GUARDA DEL CORAZON

Salvador Canals, Ascética meditada, Ediciones Rialp, 1962

"Hemos de enseñar a todos los hombres que ser cristianos es algo muy grande, porque el alma del creyente es templo de Dios, donde habita la Trinidad Beatísima; pero que es necesario, si se quiere alcanzar la perfección cristiana, pelear con denuedo los combates de la vida interior, porque el reino de Dios sólo se alcanza a viva fuerza."

San Josemaría Escrivá, 2–II–1945.


Hasta que descansa en Ti

         Quiero, amigo mío, que de labios de aquel gran santo de la Iglesia que fue San Agustín escuches la confesión de la feliz experiencia de su corazón y de su clara mente: Fecisti nos, Domine, ad Te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in Te, nos creaste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no dscansa en Ti. Aquel Santo, cuya vida, sin duda, conoces, recorrió sediento de verdad y amor muchos caminos de la tierra. Y después de tantas dolorosas experiencias, dejó escapar de su grande y noble alma, ese grito que antes te transcribí, y que es una verdadera confesión. Su rico e inquieto corazón buscaba felicidad y descanso, y los buscó inútilmente por mucho tiempo, hasta que lo encontro todo cuardo encontró a Dios.

         Esta inquietud que todos llevamos dentro es necesario apaciguarla, sosegarla; este vacío que sentimos en nuestra intimidad es necesario colmarlo. Hasta que esta inquietud no se sosiega, hasta que este vacío no es colmado, el corazón del hombre anhela, sufre y busca. La historia de cada hombre es la historia de un peregrino, de un caminante que busca la felicidad. Todos los hombres, alguno conscientemente, otros –la mayoría– inconscientemente, buscan a Dios.

Sólo hay dos tipos de personas

         Por esto, hermano mío, el mundo se divide en dos grandes partes: las personas que aman a Dios con todo su corazón, porque lo han encontrado, y las almas que lo buscan con todo su corazón, pero que todavía no lo han encontrado. A los primeros el Señor les manda: Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón; a los segundos les promete: Quaerite et invenietis, buscad y encontraréis.

         Pregúntate, hermano mío, a cuál de esas dos partes perteneces para saber lo que tienes que hacer. Y no olvides que si sientes que te falta algo, lo que en realidad te falta es Dios Nuestro Señor, que no está presente todavía en tu vida o que no lo está con la debida plenitud. Quiero recordarte una verdad muy sencilla, una verdad que es la base de todas las consideraciones que llevamos hechas. El corazón del hombre, todos los corazones, incluso los corazones de las almas consagradas a Dios, han sido creados para la felicidad y no para la mortificación, para la posesión y no para la renuncia. Y esta exigencia de felicidad y de posesión es ya una realidad preciosa aquí sobre la tierra; una preciosa y bellísima realidad que, para manifestarse, no espera a nuestra entrada en el Paraíso.

Hay que guardar el corazón

         Si el corazón humano ha sido creado para la felicidad felicidad que debe comenzar aquí abajo, sobre la tierra –y ésta se halla solamente en Dios–, tienes que admitir que el sendero que a ella conduce no puede ser otro que el de la guarda del corazón.

         La ciencia de la guarda del corazón se compone de orden y de lucha, de defensa y de ataque, de conocimiento y de decisión, de renuncia y de sufrimiento; pero todo se ordena hacia la felicidad y hacia su posesión.

         Guardar el corazón quiere decir conservarlo para Dios, vivir de modo que nuestro corazón sea su reino, que en él existan todos los amores que conforme a nuestro estado y nuestra condición deban estar alli, pero que todos se fundan armónicamente en el amor de Dios y a El se ordenen.

Todo sucede en el corazón del hombre

         Guardar el corazón quiere decir también amar con pureza y con pasión a quienes debamos amar, y excluir al mismo tiempo los celos, las envidias y las inquietudes, que son causas ciertas de desorden en el amar. Guarda del corazón quiere decir, siempre, orden en el amar. La ciencia de la guarda del corazón ensena al cristiano a descender a las profundidades de su alma para descubrir allí sus movimientos y sus tendencias.

         ¡Qué pocas son las personas que tienen el valor de mirar con ojos sinceros a esa fecunda y oculta fuente de la vida humana que es el corazón! ¡Cuánta maldad y cuánta grandeza viven y vibran escondidas en el corazón humano! Si probamos, amigo mío, a afrontar nuestro corazón, no tardaremos en descubrir que Dios, la naturaleza y el demonio son los tres eternos protagonistas del combate espiritual que cada día se desenvuelve allí. Y nos daremos también perfecta cuenta de que las batallas de Dios se ganan o se pierden en el corazón.

Debe ser para Dios

         Comprenderemos, de este modo, la profundidad del reproche dirigido por Jesús a los fariseos: Populus iste labiis Me honorat, cor autem eorum longe est a me, este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mi. El Señor que ama a los limpios de corazón y que quiere instaurar su reino en los corazones, no puede aceptar este servicio hipócrita y formal.

         Un alma habituada a la vigilancia del corazón se da cuenta de que la mayor parte de sus acciones son exclusivamente naturales o mixtas de naturaleza y de gracia: puede comprobar, con pena y dolor, cuán pocas veces realiza acciones que deriven por entero de la gracla y que sean perfectamente sobrenaturales. Pues el carácter sobrenatural de una acción está continuamente amenazado por todas partes; al principio, en su transcurso y en su final.

No es fácil pero vale la pena

         Por eso esas almas convierten la guarda del corazón en una continua vigilancia de la propia intimidad, en una presencia en todas sus acciones en el mismo momento de realizarlas. Si imaginamos al corazón como un campo de batalla, podemos decir que esa ciencia ensena a vivir continuamente como los centinelas en las avanzadas.

         Verdad es que el camino no es fácil, pero cuando el corazón ha alcanzado la purificación completa, Dios nuestro Señor, con su presencia y con su amor, ocupa el alma y todas sus potencias: memoria, inteligencia, voluntad. Y de este modo la Pureza del corazón conduce al hombre a la unión con Dios, unión a la que normalmente no llevan los demás caminos.

         Una vez que haya alcanzado la pureza del corazón, el alma podrá practicar con facilidad todas las virtudes que las ocasiones de la vida le reclamen; y poseerá igualmente el alma, el espíritu y, por decirlo así, la esencia de cuantas virtudes no tenga ocasión de practicar; y eso es lo que Dios nuestro Señor desea.

Una escuela rápida y eficaz

En la escuela del corazón podemos aprender, en un instante, más cosas de cuantas nos puedan enseñar en un siglo los maestros de la tierra. Sin la guarda del corazón, por más que queramos empeñarnos, no llegaremos nunca a la santidad; con ella, en cambio, y sin otras acciones externas, se han santificado muchas almas. Y, por otra parte, éste es, amigo mío, el camino que conduce a la felicidad, al sereno y completo descanso del corazón en Dios.