La austeridad de Belén
Me parece que la raíz del fracaso de muchas familias cristianas en la educación de los hijos viene de menospreciar la virtud de la austeridad. Y las causas de este menosprecio están, en realidad, en no haber sabido calibrar el mensaje espiritual de la austeridad de Belén.
Carles Clavell
Abundancia de superfluo

        Los anuncios, las luces, la propaganda de los miles de cosas que podemos comprar esta Navidad, pueden hacer que nuestra imaginación se pierda en sueños y perdamos lo principal de la Navidad: que viene el Hijo de Dios, en la austeridad de un pesebre. Quiere que pongamos el corazón en Él y en los demás; no en las cosas. Hay todo tipo de reclamos sobre las prestaciones y ventajas que no nos podemos perder al comprar algo, y lo que podremos lucir con la ropa que nos regalen. Son unos días en los que la superficialidad puede ahogar la profundidad del milagro de la Navidad y de una fraternidad manifestada en hechos concretos hacia los demás.

        Querría fijarme en dos aspectos que he señalado más arriba.

        Por un lado, en los "reclamos sobre las prestaciones y ventajas que no nos podemos perder al comprar algo": Pueden cargarnos de regalos superfluos, o cosas que quedarán abandonadas en un rincón. Recuerdo que, hace un par de años, un amigo me contaba que su hijo había recibido, de todos sus familiares, treinta y dos regalos en Navidades. Y me dijo: “Esto no va. Hay que arreglarlo". Una cosa es tener algo superfluo y otra muy distinta, es tener un montón.

El último modelo no es imprescindible

        Por otro lado, "lo que podremos lucir con la ropa que nos regalen". Me parece que lo que nos tiene que mover, al vestir, no es "lucirnos" –ser la atracción de la reunión–, ni "lucir" – ¡vaya marca que lleva!–, sino que se trata de que lo que llevemos resulte simpático y agradable a los que nos rodean sin necesidad de estridencias. Es conveniente que al comprar regalos exista una cierta medida que nos mueva a huir de estas dos formas de vanidad tan extendidas entre jóvenes y no tan jóvenes.

        Por poner algún ejemplo, es una falta de austeridad que a un chico que empieza a jugar a tenis se le compre una raqueta de titanio y de buena marca. Seguramente será mejor que empiece con una sencilla, y cuando se reafirme su afición y su valía, se le compre una buena. No pocas veces he visto objetos de calidad que han quedado abandonados en un rincón porque se ha perdido la afición. Otro ejemplo: no hace ninguna falta –mejor, suele ser contraproducente– que las zapatillas que se compren a un chico o una chica sean de marca para lucir delante de la pandilla. Si se opta por algo más sencillo, también será más barato. Y además se puede aprovechar para fomentar la generosidad de ese hijo dando el dinero ahorrado en limosnas.

        Posiblemente la austeridad sea una de las grandes virtudes ausentes en los hogares. Muchos padres no entienden que hay que practicarla, y que tienen que enseñarla a sus hijos, empezando –ellos– por darles ejemplo.

        Me parece que la raíz del fracaso de muchas familias cristianas en la educación de los hijos viene de menospreciar la virtud de la austeridad. Y las causas de este menosprecio están, en realidad, en no haber sabido calibrar el mensaje espiritual de la austeridad de Belén.