Los jóvenes desean formar
familias estables

Un estudio de Bancaja, entre jóvenes de la Comunidad Valenciana, basado en 2.000 encuestas arroja unos datos que bien se merecen una reflexión.
Javier Arnal es.catholic.net

 

 

 

Los que hoy son jóvenes

        Un estudio de Bancaja, entre jóvenes de la Comunidad Valenciana, basado en 2.000 encuestas arroja unos datos que bien se merecen una reflexión. En primer lugar, habría que ponerse de acuerdo sobre qué entendemos por “jóvenes”, porque para mí es más que discutible asimilar esa etapa de la vida a los que tienen entre 16 y 30 años, que es lo ahora es habitual, y de hecho es la edad que ha estudiado Bancaja.

        Podemos afirmar que denominamos “joven” a quien no está maduro, a quien no asume la responsabilidad plena de su propia vida, tanto en el sentido de su alimentación como en el de la vivienda. El joven depende de sus padres, o de sus parientes. Hace unos años, sería impensable denominar joven a quien ya tiene 29 ó 30 años. Hoy en día, y no es una casualidad, es la edad en que se suele contraer matrimonio.

        Los jóvenes son como se les educa o se permite que se eduquen. No pretendo defender un determinismo pleno, puesto que cada persona mayor de edad es dueña de sus decisiones, sea cual sea el ambiente familiar, académico o social. Por tanto, al detectar deficiencias en la maduración de nuestros jóvenes –aceptando el tope de los 30 años–, no pretendo menospreciar a los jóvenes ni generalizar. De todo hay en todas época y en toda generación.

        No deja de ser preocupante el resultado de esas 2.000 encuestas. Nuestros jóvenes ordenan así sus valores: familia, ocio, amigos y trabajo. Que la familia ocupe el primer lugar, en todas las encuestas, es muy loable y es una prueba más de que es el eje de los valores sociales, y por tanto requiere el mayor esmero por parte de todos. Lo que sí sería más interesante es analizar cómo ven los jóvenes su papel en la familia: si es porque reciben mucho, porque ven que es una institución que requiere contribución de todos sus componentes o todo un conjunto de motivaciones, que abarcarían generosidad sin límite y egoísmos larvados o expresos.

        En gran medida, los jóvenes valoran la familia en primer lugar por el deterioro que ha experimentado en las últimas décadas: no quieren una familia devaluada, inestable, caprichosa, porque desata todo tipo de desequilibrios e inhumanidades. Y ahí echo “piedras sobre mi tejado”, el tejado de mi generación: los que ahora somos cuarentones.

Lo que es preocupante

        La mejora de la calidad de vida es positiva, pero debe saber administrarse. Si amortigua valores superiores o los anula, cayendo en una comodidad creciente, hay que preocuparse. Y es preocupante que el segundo valor entre los jóvenes sea el ocio. Por supuesto que es sano el descanso, el ocio –no todos, evidentemente–, pero entronizarlo como “subcampeón” de los valores, me parece excesivo, por encima de la amistad y del trabajo. Lo peor de todo es que esta encuesta nos cuadra a todos: se corresponde con lo que se observa en los jóvenes genéricamente.

        Alguien puede objetar que en “ocio” se incluye la lectura, el deporte, el intercambio cultural. Con todos los respetos, y salvando excepciones, ocio es ese tener tiempo para uno mismo, al menos tener esa opción. Probablemente es consecuencia de lo que los jóvenes han visto en nosotros: excesiva dedicación al trabajo, en detrimento de la familia, de la calidad de vida, de las amistades.

        Las preguntas fluyen. ¿Qué hay de otros valores entre los jóvenes? La cacareada solidaridad, la paz, los derechos humanos, el amor humano y el matrimonio, los valores religiosos, los viajes para conocer otras culturas, los valores asistenciales, y así un largo etcétera. Tenemos que reconocerlo: nuestros jóvenes piensan demasiado en sí mismos y en su comodidad, porque o lo han visto en sus mayores o como reacción ante valores reales que conducen al nihilismo y al permisivismo. Del mismo modo que no podemos caer en el papanatismo o la alabanza tonta de todo lo que hacen los jóvenes por el temor a ser calificados como “carrozas”, tampoco podemos estigmatizar genéricamente a ningún estrato social, sobre todo cuando es un estrato –el de la juventud– que depende mayoritariamente de los adultos.