"COMO UNA HIJA QUE TOMA LA MANO DE SU PADRE"

Campo de Marte, jueves 21 de agosto. Conmoviendo a los telespectadores, "Aude", joven de 24 años, casada. estudiante de Derecho, toma la mano del Papa y la mantiene entre las suyas durante unos minutos. Instantes de amor de los que nos hace partícipes.

 
   

Yo no me encontraba en el mejor puesto del inmenso escenario del Campo de Marte, y envidiaba un poco a los delegados que estaban justo detrás de la silla del Papa.

Miembro del Opus Dei, yo había sido nombrada, completamente por azar, delegada en el Forum Internacional de los jóvenes.

Tengo que reconocer que esto no me ilusionaba demasiado al principio (en realidad, se ha revelado como una experiencia única de participación y apertura con jóvenes del mundo entero, ¡pero yo aún no lo sabía!).

Yo prefería vivir estas Jornadas con mis amigos, pero ¡en fin!, acepté esta misión; y me encontré entre los setenta delegados elegidos para recibir al Papa sobre el escenario.

¡Y una gracia inaudita se me vino encima ¡

Jueves, 21 de agosto, a las 16.30. Es el Happy Day. El Papa va llegando en medio del entusiasmo. Da una vuelta para saludar a todos los jóvenes que habían participado en el Forum. Mgr. Boccardo presenta a cada uno brevemente, por su nombre y país de origen.

 

"Vi su mano temblar y me dije: ¡tómala!"

Llega mi turno. Yo estaba emocionada, pero nada más. Tengo una gran admiración por Juan Pablo II, pero no es para mí un ídolo, ni una star.

"Aude, de Francia" dice Mons.. Boccardo. El Papa me estrecha la mano. Yo no soy muy tímida. y le digo: "¡Santo Padre, ¡le queremos mucho!». El responde: "Muchas gracias".

Yo estoy orgullosa de haberle hecho mi declaración de amor. Mons. Lustiger comienza a presentarle los delegados de otras comisiones, empezando por los ortodoxos.

El Papa permanece a un metro de mí, vuelto hacia los popes que se acercan a besarle el anillo de la mano derecha. De repente, me doy cuenta de que su mano izquierda tiembla.

En una fracción de segundo. viene a mi memoria una historia reciente contada por una amiga: mientras el Papa estaba pronunciando un discurso en Roma, su mano izquierda temblaba tanto que su secretario, Mons. Dziwisz tomó delicadamente el micrófono, extendiendo su brazo delante del Papa, para permitirle apoyar su mano temblorosa.

No dudé un segundo. Vi a este hombre que sufre, esta mano que tiembla, y me dije: ¡tómala!

La tomé con la mano derecha. Después, como continuaba temblando, con las dos manos. Entonces cesaron los temblores.

Noté claramente que él me retenía, que apretaba mi mano, que se apoyaba en mí. Por eso no le solté. De otro modo, no creo que hubiera osado permanecer así tanto rato. No, ciertamente él no me soltaba, mientras continuaba saludando a los representantes musulmanes y judios.

 

"Uno tiene que decirle y mostrarle que le quiere"

Me hubiera gustado permanecer toda la vida así, sosteniendo su mano. Me dije: me gustaría que me contratara el Vaticano para sostener la mano del Papa. ¡Parece que le sienta bien!

Me dije también: estos grandes dignatarios de otras religiones le besan la mano respetuosamente pero yo soy su hija en la Fe, no soy gran cosa, de acuerdo, pero por la gracia del bautismo, soy de la familia. Por lo tanto, es normal que yo pueda tomarle de la mano, como una hija toma la mano de su padre.

Estaba muv orgullosa de mostrarle, con un signo físico, que le quiero.

Porque uno tiene que decirle y mostrarle que le quiere, no sólo porque es el Vicario de Cristo -para mí, esto es un poco teórico...- sino porque nos transmite las enseñanzas de la Iglesia con fidelidad, porque ha entregado su vida al servicio de la Fe, porque ya no es Karol Wojtyla, sino Juan Pablo II; él ya no se pertenece, porque todo lo ha sacrificado a su misión.

Da todo lo que tiene,y todo lo que es. Al tomar su mano, le dije a Dios: Señor, toma mi juventud y dásela; te doy diez años de mi vida para que se los des a él. Tal es la necesidad que tenemos de él. A todo eclesiástico, le respeto por su función: pero a Juan Pablo II no le respeto, le quiero.

Aunque el Papa hubiera estado en plena forma, pletórico de salud, yo no habría dejado pasar una ocasión como ésta.

El Cardenal Lustiger me hace una señal para que le deje. El Papa tiene que ir a sentarse. Nos separamos. ¿Tenía que llegar!

 

"Él lleva el mundo, por eso tiene necesidad de nosotros"

A mi alrededor, todos están supercelosos, estoy segura. ¡Mi marido Nicolás el primero! Estaba trabajando ese jueves. Unos arnigos le llamaron al despacho y le dijeron: ¿Has visto a tu mujer?&emdash;No, ¿por qué?&emdash;Está ahora en televisión, ¡y hace cinco minutos que sostiene la mano del Papa!

Unos amigos bromistas me han llamado la pequeña amiga del Papa. Yo me siento su hija. Él sufre, lleva el mundo sobre sus espaldas, necesita de mí. Tiene necesidad de todos nosotros, de nuestra oración, de nuestro amor, de nuestros sacrificios, de nuestra fidelidad, de nuestra santidad. En verdad, físicamente es anciano, pero algo muy joven sigue vibrando dentro de él. Él es nuestra juventud. ¿Quizá porque es portador de palabras de vida eterna?

Esto que me ha ocurrido es extraño, porque desde hace tiempo siento un gran afecto por Juan Pablo II Había recortado una foto de su rostro en Famille Chrétienne y la había puesto en mi carte orange (Billete mensual para el metro y los autobuses urbanos de París). Cuando me sentía cansada, un poco tibia, miraba el rostro de este Papa valiente, y esto me animaba.

Ahora vivo más intensamente la comunión de los santos, por este Papa, por este Papa inmenso. He visto una señal para rezar y ofrecer más intensamente por él, en unión con él...

Mi oración se ha renovado por esa intimidad inesperada. Muchos amigos no creyentes me llaman y me preguntan qué sucedió, y yo aprovecho para darles el testimonio de mi Fe.

Fue volviendo a casa, la tarde de ese jueves inolvidable, cuando comencé a darme cuenta un poco de la hermosa gracia que había recibido gratuitamente. Y lloré como un niño.