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La
vida está por hacer
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La vida humana no se realiza
por sí misma. Nuestra vida es una cuestión abierta, un
proyecto incompleto, que es preciso seguir realizando. La pregunta fundamental
de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo esta proyecto de
realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte
de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad?
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El
verdadero arte de vivir sólo lo puede comunicar Jesucristo
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Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte
de vivir. Jesús dice al inicio de su vida pública: he
venido para evangelizar a los pobres (cf. Lc 4, 18). Esto significa:
yo tengo la respuesta a vuestra pregunta fundamental; yo os muestro
el camino de la vida, el camino que lleva a la felicidad; más
aún, yo soy ese camino. La pobreza más profunda es la
incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda
y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas
muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los
países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce
la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia... todos los
vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace
falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir,
todo lo demás ya no funciona. Pero ese arte no es objeto de la
ciencia; sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que
es el Evangelio en persona.
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Bastantes
no encuentran en la Iglesia la respuesta a cómo vivir
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I. Estructura y método de la nueva evangelización
1. Estructura
Antes de hablar de los contenidos
fundamentales de la nueva evangelización quisiera explicar su
estructura y el método adecuado. La Iglesia evangeliza siempre
y nunca ha interrumpido el camino de la evangelización. Cada
día celebra el misterio eucarístico, administra los sacramentos,
anuncia la palabra de vida, la palabra de Dios, y se compromete en favor
de la justicia y la caridad. Y esta evangelización produce fruto:
da luz y alegría; da el camino de la vida a numeroso personas.
Muchos otros viven, a menudo sin saberlo, de la luz y del calor resplandeciente
de esta evangelización permanente. Sin embargo, existe un proceso
progresivo de descristianización y de pérdida de los valores
humanos esenciales, que resulta preocupante. Gran parte de la humanidad
de hoy no encuentra en la evangelización permanente de la Iglesia
el Evangelio, es decir, la respuesta convincente a la pregunta: ¿cómo
vivir?
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Son
necesarios nuevos caminos para el Evangelio
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Por eso buscamos, además de la evangelización permanente,
nunca interrumpida y que no se debe interrumpir nunca, una nueva evangelización,
capaz de lograr que la escuche ese mundo que no tiene acceso a la evangelización
"clásica". Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está
destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso
debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos.
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Sin
impaciencia y sin pasividad
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Sin embargo, aquí se oculta también una tentación:
la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar
el gran éxito inmediato, los grandes números. Y este no
es el método del reino de Dios. Para el reino de Dios, así
como para la evangelización, instrumento y vehículo del
reino de Dios, vale siempre la parábola del grano de mostaza
(cf. Mc 4, 31-32). El reino de Dios vuelve a comenzar siempre bajo este
signo. Nueva evangelización no puede querer decir atraer inmediatamente
con nuevos métodos, más refinados, a las grandes masas
que se han alejado de la Iglesia. No; no es esta la promesa de la nueva
evangelización. Nueva evangelización significa no contentarse
con el hecho de que del grano de mostaza haya crecido en el gran árbol
de la Iglesia universal, ni pensar que basta el hecho de que en sus
ramas pueden anidar aves de todo tipo, sino actuar de nuevo valientemente,
con la humildad del granito, dejando que Dios decida cuándo y
cómo crecerá (cf. Mc 4, 26-29).
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La
pequeñez de los comienzos debe ser actual
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Las grandes cosas comienzan siempre con un granito y los movimientos
de masas son siempre efímeros. En su visión del proceso
de la evolución, Teilhard de Chardin habla del "blanco de los
orígenes": el inicio de las nuevas especies es invisible y está
fuera del alcance de la investigación científica. Las
fuentes se hallan ocultas; son demasiado pequeñas. En otras palabras,
las grandes realidades tienen inicios humildes. Prescindamos ahora de
si Teilhard tiene razón, y hasta qué punto, con sus teorías
evolucionistas: la ley de los orígenes invisibles refleja una
verdad presente precisamente en la acción de Dios en la historia.
"No por ser grande te elegí; al contrario, eres el más
pequeño de los pueblos; te elegí porque te amo...", dice
Dios al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y así expresa
la paradoja fundamental de la historia de la salvación: ciertamente,
Dios no cuenta con grandes números; el poder exterior no es el
signo de su presencia.
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Tentación
de siempre
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Gran parte de los parábolas de Jesús Indican esta estructura
de la acción divina y responden así a las preocupaciones
de los discípulos, los cuales esperaban del Mesías éxitos
y señales muy diferentes: éxitos del tipo que ofrece Satanás
al Señor "Te daré todo esto, todos los reinos del mundo..."
(cf. Mt 4, 9).
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Como
al principio
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Desde luego, san Pablo, al final de su vida, tuvo la impresión
de que había llevado el Evangelio hasta los confines de la tierra,
pero los cristianos eran pequeñas comunidades dispersas por el
mundo, insignificantes según los criterios seculares. En realidad
fueron la levadura que penetra en la masa y llevaron en su interior
el futuro del mundo (cf. Mt 13, 33).
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Dos
aparentes contrarios a la vez
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Un antiguo proverbio reza: "Éxito no es un nombre de Dios". La
nueva evangelización debe actuar como el grano de mostaza y no
ha de pretender que surja inmediatamente el gran árbol. Nosotros
vivimos con una excesiva seguridad por el gran árbol que ya existe
o sentimos el afán de tener un árbol aún más
grande, más vital. En cambio, debemos aceptar el misterio de
que la Iglesia es al mismo tiempo un gran árbol y un granito.
En la historia de la salvación siempre es simultáneamente
Viernes santo y Domingo de Pascua.
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No
nosotros sino que se excuse al Señor
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2. El método
De esta estructura de la nueva evangelización
deriva también el método adecuado. Ciertamente, debemos
usar de modo razonable los métodos modernos para lograr que se
nos escuche; o, mejor, para hacer accesible y comprensible la voz del
Señor. No buscamos que se nos escuche a nosotros; no queremos
aumentar el poder y la extensión de nuestras instituciones; lo
que queremos es servir al bien de las personas y de la humanidad, dando
espacio a Aquel que es la Vida.
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Fundamental
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Esta renuncia al propio yo, ofreciéndolo a Cristo para la salvación
de los hombres, es la condición fundamental del verdadero compromiso
en favor del Evangelio: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me
recibía; si otro viene en su propio nombre, a ese lo recibiréis"
(Jn 5, 43).
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En
el nombre de Dios
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Lo que distingue al anticristo es el hecho de que habla en su propio
nombre. El signo del Hijo es su comunión con el Padre. El Hijo
nos introduce en la comunión trinitaria, en el círculo
del amor suyo, cuyas personas son "relaciones puras", el acto puro de
entregarse y de acogerse. El designio trinitario, visible en el Hijo,
que no habla en su nombre, muestra la forma de vida del verdadero evangelizador;
más aún, evangelizar no es tanto una forma de hablar;
es más bien una forma de vivir: vivir escuchando y ser portavoz
del Padre. "No hablará por su cuenta, sino que hablará
lo que oiga" (Jn 16, 13), dice el Señor sobre el Espíritu
Santo.
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En
el nombre de la Iglesia
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Esta forma cristológica y pneumatológica de la evangelización
es al mismo tiempo una forma eclesiológica: el Señor,
y el Espíritu construyen la Iglesia, se comunican en la Iglesia.
El anuncio de Cristo, el anuncio del reino de Dios, supone la escucha
de su voz en la voz de la Iglesia. "No hablar en nombre propio" significa
hablar en la misión de la Iglesia.
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La
comunicación no dispensa de la oración
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De esta ley de renuncia al propio yo se siguen consecuencias muy prácticas.
Todos los métodos racionales y moralmente aceptables se deben
estudiar; es un deber usar estas posibilidades de comunicación.
Pero las palabras y todo el arte de la comunicación no pueden
llevar a la persona humana hasta la profundidad a la que debe llegar
el Evangelio. Hace pocos años leí la biografía
de un óptimo sacerdote de nuestro siglo, don Dídimo, párroco
de Bassano del Grappa. En sus apuntes se encuentran palabras de oro,
fruto de una vida de oración y meditación. A propósito
de lo que estamos tratando, dice don Dídimo, por ejemplo: "Jesús
predicaba de día y oraba de noche". Con esta breve noticia quería
decir: Jesús debía hablar de Dios a sus discípulos.
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Imprescindible
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Eso vale siempre. No podemos ganar nosotros a los hombres. Debemos obtenerlos
de Dios para Dios. Todos los métodos son ineficaces si no están
fundados en la oración. La palabra del anuncio siempre ha de
estar impregnada una intensa vida de oración.
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Pero
la Cruz
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Debemos dar un paso más. Jesús predicaba de día
y oraba de noche, pero eso no es todo. Su vida entera, como demuestra
de modo muy hermoso el evangelio de san Lucas, fue un camino hacia la
cruz, una ascensión hacia Jerusalén. Jesús no redimió
el mundo con palabras hermosas, sino con su sufrimiento y su muerte.
Su pasión es fuente inagotable de vida para el mundo; la pasión
da fuerza a su palabra.
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Como
el grano de trigo
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El Señor mismo, extendiendo y ampliando la parábola del
grano de mostaza, formuló esta ley de fecundidad en parábola
del grano de trigo que cae tierra y muere (cf. Jn 12, 24). También
esta ley es válida hasta el fin del mundo y, juntamente con el
misterio del grano de mostaza, es fundamental para la nueva evangelización.
Toda la historia lo demuestra. Sería fácil demostrarlo
en la historia del cristianismo. Aquí quisiera recordar solamente
el inicio de la evangelización en la vida de san Pablo.
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La
experiencia de San Pablo
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El éxito de su misión no fue fruto de la retórica
o de la prudencia pastoral; su fecundidad dependió de su sufrimiento,
de su unión a la pasión de Cristo (cf. 1 Cor 2, 1-5; 2
Cor, 5, 7; 11; 10 s; 11, 30; Gal 4, 12-14). "No se dará otro
signo que el signo del profeta Jonás" (Lc 1 29), dijo el Señor.
El signo de Jonás es Cristo crucificado, son los testigos que
completan "lo que falta a la pasión de Cristo" (Col 1, 24). En
todas las épocas de la historia se han cumplido siempre las palabras
de Tertuliano: la sangre de los mártires es semilla de nuevos
cristianos.
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...
exige violencia
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San Agustín dice lo mismo de modo muy hermoso, interpretando
el texto de san Juan donde la profecía del martirio de san Pedro
y el mandato de apacentar, es decir, la institución de su primado,
están íntimamente relacionados (cf. Jn 21, 16). San Agustín
lo comenta así: "Apacienta mis ovejas, es decir, sufre por mis
ovejas" (Sermón 32: PL 2, 640). Una madre no puede dar a luz
un niño sin sufrir. Todo parto implica sufrimiento, es sufrimiento,
y llegar a ser cristiano es un parto. Digámoslo una vez más
con palabras del Señor: "El reino de Dios exige violencia" (M
11, l2; Lc 10, 16), pero la violencia de Dios es el sufrimiento, la
cruz. No podemos dar vida a otros sin dar nuestra vida. El proceso de
renuncia al propio yo, al que me he referido antes, es la forma concreta
(expresada de muchas formas diversas) de dar la propia vida. Ya lo dijo
el Salvador: "Quien pierda su vida por mi y por el Evangelio, la salvará"
(Mc 8, 35).
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Juan
el Bautista y Jesús
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II. Los contenidos esenciales de la nueva evangelización
1. Conversión
En relación a los contenidos de la nueva evangelización,
antes que nada se debe tener presente que no se puede escindir el Antiguo
del Nuevo Testamento. El contenido fundamental del Antiguo Testamento
está resumido en el mensaje de Juan Bautista: ¡Convertios!
No hay acceso a Jesús sin el Bautista; no hay posibilidad de
alcanzar a Jesús sin dar respuesta a la llamada del precursor,
mas bien: Jesús ha asumido el mensaje de Juan el Bautista en
la síntesis de su propio predicar: "convertíos y
creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15).
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Convertirse
en es cambiar a la manera de Dios
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La palabra griega usada para "convertirse" significa: volver
a pensar, poner en discusión el propio y el común modo
de vivir; dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida; no
juzgar más simplemente según las opiniones corrientes.
Convertirse significa, por lo tanto, no vivir como viven todos, no hacer
como hacen todos, no sentirse justificados en acciones dudosas, ambiguas,
malvadas por el hecho que otros hacen lo mismo; comenzar a ver la propia
vida con los ojos de Dios; buscar, por lo tanto, el bien, aún
cuando es incómodo; no hacerlo pensando en el juicio de la mayoría,
de los hombres, sino en el juicio de Dios, con otras palabras: buscar
un nuevo estilo de vida, una vida nueva.
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Convertirse
es descubrir a Dios
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Todo esto no implica un moralismo, la reducción del cristianismo
a la moralidad pierde de vista la esencia del mensaje de Cristo: el
don de una nueva amistad, el don de la comunión con Jesús
y, por lo tanto, con Dios. Quien se convierte a Cristo no entiende crearse
una autarquía moral suya, no pretende reconstruir con sus propias
fuerzas su propia bondad. "Conversión" (Metanoia) significa
justamente lo contrario: salir de la propia suficiencia, descubrir y
aceptar la propia indigencia, indigencia de los otros y del Otro, de
su perdón, de su amistad. La vida no convertida es autojustificación
(yo no soy peor de los demás); la conversión es la humildad
de confiarse al amor del Otro, amor que se vuelve medida y criterio
de mi propia vida.
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Un
nuevo y definitivo "Nosotros"
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Aquí debemos tener presente el aspecto social de la conversión.
En efecto, la conversión es, ante todo, un acto muy personal
y es personalización. Yo me separo de la fórmula "vivir
como todos" (no me siento más justificado por el hecho que
todos hacen cuanto hago yo) y encuentro delante de Dios mi propio yo,
mi responsabilidad personal. Pero la verdadera personalización
es siempre también una nueva y más profunda socialización.
El yo se abre de nuevo al tú, en toda su profundidad, de esta
manera nace un nuevo Nosotros. Si el estilo de vida extendido en el
mundo implica el peligro de la des-personalización, del vivir
no mi propia vida, sino la vida de todos los demás, en la conversión
debe realizarse un nuevo Nosotros del camino común con Dios.
Anunciando la conversión también debemos ofrecer una comunidad
de vida, un espacio común del nuevo estilo de vida. No se puede
evangelizar sólo con las palabras; el Evangelio crea vida, crea
comunidad de camino; una conversión puramente individual no tiene
consistencia...
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Un
Dios vivo en el mundo
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2. El Reino de Dios
En la llamada a la conversión está implícito,
como una condición fundamentalmente propia, el anuncio del Dios
viviente. El teocentrismo es fundamental en el mensaje de Jesús
y también debe ser el corazón de la nueva evangelización.
La palabra clave del anuncio de Jesús es: Reino de Dios. Sin
embargo, Reino de Dios no es una cosa, una estructura social o política,
una utopía. El Reino de Dios es Dios. Reino de Dios quiere decir:
Dios existe. Dios vive. Dios está presente y actúa en
el mundo, en nuestra vida, en mi vida. Dios no es una lejana "causa
última", Dios no es el "gran arquitecto" del deísmo
que ha construido la máquina del mundo y ahora estaría
fuera, por el contrario Dios es la realidad más presente y decisiva
en cada acto de mi vida, en cada momento de la historia.
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Lo
único necesario para el hombre
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En la conferencia de despedida de su cátedra de la Universidad
de Münster, el teólogo J. B. Metz ha pronunciado cosas que
no se esperaban. Metz en el pasado nos había enseñado
el antropocentrismo, el verdadero acontecimiento del cristianismo habría
sido el giro antropológico, la secularización, el descubrimiento
del estado secular del mundo. Después nos ha enseñado
la teología política el carácter político
de la fe; más tarde la "memoria peligrosa"; finalmente
la teología narrativa. Después de haber recorrido este
camino largo y difícil, nos dice hoy: El verdadero problema de
nuestro tiempo es la "Crisis de Dios", la ausencia de Dios,
camuflada por una religiosidad vacía. La teología debe
volver a ser realmente teo-logía, un hablar de Dios y con Dios.
Metz tiene razón : El "unum necessarium" para el hombre
es Dios. Todo cambia, si hay Dios o no hay Dios. Desgraciadamente también
nosotros los cristianos vivimos a veces como si Dios no existiese ("si
Deus non daretur"). Vivimos según el cliché: No hay
Dios y si lo hay, no interesa. Por este motivo, la evangelización,
antes que nada, tiene que hablar de Dios, anunciar el único Dios
verdadero: el Creador, el Santificador, el Juez (cf. El Catequismo de
la Iglesia Católica).
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Oraciones
y sólo eso
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También aquí debe tenerse presente el aspecto práctico.
Dios no puede hacerse conocido sólo con las palabras. No se conoce
una persona si se sabe de esta persona sólo a través de
otra. Anunciar a Dios es introducir en la relación con Dios:
enseñar a rezar. La oración es fe en acto. Y sólo
en la experiencia de la vida con Dios aparece también la evidencia
de su existencia. Por esto son importantes las escuelas de oración,
de comunidad de oración. Hay complementariedad entre la oración
personal ("en el propio dormitorio", sólo delante de
los ojos de Dios), oración común "paralitúrgica"
("religiosidad popular") y oración litúrgica.
Sí, la liturgia es, antes que nada, oración; su especificidad
consiste en el hecho que su sujeto primario no somos nosotros (como
en la oración privada y en la religiosidad popular), sino Dios
mismo, la liturgia es actio divina, Dios actúa y nosotros
respondemos a la acción divina.
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De
Dios y con Él
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Hablar de Dios y hablar con Dios siempre deben marchar conjuntamente.
El anuncio de Dios es guía para la comunión con Dios en
la comunión fraterna, fundada y vivificada por Cristo. Por esto
la liturgia (los sacramentos) no es un tema junto a la predicación
del Dios viviente, sino la puesta en práctica de nuestra relación
con Dios. En este contexto quisiera hacer una observación general
sobre la cuestión litúrgica. Muchas veces nuestro modo
de celebrar la liturgia es demasiado racionalista. La liturgia se vuelve
enseñanza, cuyo criterio es: hacerse entender, la consecuencia
es con frecuencia hacer banal el misterio, la preponderancia de nuestras
palabras, la repetición de la fraseología que parece más
accesible y más agradable a la gente. Pero esto es un error no
solamente teológico, sino también psicológico y
pastoral.
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"In
persona Cristi"
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La moda del esoterismo, la difusión de técnicas asiáticas
de distensión y de auto-vaciamiento demuestran que en nuestras
liturgias falta algo. Justamente en nuestro mundo actual tenemos necesidad
del silencio, del misterio por encima del individuo, de la belleza.
La liturgia no es la invención del sacerdote que celebra o de
un grupo de especialistas; la liturgia ("el rito") ha crecido
en un proceso orgánico durante los siglos, porta consigo el fruto
de la experiencia de la fe de todas las generaciones. Aunque si los
participantes no entienden quizá cada una de las palabras, perciben
el significado profundo, la presencia del misterio, que trasciende todas
las palabras. No es el celebrante el centro de la acción litúrgica;
el celebrante no está delante del pueblo en su nombre, no habla
de sí y para sí, sino "in persona Cristi". No
cuentan la capacidad personal del celebrante, sino sólo su fe,
en la que se hace transparente Cristo. "Es necesario que Él
crezca y que yo disminuya" (Jn 3, 30).
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Jesús
antes que nada hijo de Dios
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3. Jesucristo
Con esta reflexión el tema de Dios ya se ha extendido y concretizado
en el tema Jesucristo: Sólo en Cristo y a través de Cristo
el tema de Dios se vuelve realmente concreto: Cristo es el Emmanuel,
el Dios-con-nosotros, la concretización del "Yo soy",
la respuesta al Deísmo. Actualmente es grande la tentación
de reducir Jesucristo, el Hijo de Dios, sólo a un Jesús
histórico, a un hombre puro. No se niega necesariamente la divinidad
de Jesús, sino que con ciertos métodos se destila de la
Biblia un Jesús a nuestra medida, un Jesús posible y comprensible
en el marco de nuestra historiografía. Pero este "Jesús
histórico" no es sino un artefacto, la imagen de sus autores
y no la imagen del Dios viviente (cf. 2 Cor 4, 4s; Col 1, 15). El Cristo
de la fe no es un mito: el así llamado "Jesús histórico"
es una figura mitológica, auto inventada por los diferentes intérpretes.
Los doscientos años de historia del "Jesús histórico"
reflejan fielmente la historia de las filosofías y de las ideologías
de este período.
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Vida
del hombre en Cristo
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No puedo, en el marco de esta conferencia, entrar en los contenidos
del anuncio del Salvador. Quisiera brevemente aludir a dos aspectos
importantes. El primero es el seguimeinto de Cristo, Cristo se ofrece
como camino de mi vida. Seguir a Cristo no significa imitar al hombre
Jesús. Una tentativa similar necesariamente fracasa, sería
un anacronismo. El seguimiento de Cristo tiene una meta mucho más
alta: asimilarse a Cristo y, en este modo, llegar a la unión
con Dios. Una palabra como ésta quizás suena extraña
a los oídos del hombre moderno. Pero, en realidad, todos tenemos
sed del infinito: de una libertad infinita, de una felicidad sin límites.
Toda la historia de las revoluciones de los últimos doscientos
años se explica sólo así. La droga se explica así.
El hombre no se contenta con soluciones bajo el nivel de la divinización.
Pero todos los caminos ofrecidos por la "serpiente" (Gén
3, 5), es decir, por la sabiduría mundana, fracasan. El único
camino es la comunión con Cristo, realizable en la vida sacramental.
El seguimiento de Cristo no es un argumento moral, sino un tema "mistérico",
un conjunto de acción divina y de respuesta nuestra.
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La
esencia del cristianismo
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De esta manera, encontramos presente en el tema de la secuela el otro
centro de la cristología, del cual quisiera decir algo: el misterio
pascual, la cruz y la resurrección. En las reconstrucciones del
"Jesús histórico" normalmente el tema de la
cruz no tiene significado. En una interpretación "burguesa"
se vuelve un incidente, por sí mismo evitable, sin valor teológico;
en una interpretación revolucionaria se vuelve la muerte heroica
de un rebelde. La verdad es diferente. La cruz pertenece al misterio
divino, es expresión de su amor hasta el fin (Jn 13, 1). El seguimiento
de Cristo es participación a su cruz, unirse a su amor, a la
transformación de nuestra vida, que se vuelve el nacimiento del
hombre nuevo, creado según Dios (cf. Ef 4, 24). Quien omite la
cruz, omite la esencia del cristianismo (cf. 1 Cor 2, 2).
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Seremos
juzgados por Dios |
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4. La vida eterna
Un último elemento central de toda evangelización verdadera
es la vida eterna. Actualmente debemos con nueva fuerza anunciar en la
vida diaria nuestra fe. Quisiera mencionar aquí solamente un aspecto
muchas veces descuidado de la predicación de Jesús: El anuncio
del Reino de Dios es anuncio del Dios presente, del Dios que nos conoce
y nos escucha; del Dios que entra en la historia para hacer justicia.
Esta predicación es, por lo tanto, anuncio del juicio, anuncio
de nuestra responsabilidad. El hombre no puede hacer o no hacer lo que
quiere. Él será juzgado. Él debe dar cuenta de sus
actos. Esta certeza tiene valor para los potentes así como para
los simples. Donde ésta sea respetada, están trazados los
límites de todo poder de este mundo. Dios hace justicia y sólo
Él puede hacerlo a fin de cuentas. |
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El
Juicio no es temor sino buena nueva
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Esto podremos lograrlo mejor, cuanto más estemos en capacidad
de vivir bajo los ojos de Dios y de comunicar al mundo la verdad del
juicio. De esta manera, el artículo de fe del juicio, su fuerza
de formación de las conciencias, es un contenido central del
Evangelio y es verdaderamente una buena nueva. Lo es para todos aquellos
que sufren por la injusticia del mundo y buscan la justicia. De esta
modo se comprende también la conexión entre el "Reino
de Dios" y los "pobres", los que sufren y todos aquellos
de los cuales hablan las bienaventuranzas del discurso de la montaña.
Estos están protegidos por la certeza del juicio, por la certeza
de que hay justicia. Este es el verdadero contenido del artículo
sobre el juicio, sobre Dios Juez: hay justicia.
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Justicia
garantizada
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Las injusticias del mundo no son la última palabra de la historia.
Hay justicia. Sólo quien no quiere que haya justicia puede oponerse
a esta verdad. Si tomamos en serio el juicio y la seriedad de la responsabilidad
que nos implica, comprenderemos bien el otro aspecto de este anuncio,
es decir, la redención, el hecho que Jesús en la cruz
asume nuestros pecados; que Dios mismo en la pasión del Hijo
se hace abogado de nosotros, pecadores, haciendo así posible
la penitencia, dando esperanza al pecador arrepentido, esperanza expresada
de manera maravillosa en las palabras de San Juan: delante de Dios,
tranquilizaremos nuestro corazón, cualquier cosa éste
nos reproche. "Dios es más grande que nuestra conciencia,
y todo lo conoce" (1 Jn 3, 19s).
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Sólo
con Dios el hombre es grande
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La bondad de Dios es infinita, pero no debemos reducir esta bondad a
una cosa melindrosa sin verdad. Sólo creyendo al justo juicio
de Dios, sólo teniendo hambre y sed de justicia (cf. Mt 5, 6)
abrimos nuestro corazón y nuestra vida a la misericordia divina.
Se ve: no es verdad que la fe en la vida eterna hace insignificante
la vida terrestre. Por el contrario. Sólo si la medida de nuestra
vida es la eternidad, también esta vida sobre la tierra es grande
y su valor inmenso. Dios no es el otro concursante de nuestra vida,
sino quien garantiza nuestra grandeza. De esta manera volvemos a nuestro
punto de partida: Dios. Si consideramos bien el mensaje cristiano, no
hablamos de muchas cosas. El mensaje cristiano es en realidad muy simple.
Hablemos de Dios y del hombre, y así decimos todo.
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