Del Dios lejano y trascendente al Dios cercano y enamorado

Intervención de Juan Pablo II en la audiencia dedicada a comentar el Cántico del profeta Isaías (61, 10-62,5), «Alegría del profeta ante la nueva Jerusalén».

Ciudad del Vaticano, 18 junio 2003.

 

Cántico del profeta Isaías (61,10-62,5)

Desbordo de gozo con el Señor,
y me alegro con mi Dios:
porque me ha vestido un traje de gala
y me ha envuelto en un manto de triunfo,
como novio que se pone la corona,
o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes,
como un jardín hace brotar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia
y los himnos ante todos los pueblos.

Por amor de Sión no callaré,
por amor de Jerusalén no descansaré,
hasta que rompa la aurora de su justicia,
y su salvación llamee como antorcha.

Los pueblos verán tu justicia,
y los reyes tu gloria;
te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor.

Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.

No se dirá de ti jamás «Abandonada»,
ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada»,
sino que a ti se te llamará «Mi Complacencia»,
y a tu tierra, «Desposada».
Porque el Señor se complacerá en ti,
y tu tierra será desposada.

Porque como se casa joven con doncella,
se casará contigo tu edificador,
y con gozo de esposo por su novia
se gozará por ti tu Dios.

Como un "Magnificat"         1. Comienza como un «Magnificat» el admirable Cántico que la Liturgia de los Laudes nos propone y que acaba de ser proclamado: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios» (Isaías 61, 10). El texto está engarzado en la tercera parte del Libro del profeta Isaías, sección que los expertos enmarcan en una época posterior, cuando Israel, al regresar del exilio de Babilonia (siglo VI a. c.), retoma su vida de pueblo libre en la tierra de los padres y reconstruye Jerusalén y el templo. Significativamente la ciudad santa, como veremos, se encuentra en el centro del Cántico y el horizonte que se abre ante él es luminoso y lleno de esperanza.
Un panorama de esperanza         2. El profeta comienza su canto representando al pueblo renacido, con espléndidos vestidos, como una pareja de novios, lista para el gran día de la celebración nupcial (Cf. versículo 10). Inmediatamente después se evoca otro símbolo, expresión de vida, de alegría y de novedad: el símbolo vegetal del brote (Cf. versículo 11).

        Los profetas recurren a la imagen del brote de diferentes maneras para representar al rey mesiánico (Cf. Isaías 11, 1; 53, 2; Jeremías 23, 5; Zacarías 3, 8; 6, 12). El Mesías es un brote fecundo que renueva al mundo, y el profeta hace explícito el sentido profundo de esta vitalidad: «el Señor hará brotar la justicia» (Isaías 61, 11), por lo que la ciudad será como un jardín de justicia, es decir, de fidelidad y de verdad, de derecho y de amor. Como decía poco antes el profeta, «llamarás a tus murallas "Salvación" y a tus puertas "Gloria"» (Isaías 60, 18).

Nueva vida de gloria

        3. El profeta sigue elevando con fuerza su voz: el canto es incansable y quiere representar el renacimiento de Jerusalén, ante el que está a punto de abrirse una nueva era (Cf. Isaías 62, 1). La ciudad es presentada como una novia que prepara para celebrar las bodas.

        El simbolismo esponsal, que aparece con fuerza en este pasaje (Cf. versículos 4-5), es utilizado en la Biblia como una de las imágenes más intensas para exaltar el lazo de intimidad y el pacto de amor que existe entre el Señor y el pueblo elegido. Su belleza, hecha de «salvación», de «justicia» y de «gloria» (Cf. versículos 1-2) será tan maravillosa que podrá ser una «corona fúlgida en la mano del Señor» (Cf. versículo 3).

        El elemento decisivo será el cambio de nombre, como sucede en nuestros días cuando se casa una muchacha. Asumir un «nombre nuevo» (Cf. versículo 2) es como revestirse de una nueva identidad, emprender una misión, cambiar radicalmente de vida (Cf. Génesis 32, 25-33).

Así Dios con su criatura humana

        4. El nuevo nombre que asumirá la esposa Jerusalén, destinada a representar a todo el pueblo de Dios, es ilustrado con el contraste que presenta el profeta: «No se dirá de ti jamás "Abandonada", ni de tu tierra se dirá jamás "Desolada", sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia", y a tu tierra, "Desposada"» (Isaías 62,4). Los nombres que indicaban la precedente situación de abandono y desolación, es decir, la devastación de la ciudad por obra de los babilonios y el drama del exilio, son sustituidos ahora por los nombres del renacimiento y son términos de amor y ternura, de fiesta y felicidad.

        Al llegar a este momento, toda la atención se concentra en el novio. Aquí llega la gran sorpresa: el Señor mismo asigna a Sión el nuevo nombre nupcial. Particularmente estupenda es la declaración final, que resume el hilo conductor del canto de amor que el pueblo ha entonado: «Como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios» (versículo 5).

Dios es cercano y enamorado

        5. El canto deja de ensalzar las bodas entre un rey y la reina y celebra el amor profundo que une para siempre a Dios y Jerusalén. En su novia terrena, que es la nación santa, el Señor encuentra la misma felicidad que el marido experimenta con la mujer amada. Al Dios lejano y trascendente, justo juez, le sigue ahora el Dios cercano y enamorado. Este simbolismo nupcial se aplicará en el Nuevo Testamento (Cf. Efeseios 5, 21-32) y será retomado y desarrollado por los Padres de la Iglesia. Por ejemplo, san Ambrosio recuerda que en esta perspectiva «el novio es Cristo y la esposa es la Iglesia, esposa por amor, virgen por su innata pureza» («Exposición del Evangelio según Lucas» --«Esposizione del Vangelo secondo Luca: Opere esegetiche» X/II, Milán-Roma 1978, p. 289).

        Y en otra obra sigue diciendo: «La Iglesia es bella. Por ello el Verbo de Dios le dice: "Eres preciosa, amiga mía, y en ti no hay motivo de reprobación" (Cántico 4, 7), porque la culpa ha sido enterrada... Por ello, el Señor Jesús –movido por el deseo de un amor tan grande, por la belleza de su vestido y por su gracia, dado que en aquellos que han sido purificados ya no hay suciedad alguna– dice a la Iglesia: "Ponme como un sello en tu corazón, como un sello en tu brazo" (Cántico 8, 6), es decir: ¡estás acicalada, alma mía, eres preciosa, no te falta nada! "Ponme como un sello en tu corazón", para que a través de él resplandezca tu fe en la plenitud del sacramento. Así resplandecerán tus obras y mostrarán la imagen de Dios, a imagen de quien estás hecha» («Los misterios», números 49.41: «Obras dogmáticas» –«Opere dogmatiche»–, III, Milán-Roma 1982, pp. 156-157).