Sólo una madre sabe
En esta ocasión quiero compartir una historia de amor diferente, que no por serlo es poco común.
Lupita Venegas
Embarazo y primer año de vida
Carmen Corominas

        Una relación entre madre e hija que va robusteciéndose conforme la segunda se convierte en mamá.

        Pasados los años de adolescencia y juventud, la hija se casa y por fin llega el anuncio de que el primer bebé viene en camino.

        Vómitos, mareos y náuseas hicieron su aparición. Entonces llamó a su mamá:

- ¿tuviste estos síntomas tú también?
- por supuesto que sí y además un día me desmayé.
- pues entonces mamá… ¡te quiero más que antes!

        Llegó el día del parto. La joven madre se había preparado para hacer un trabajo psicoprofiláctico. La gran alegría del nacimiento iluminó su rostro pero el dolor fue inevitable. Llamó nuevamente a mamá:

- ¿viviste los dolores o usaste anestesia?
- Mi primer parto fue sin anestesia y sin curso psico-rimbombante. Conocí el dolor intenso y la alegría infinita de ese momento mágico.
- Entonces mamá… ¡te quiero más que antes!

 

        Más adelante la criatura se enferma. Los novatos padres toman a la pequeña en brazos, llegan al hospital pidiendo urgentemente ayuda y un milagro. Se le revisa y el diagnóstico informaba que se trataba de una deshidratación. La niña debía permanecer toda la noche en observación y sería canalizada para colocarle suero.

        Todo aceptado por los padres con tal de ver sana a su pequeña. Cuando llegaron las enfermeras a la habitación, pretendían “amarrar” a la pequeña. La madre pidió que no lo hicieran pues no soportaría verla así.

        Se le informó el procedimiento normal para evitar que la niña se quitara la aguja a través de la cual asimilaba aquel suero. La joven madre prometió vigilarla toda la noche.

        Así lo hizo. Una noche completamente en vela, observando a la que era un pedazo de sí misma, orando y ofreciendo su propia vida a cambio de la salud de lo que constituía su gran amor.

 

        Desde luego a la mañana siguiente hizo la obvia llamada a su propia madre:

- Mamita, ¿alguna vez pasaste la noche en vela por mí?
- Por supuesto que sí, y no sólo una vez.
- Entonces mamá… ¡te quiero más que antes!
- Hija mía, estás empezando.

        Aquella respuesta dejó como témpano de hielo a la joven madre. Pudo percibir que apenas vislumbraba el dolor indescriptible que el amor a los hijos puede generar. Como en un remolino pasaron frente a ella mil imágenes de lo que esperaba en el futuro de su hija y se agolparon recuerdos de su propia infancia en los que apareció tantas veces su mamá, velando, estudiando, dialogando, abrazando, jugando y llorando por ella.

        Descubría en una pequeña parte el gran amor que apenas empezaba a profesar por quien hasta ahora valoraba tanto.

        Sólo las madres saben lo que significa amar a un hijo.

        Sólo el corazón de una madre puede afrontar cualquier tormenta sin amilanarse por la lejanía de los hijos, la falta de conciencia, de agradecimiento por esa entrega incondicional.

        Y es también ese corazón de madre, el que hace brotar lágrimas de sus ojos, ante el más sencillo gesto amoroso ofrecido por sus hijos un 10 de mayo.