Palabras de Benedicto XVI en la Jornada de oración y penitencia por la paz en Oriente Medio
Que dirigió a mediodía, Jornada especial de oración y penitencia por la paz en Oriente Medio, ante miles de peregrinos y residentes de Les Combes (Introd), en el Valle de Aosta, en plenos Alpes italianos, donde pasa unos días de descanso, antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus.
Antes de la alocución del Papa, había tomado la palabra para trasmitirle el saludo de los presentes el obispo de Aosta, monseñor Giuseppe Anfossi.
Les Combes, 23 julio 2006.
La Revolución de Dios
Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

        Ante todo, excelencia, muchas gracias por este saludo tan cordial, y gracias también a todos vosotros por esta acogida tan cálida y cordial. ¡Gracias!

        Excelencia, usted ha mencionado que el jueves pasado, ante el agravamiento de la situación en Oriente Medio, convoqué para este domingo una Jornada especial de oración y de penitencia, invitando a los pastores, a los fieles y a todos los creyentes a implorar de Dios el don de la paz.

        Renuevo con fuerza el llamamiento a las partes en conflicto para que adopten inmediatamente el alto el fuego y permitan el envío de ayudas humanitarias, y para que, con el apoyo de la comunidad internacional, se busquen caminos para comenzar las negociaciones.

        Aprovecho la oportunidad para reafirmar el derecho de los libaneses a la integridad y a la soberanía de su país, el derecho de los israelíes a vivir en paz en su Estado, y el derecho de los palestinos a tener una Patria libre y soberana.

        Me siento, además, particularmente cerca de las inermes poblaciones civiles, injustamente golpeadas en un conflicto en el que no son más que víctimas: tanto de las de Galilea, obligadas a vivir en los refugios; como de la gran multitud de los libaneses, que una vez más, ven destruido su país y han tenido que dejarlo todo y tratar de salvarse en otro lugar.

        Elevo a Dios una dolorosa oración para que la aspiración a la paz de la gran mayoría de las poblaciones pueda realizarse cuanto antes, gracias al empeño común de los responsables. Renuevo también mi llamamiento a todas las organizaciones caritativas a que manifiesten concretamente esas poblaciones la solidaridad común.

        Ayer celebramos la memoria litúrgica de santa María Magdalena, discípula del Señor, que en los Evangelios desempeña un lugar de primer orden. San Lucas la presenta entre las mujeres que habían seguido a Jesús después de haber «sido curadas de espíritus malignos y enfermedades», precisando que de ella «habían salido siete demonios» (Lucas 8, 2). Magdalena estará presente bajo la Cruz, junto con la Madre de Jesús y otras mujeres. Ella descubrirá, en la mañana del primer día después del sábado, el sepulcro vacío, junto al que permanecerá llorando hasta que no se le aparecerá Jesús resucitado (Cf. Juan 20, 11). La historia de María de Magdala recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte.

        Hoy celebramos la fiesta de santa Brígida, una de las patronas de Europa, originaria de Suecia, que vivió en Roma y peregrinó a Tierra Santa. De este modo, nos invita a ayudar a la humanidad a encontrar un gran espacio de paz precisamente también en Tierra Santa.

        Confío toda la humanidad a la potencia del amor divino, mientras invito a todos a rezar para que las queridas poblaciones de Oriente Medio sean capaces de abandonar el camino de enfrentamiento armado y de construir, con la audacia del diálogo, una paz justa y duradera. ¡Que María, Reina de la paz, rece por nosotros!