La buena muerte
Juan Pablo II sufre agonía recién muerta Terri Schiavo, caliente aún el Oscar a Mar adentro.
José Ignacio Munilla Aguirre
La vida don divino         Es frecuente que en nuestra cultura secularizada, el dolor y el sufrimiento sean percibidos como la mayor de las desgracias, al mismo tiempo que la muerte se convierte en algo embarazoso que solo cabe ocultar. La Providencia ha querido que la agonía de Juan Pablo II haya llegado al día siguiente de la cruel muerte de Terri Schiavo en EEUU, y a las pocas semanas del “oscar” otorgado a la película Mar adentro. En este momento histórico, Dios le pedía al sucesor de Pedro un último alegato: la vida es un don que hemos recibido gratuitamente y que, en consecuencia, estamos llamados a entregar con generosidad. El Papa está haciendo suyas las palabras de San Pablo: “Muy gustosamente me gastaré y me desgastaré por vosotros. ¿O acaso porque os ame yo más, vais a amarme vosotros menos?” (2Cor 12, 15).
La muerte momento cumbre         Pues sí, hay que decir que a algunos les ha incomodado la supuesta falta de pudor con la que el Papa ha vivido sus últimos momentos. ¡Más nos valdría si nos dejásemos de cálculos de impacto mediático, y abriésemos los ojos de la fe! Juan Pablo II está haciendo lo que cada uno de nosotros estamos llamados a hacer muy pronto: entregar la vida, pronunciar su particular “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, después que tras su fecunda vida, bien ha podido decir “todo está cumplido”.

        La tradición católica ha invocado a San José como patrono de la buena muerte. Nuestra cultura occidental ha llegado a valorar que la buena muerte es aquella que tiene lugar sin que el que la padece se de cuenta de lo que está ocurriendo. La fe nos dice lo contrario: la enfermedad y la agonía son una ocasión de gracia para preparar el Encuentro; son uno de los momentos cumbres de nuestra vida. El vigor físico decae muy pronto, la agilidad psicológica entra en declive un poco más tarde, pero la salud espiritual alcanza en la agonía su corona. ¡Jesús, José y María, asistidle en su agonía!

        El Papa ha predicado mucho, muchísimo, a lo largo de todo su pontificado; tanto con su palabra como con el testimonio de su vida. ¿Qué le quedaba por trasmitirnos? Pues sí, le quedaba algo sumamente importante: el testimonio de la buena muerte. El Papa, padre solícito, convierte su muerte en una lección inolvidable para sus hijos: aprender a morir.