María, «cumbre del encuentro del hombre con Dios»
Palabras que dirigió Benedicto XVI ante miles de fieles (peregrinos y residentes de Les Combes Introd–, en el Valle de Aosta, en plenos Alpes italianos, donde pasa desde el martes unos días de descanso) antes de rezar la oración mariana del Ángelus.
Introd, domingo, 16 julio 2006
Marial. María de Nazaret, Vírgen de la plenitud
San Lorenzo de Brindis

La sal de la tierra: quién es y cómo piensa Benedicto XVI (4ª ed.)
Joseph Ratzinger entrevistado por Peter Seewald

Queridos hermanos y hermanas:

        También este año tengo la alegría de pasar un tiempo de descanso aquí, en el Valle de Aosta, en la casa que muchas veces acogió al amado Juan Pablo II. Me he sumergido inmediatamente en este estupendo panorama alpino que ayuda a revigorizar el cuerpo y el espíritu, y hoy estoy contento de vivir este encuentro familiar. A cada uno de vosotros, residentes y veraneantes, un cordial saludo. Deseo, ante todo, saludar y dar las gracias al pastor de la Iglesia que vive en este Valle, el obispo de Aosta, monseñor Giuseppe Anfossi, así como a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de la comunidad diocesana. Aseguro por cada uno un recuerdo en la oración, en especial por los enfermos y los que sufren. Mi pensamiento agradecido se dirige además a los Salesianos, que han puesto a disposición del Papa esta casa suya. Un saludo deferente dirijo a las autoridades del Estado y de la Región, al administrador municipal de Introd, a las fuerzas del orden y a todos cuantos de diferentes maneras colaboran por el sereno desarrollo de mi estancia. ¡Que el Señor os lo recompense!

        Por una feliz coincidencia, este domingo es 16 de julio, día en que la liturgia recuerda a la Santísima Virgen María del Monte Carmelo. El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas. El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, quien en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente de la contaminación de los cultos idolátricos la pureza de la fe en el Dios único y verdadero. Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los «Carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein). Los Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios. Acogiendo plenamente la Palabra, «llegó felizmente a la santa montaña» (Oración de la colecta de la Memoria), y vive para siempre, en alma y cuerpo, con el Señor. A la Reina del Monte Carmelo deseo hoy confiar todas las comunidades de vida contemplativa esparcidas por el mundo, de manera especial las de la Orden Carmelitana, entre las que recuerdo el monasterio de Quart, no muy lejano de aquí. Que María ayude a cada cristiano a encontrar a Dios en el silencio de la oración.