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Llevo casi 40 años tratando a personas con conducta homosexual. He tratado, en concreto, a cerca de 200 personas.
La homosexualidad no se da en el vacío, sino en un determinado contexto sociocultural siempre en transición, del que en buena parte depende la imagen que de ella se tiene. Y esta imagen tiene una gran importancia, por cuanto contribuye a modelar y/o configurar lo que de la homosexualidad se piensa, suscitando un nuevo modelo en función de los rasgos más o menos valiosos con los que se la adorne.
Es una opinión común que el comportamiento homosexual va en aumento. En la mayoría de las publicaciones se ofrece una prevalencia de la homosexualidad de alrededor del 10%. No deja de ser curiosa la coincidencia del dato estadístico respecto de cualquier país, y también el hecho de que en la mayoría de esas publicaciones nada se dice de cómo se ha elegido la muestra, del número de personas encuestadas, de los criterios que se han seguido para establecer si una persona es o no homosexual, etc.
En este punto, puede afirmarse que se ha operado un gran cambio en el actual contexto sociocultural. Si, tiempo atrás, la homosexualidad estaba penalizada, en la década de los sesenta se despenalizó, lo que sin duda alguna constituyó un auténtico progreso, por cuanto con ello se ponía fin a la injusta marginación sufrida por los que se alineaban en esa situación. Desde entonces a esta parte, la tolerancia social respecto de la homosexualidad no ha hecho sino crecer. Llegamos así al siglo XXI, en que asistimos, paradójicamente, a un intento de equiparación, igualación y posterior confusión entre homosexuales y heterosexuales.
La homosexualidad fue considerada un trastorno psicopatológico hasta la mitad de la década de los setenta, en que la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association, APA) la incluyó en el grupo de las "alteraciones de la orientación sexual". Sin embargo, a partir de la penúltima clasificación oficial de la APA acerca de las alteraciones psiquiátricas (DSM-IV, 1991), la homosexualidad fue reducida, como un trastorno qua talis, a sólo un cuadro clínico la homosexualidad egodistónica, por otra parte, un tanto ambiguo y muy impreciso en su significado. Con ello se limitaba la atención psiquiátrica a sólo aquellas personas caracterizadas porque su conducta homosexual les estuviera causando un profundo malestar y/o sufrimiento, o bien desearan adquirir o potenciar su orientación heterosexual. Tal modo de proceder no ha logrado esclarecer este problema, sino más bien aumentar la confusión que sobre él había.
Porque en realidad, se confunde con harta frecuencia comportamiento homosexual y homosexualidad, a pesar de que estos dos términos designen cosas muy diferentes.
Con el primero (comportamiento homosexual) se designa un tipo de comportamiento (el contacto sexual entre dos personas del mismo sexo), que puede ser esporádico, circunstancial o excepcional al inicio del desarrollo psicoevolutivo, y que casi siempre acontece como consecuencia de la ignorancia o ausencia de información y de formación. Con el segundo (homosexualidad), en cambio, se designa con independencia o no de que la conducta encaminada a la obtención del orgasmo con un compañero del mismo sexo sea recurrente, persistente y/o preferencial el hecho de que una persona, desde la perspectiva placentera, emocional y cognitiva, experimente cierta repugnancia por la conducta heterosexual y una mayor atracción por las personas del mismo sexo.
Exige un mínimo de tres años por paciente, unas 500 horas de trabajo, y tiene algo más de un 35% de posibilidades de salir adelante.
Los principales riesgos que corren los niños adoptados por parejas homosexuales son los siguientes: trastornos en la identidad sexual, mayor incidencia de comportamientos homosexuales al llegar a la adolescencia hasta siete veces más que los niños que viven con sus padres biológicos en familias intactas, una tendencia significativamente mayor a la confusión y promiscuidad sexual, trastornos de conducta, depresión, comportamientos agresivos, ansiedad, hiperactividad e insomnio.
Hoy se sabe que los conflictos y comportamientos violentos son dos o tres veces más frecuentes entre las parejas homosexuales que en las parejas heterosexuales; la duración media del vínculo entre las personas homosexuales no suele ser superior a tres años; los cambios de compañero/a son muy frecuentes, lo que aumenta la inestabilidad afectiva de los hijos adoptados, y la promiscuidad sexual es mucho mayor que entre las parejas heterosexuales, así como la ruptura de relaciones entre ellos/as. En el perfil psicológico de la personalidad homosexual, se observa una mayor incidencia de rasgos psicopatológicos (egocentrismo, autocompasión, inmadurez afectiva, infidelidades, etc.), lo que en modo alguno contribuye al desarrollo armónico de la personalidad del niño adoptado, expuesto y en interacción con esos modelos de conducta. Desde la perspectiva de la salud psíquica, las conclusiones obtenidas ponen de manifiesto que en las parejas homosexuales es significativamente mayor la incidencia de trastornos psíquicos (especialmente, la depresión, la ansiedad, la adicción a las drogas y el trastorno obsesivo-compulsivo) y del sida, y menores sus expectativas en años de vida.
El niño tiene derecho a adquirir, fundar y establecer, de forma adecuada, algo tan irrenunciable como su propia identidad sexual. Este derecho resulta impedido o gravemente amenazado cuando se le expone a sólo modelos comportamentales familiares como el homosexual, en los que precisamente está en crisis esa misma identidad. El niño tiene necesidad del padre y de la madre para identificarse con la persona de su mismo género y para aprender también el respeto, afecto y complementariedad que la persona del otro género le debe proporcionar. El afecto que recibe del padre y de la madre que es de diversa índole y la vinculación resultantes de esa relación son imprescindibles para fundar su identidad personal. El niño tiene derecho a desarrollar su identidad y a que madure su afectividad, observando el vínculo afectivo, cognitivo y personal que se establece en las relaciones entre el padre y la madre. Esta relación constituye la urdimbre donde se acuna y consolida la madurez de su futura afectividad.
El niño
que sólo convive con homosexuales aprende algo que es falso
y antinatural: que no hay diferencias de género, que es irrelevante
experimentar la atracción por las personas del otro sexo. En consecuencia,
en el niño que sea adoptado por homosexuales hay un mayor riesgo
de que su identidad pueda resultar maltrecha, incompleta, sectorizada
y parcialmente mutilada, o estructurada de forma incorrecta y, por
consiguiente, insatisfactoria.
La bioética de la homosexualidad tiene relación con numerosas y aristadas cuestiones que, por el momento, no encuentran una fácil solución. De todas ellas, las que parecen más obligadas y prioritarias son, sin duda alguna, el conocimiento de lo que la homosexualidad es, de sus causas, de las nuevas estrategias que es preciso diseñar a fin de poder ayudar a quienes lo soliciten y de la aplicación de programas que tengan una probada eficacia preventiva. En una palabra, es imprescindible investigar más para conocer mejor. En esto consiste, principalmente, el actual reto de la bioética de la homosexualidad. Un reto que, de forma obligada, pasa por no hurtar el bulto a la realidad, por formarse mejor profesionalmente, por hacer a conciencia el quehacer clínico y psicoterapéutico cotidiano.
Allí donde no hay ciencia, hay política, y la ignorancia científica es sustituida por la hermenéutica ideológica.
La homosexualidad se ha transformado hoy en una cuestión ideológica y politizada, justamente por el estado de ignorancia científica en que nos encontramos acerca de ella. De aquí el flaco servicio de tantos profesionales, con su ausencia de actitudes exploratorias y su arrojarse en conductas confirmatorias a favor del ensamblaje socialmente vigente, por otra parte, carente de fundamento. Desde la perspectiva de la ética, tales comportamientos en modo alguno son aceptables. | |
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