Pero con dos leyes, con dos decisiones de quienes están llamados a promover la justicia y a defender los valores, será llamado “matrimonio” cualquier contrato a tiempo, sin que sea necesaria la complementariedad, sin que el amor tenga que enfrentarse con un compromiso por afrontar las pruebas, por ser generosos en las mil aventuras de la vida.

A pesar de todo ...

        Son dos leyes llenas de veneno, pero que no podrán destruir el verdadero amor. Harán más patente la fragilidad humana, mostrarán cuántos que se dicen amar rompen en pocos meses sus promesas de entrega mutua. Permitirán que reciban el nombre de “esposos” (“marido y marido” o “mujer y mujer”) parejas que no podrán engendrar hijos, que no reúnen esa complementariedad sexual que hace rico y plural el trabajo educativo sobre cada uno de los hijos.

        A pesar de estas leyes, o de otras parecidas que puedan darse en el futuro, hombres y mujeres heterosexuales se casarán “a la antigua” (que al final siempre es lo más moderno y con futuro): deseosos de ser fieles al amor, profundamente abiertos a la vida. Serán, esperamos, la mayoría. Darán a la sociedad española, a Europa y al mundo entero, hijos e hijas que sabrán quiénes son sus padres y recibirán de ellos el ejemplo de un amor añejo.

        Hijos e hijas que, esperamos, puedan un día dar al estado la alegría de cambiar leyes extrañas, para que el matrimonio recupere su sentido verdadero. Para que sea enseñado y protegido como la fuente del auténtico progreso, de la justicia plena y, sobre todo, del amor que es el cemento más potente para construir sociedades llenas de esperanza.