Santa Gianna Beretta Santa
madre de familia



Carmen Imbert,

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La vida por su hija

        Junto al padre Manyanet y otros cuatro Beatos más, Juan Pablo II canonizó a Gianna Beretta. Es la primera madre de familia elevada a los altares sólo en cuanto madre y esposa. Licenciada en Medicina, y casada con Pietro Molla, tuvo cuatro hijos: Pierluigi, Mariolina, Laura y Gianna Manuela, por la que dio su vida. A sus hijos y a su marido les dio la comunión el Papa, en la Misa de canonización

        «Temía que nuestro hijo naciera con alguna enfermedad. Rezaba y rezaba para que no sucediera así. Muchas veces me pidió perdón por si acaso era causa de mi preocupación. Me dijo que nunca había necesitado tanto cariño y comprensión como entonces. Cuando se acercaba el momento del parto, me dijo con tono firme y sereno, con una mirada profunda que nunca olvidaré: Si tenéis que elegir entre mí y el niño, no lo dudéis; exijo que elijáis al niño. Salvadlo a él». Pietro Molla recuerda así los últimos momentos junto a su mujer Gianna, antes del parto.

Siempre mirando a la unión para siempre con Dios

        La pequeña Gianna Manuela nació sana, pero su madre comenzó su recta final horas después. El día de Pascua fue atroz. «Me confió que sufría mucho –cuenta sor Virginia Beretta, hermana de Gianna–. Alguna vez mordía su pañuelo para no gritar. Y en esos momentos repetía con frecuencia: Jesús, te amo; Jesús, ayúdame». Gianna invocaba a cada instante a su Madre pidiéndole que la llevara al Paraíso, porque los sufrimientos eran superiores a sus fuerzas. El sábado 28 de abril de 1962, la llevaron a casa. A las ocho de la mañana, moría rodeada de su familia.

        Una semana para la que se había preparado toda una vida. Inmolación meditada, la definió Pablo VI en el Ángelus del 23 de septiembre de 1973, recordando a «una madre de la diócesis de Milán que, por dar la vida a su hija, sacrificaba la propia». Ella misma había escrito de joven: «Si en la lucha por nuestra vocación tuviéramos que morir, ése sería el día más bello de nuestra vida».

        A nadie se le obliga ser héroe, pero ninguna madre, espiritual o física, puede serlo plenamente sin darse por completo. Gianna buscó, con la misma pasión que san Agustín, la Verdad, y la encontró en una vocación como la de todo ser humano, hecha a medida. A la medida, no de sus fuerzas, sino de su amor: «No puedes adentrarte en este camino si no sabes amar», aconsejaba a los que se preparaban para el matrimonio.

El matrimonio es un camino de santidad

        «Toda vocación –apunta la nueva santa– es vocación a la maternidad material, espiritual o moral, y prepararse significa prepararse a ser donantes de vida». La familia, cuna de vocaciones, es la primera lección para la vida. La de Gianna, como explica su hermana sor Virginia, fue crucial: «Hemos tenido unos padres estupendos, que nos han ayudado muchísimo, con su ejemplo más que con la palabra, a crecer en la fe y en el reconocimiento del amor de Dios. Desde pequeños nos hacían apreciar la misa cotidiana, y la oración en familia, como un regalo y un momento de fiesta». Cada uno de los trece hijos del matrimonio Beretta tenía un camino personal. «Gianna –explica su hermana–, gracias a los Ejercicios Espirituales que hizo siendo estudiante, encontró con más claridad el sentido de la fe. Desde ese momento su espiritualidad se fue afianzando, creciendo en la vida conyugal, en el amor por los hijos hasta el sacrificio extremo».

        Con sólo quince años, Gianna escribe: «Jesús, te prometo someterme a todo lo que permitas que me suceda. Hazme conocer tu voluntad». Desde entonces, emprende su camino personal de seguimiento a Cristo. Esta santa recuerda el momento en que se pasa de la niñez a la juventud: «Nos planteamos el problema de nuestro futuro. No es que haya que resolverlo a los quince años, pero conviene orientar toda la vida hacia la vía a la que el Señor nos llama. Nuestra felicidad terrena y eterna depende del seguir bien nuestra vocación».

Sólo una buena madre

        El domingo 16 de mayo de 2004, la Iglesia proclamó la santidad de esta madre de familia. «Me has dado el ejemplo –recuerda su marido–, me has demostrado que podemos cumplir plenamente la voluntad del Señor y hacernos santos sin renunciar a la plenitud de las alegrías puras y mejores que la vida y la creación nos ofrecen. Se puede gozar de la vida y la naturaleza, la música y el teatro, los montes y los viajes, el amor y la familia, con templanza y, para ti, los límites de la templanza estaban claros: eran los límites de la ley y de la gracia de Dios. Sabías ser sobria».