La guerra con Irak no es la solución


Antonio Luis Ferré y Luis Alberto Ferré Rangel

Antonio Luis Ferré
Presidente de la Junta de directores y Editor
Luis Antonio Ferré Rangel
Director
Editorial El Nuevo Día. jueves, 30 de enero de 2003

Se le ve del todo decidido

        EL LENGUAJE y la intensidad del presidente George W. Bush en su mensaje sobre el estado de la unión el martes deja entrever que tiene toda intención de atacar a Irak a pesar de que dedicó una gran parte de su discurso a apremiantes temas de la agenda doméstica norteamericana.

        Sin embargo, existen profundas diferencias de cómo resolver la crisis iraquí –tanto internamente en los Estados Unidos. como en el resto del mundo– lo que ha dado paso a que cada día sean más enérgicas las voces en contra de esa guerra. Nosotros nos unimos a ellas.

Motivos contra una guerra

        Nos oponemos a esta guerra porque, primero Bush no ha querido perseguir seriamente una vía diplomática para resolver el conflicto. Segundo, Bush no ha demostrado claramente los vínculos entre Bagdad y la red terrorista de Al-Qaeda y no ha demostrado que Bagdad sea una amenaza inminente como lo es, por ejemplo, Corea del Norte. Tercero, porque Bush con la guerra pone en peligro la seguridad mundial.

        Respetamos y admiramos a todos los puertorriqueños que estarán respondiendo al llamado del deber como miembros de las Fuerzas Armadas. Nuestras oraciones estarán con ellos para que regresen a casa salvos y sanos. Nuestra objeción no es contra ellos, sino con la manera en que Washington ha forzado al mundo a una guerra.

No se aportan pruebas

        Hace 12 años Sadam Hussein invadió Kuwait y esta agresión fue repelida por una coalición de naciones europeas y árabes, encabezada por Estados Unidos. Esta coalición diplomática y militar fue construida al unísono por el Presidente George Bush, padre, y su equipo de trabajo. En ese momento, hubo un claro acto de agresión de una nación contra otra soberana.

        En esta ocasión, las líneas no están definidas tan claramente. Estados Unidos sufrió un ataque terrorista, no hay duda. ¿Pero fue Bagdad quien lo organizó? ¿Cuáles son las pruebas? ¿Cuáles son los vínculos de la red Al-Qaeda con el régimen de Saddam Hussein?

        El 5 de febrero Estados Unidos proveerá esas pruebas ante la ONU, muchas de ellas recopiladas por fuentes de la inteligencia militar cuyo origen nunca será conocido. Desde que incluyó a Irak, junto a Irán y Corea del Norte, como los integrantes del eje del mal el año pasado, Estados Unidos puso la mira en Irak, porque no habían dado –ni han dado– con los responsables de los ataques de Al-Qaeda.

Esa guerra nunca es la respuesta

        Como nación soberana, Estados Unidos tiene todo el derecho de defenderse, máxime si ha sido víctima de una agresión, como lo fueron los ataques terroristas del 11 de septiembre. Y aquí es que yace parte del problema: Bush no ha demostrado fehacientemente que ha sido Bagdad la responsable por los ataques terroristas.

        Es innegable que Saddam Hussein es un cruel tirano, y hay que reconocer que sin la insistencia de Estados Unidos, los inspectores de la ONU no hubieran entrado nuevamente en Irak luego de que fuesen echados por Hussein en 1999. Se ha comprobado también que Hussein ha usado armas químicas contra su propio pueblo y que su régimen viola los derechos humanos y no respeta las leyes internacionales. No hay duda que la diplomacia tradicional no funciona contra regímenes como los de Hussein. Hay que buscar avenidas creativas más allá de la guerra para lidiar contra regímenes como esos. Ese es el reto de Estados Unidos y la ONU y ese es el mundo en que vivimos hoy. Pero la respuesta no es la guerra unilateral contra ese país.

La credibilidad en entredicho

        Los Estados Unidos no han podido evidenciar que Irak representa una amenaza inminente, contrario a Corea del Norte que ha retado con utilizar su poderío nuclear contra Estados Unidos. Corea del Norte tiene un arsenal de armas nucleares y recientemente abandonó el tratado internacional de no proliferación. Sin embargo, con ese país asiático la política de Washington ha sido la de reclutar los esfuerzos diplomáticos de Corea del Norte, Japón, China y Rusia. Esta asimetría diplomática erosiona la credibilidad de Bush ante la comunidad internacional.

        Aún el mundo árabe que no simpatiza con Hussein, rechaza la guerra por las repercusiones adversas que tendría para el mundo esa confrontación. Países como Jordania y Egipto e inclusive Arabia Saudita enfrentan presiones internas enormes para no apoyar la guerra y éstos han sido los más cercanos a Estados Unidos en la región.

Riesgo para la seguridad mundial

        La guerra contra Irak, lejos de apaciguar a un dictador lo convierten en la víctima que todo fundamentalista y radical islámico busca para desestabilizar los gobiernos árabes de la región y provocar una guerra que trascienda las fronteras con Irak.

        Además, con la guerra, Bush activará los grupos que yacen latentes y escondidos de Al-Qaeda en Europa, Estados Unidos y Asia que radicalizarán su campaña contra el mundo occidental provocando más ataques y muertes de inocentes llevando otra guerra a otras ciudades.

        Una guerra contra Irak pone en peligro la seguridad de los ciudadanos de Estados Unidos y, sobre todo, pone en peligro la seguridad mundial.

 

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        Antonio Luis Ferré

        Presidente de la Junta de directores y Editor El Nuevo Día

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        Luis Alberto Ferré Rangel

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