CRISTO, SEÑOR DEL TIEMPO

Homilía de Juan Pablo II en las primeras Vísperas del I domingo de Adviento con motivo del inicio del trienio de preparación al Gran Jubileo (30.XI.96)  

1. Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre (Hb 13, 8).

La liturgia nos propone hoy estas palabras, la víspera del primer domingo de Adviento, tiempo que nos prepara a la santa Navidad. Estas palabras, sin embargo, se refieren a toda la vivencia de Cristo, desde la Natividad hasta el Misterio pascual. Durante la Vigilia pascual, el celebrante las pronuncia mientras lleva a cabo la bendición del cirio: Christus heri et hodie; Principium et Finis; Alpha et omega. Ipsius sunt tempora et saecula. Ipsi gloria et imperium, per universa aetemitatis saecula. 

Pertenécenle a Cristo los milenios: todos los milenios de la historia, pero -de manera especial- los dos que nosotros contamos a partir de su venida al mundo. A El le pertenece este segundo milenio de la era cristiana, a cuyo término nos vamos acercando rápidamente mientras ya se vislumbra el inicio del tercero: Tertio millennio adveniente.

Al hacerse hombre, el Hijo de Dios, el Verbo consustancial al Padre, ha tomado posesión de nuestro tiempo, en todas sus dimensiones, abriéndolo a la eternidad. La eternidad, de hecho, es la dimensión propia de Dios. Al hacerse hombre, el Hijo de Dios ha abrazado con su humanidad el tiempo humano, para guiar al hombre a través de todas las medidas de este tiempo hacia la eternidad, y para conducirlo a la participación en la vida divina, verdadera herencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

2. Por ello nosotros los hombres, peregrinos en el tiempo, mediante Cristo ofrecemos a Dios un sacrificio de alabanza como escribe el autor de la Carta a los Hebreos (cf. 13, 15), es decir, el fruto de los labios que celebran su nombre (ibíd.).

Dice la Didaké, con palabras que llevan el eco de este pasaje: "Nosotros te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre que has hecho morar en nuestros corazones" (10, 2). El nombre de Dios, conocido en el Antiguo Testamento como Yahveh -Aquél que es (cf. Ex 3, 14)-, recibe en el Nuevo Testamento una típica expresión humana: Jesucristo.

En nombre de Cristo iniciamos pues, en estas primeras Vísperas de Adviento, la preparación inmediata al gran Jubileo del Año 2000. La Iglesia dirige su mirada hacia la noche de Navidad, pero contemporáneamente mira ya a la gran Vigilia de Pascua.

3. Acabamos de escuchar: El Dios de la paz que resucitó de entre los muertos a Nuestro Señor Jesús, el gran Pastor de las ovejas, en virtud de la Sangre de una alianza eterna, os disponga con toda clase de bienes para cumplir su voluntad, realizando El en nosotros lo que es agradable a sus ojos, por mediación de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos (Hb 13, 20-21). ¡Con qué claridad las palabras de la Carta a los Hebreos presentan el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo! Aquél que, al cruzar las fronteras de la muerte, se revela vencedor del pecado y de satanás, tiene el poder de hacernos también a nosotros capaces de cumplir el bien.

El programa de preparación al tercer milenio nos estimula a que tomemos conciencia de esta verdad consoladora, contenida en la lectura breve que acabamos de escuchar. Así nos ha exhortado el autor sagrado: No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios (Hb 13, 16). ¿No es precisamente ésta la indicación que yo daba en la carta apostólica Tertio millennio adveniente? En ella exhortaba yo al amor del prójimo y a la justicia social, haciendo referencia al espíritu del Jubileo, tal y como nos fue transmitido por la tradición veterotestamentaria (n. 12-13).

4. Opus justitiae, pax. Amadísimos hermanos y hermanas, suplicamos en la oración la paz auténtica, fruto de la justicia y del amor. Opus justitiae, opus laudis. Todo el programa de preparación al tercer milenio debería ayudarnos a descubrir la gloria de Dios que se ha revelado en Cristo.

La gloria de Dios está inscrita en toda criatura, visible e invisible. De manera eminente está inscrita en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y elevado por la gracia a la filiación divina. Esa gloria se da contemporáneamente al hombre y a la Iglesia como una misión que éstos han de realizar. Esto, precisamente, ha constituido el programa de innumerables santos. Baste recordar a San Benito: "Ut in omnibus glorificetur Deus", y a San Ignacio de Loyola: "Omnia ad maiorem Dei gloria".

Al anunciar este programa, la Iglesia está bien lejana de proponer alguna forma de alienación del hombre. Bien lo había comprendido ese gran Padre de la Iglesia que fue San Ireneo. El afirmaba: Gloria Dei vivens homo, gloria de Dios es el hombre que vive en plenitud (Adv. Haer. IV, 20, 7).

¡He aquí la verdad sobre la gloria de Dios que nos presenta el Evangelio! Bajo la luz de ella queremos iniciar el itinerario de preparación inmediata al Jubileo del Año 2000 y en este espíritu deseamos continuarlo en cada rincón de la tierra: in Urbe et in orbe.

5. A ti, Madre de Cristo, Madre del primer adviento y de todo adviento, te confiamos este programa: opus justitiae et opus laudis.

A ti, Maria, a quien la liturgia de Adviento nos invita a ensalzar con la conocida antífona: Alma Redemptoris mater, quae pervia caeli porta manes...

Oh santa Madre del Redentor,
puerta del cielo, estrella del mar,
socorre a tu pueblo
que anhela resurgir.
¡Tú que, recibiendo el saludo del ángel,
ante el estupor de toda la creación
concebiste a tu Creador,
Madre siempre virgen,
ten piedad de nosotros los pecadores!
Amén.

 

ORACION PARA LA PREPARACION AL GRAN JUBILEO

Señor Jesús plenitud de los tiempos y Señor de la historia, dispón nuestro corazón a celebrar con fe el gran jubileo del año 2000, para que sea un año de gracia y de misericordia. Danos un corazón humilde y sencillo para que contemplemos con renovado asombro el misterio de la Encarnación, por el que Tú, hijo del Altísimo, en el seno de la Virgen, santuario del Espíritu, te hiciste nuestro hermano.

Jesús, principio y perfección del hombre nuevo, convierte nuestros corazones a Ti, para que, abandonando las sendas del error, caminemos tras tus huellas por el sendero que conduce a la vida. Haz que, fieles a las promesas del bautismo, vivamos con coherencia nuestra fe, dando testimonio constante de tu palabra, para que en la familia y en la sociedad resplandezca la luz vivificante del Evangelio.

Jesús, fuerza y sabiduría de Dios, enciende en nosotros el amor a la divina Escritura, donde resuena la voz del Padre, que ilumina e inflama, alimenta y consuela. Tú, Palabra del Dios vivo, renueva en la Iglesia el ardor misionero, para que todos los pueblos lleguen a conocerte, verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del Hombre, único Mediador entre el hombre y Dios.

Jesús, fuente de unidad y de paz, fortalece la comunión en tu Iglesia, da vigor al movimiento ecuménico, para que con la fuerza de tu Espíritu, todos tus discípulos sean uno. Tú que nos has dado como norma de vida el mandamiento nuevo del amor haznos constructores de un mundo solidario, donde la guerra sea vencida por la paz, la cultura de la muerte por el compromiso en favor de la vida.

Jesús, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad, luz que ilumina a todo hombre da a quien te busca con corazón sincero la abundancia de tu vida. A Ti, Redentor del hombre, principio y fin del tiempo y del cosmos; al Padre, fuente inagotable de todo bien; y al Espíritu Santo, sello del infinito amor, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén.